A lo largo del interrogatorio, Galahad, en calidad de primer inquisidor, no mostró la menor animosidad contra ellos, Pero estuvo tan frío y profesional que Kevin se desalentó. Lo que le produjo mayor perplejidad fue que el interrogatorio se centrase más en él que en Gauvain, que evidenciaba tanta seguridad en sí mismo y credibilidad como buena educación.
Kevin no bajó la guardia en toda la sesión y sintió un indescriptible alivio cuando hubo terminado.
Aquella noche, Galahad les informaría del resultado de su investigación sobre la periodista. Kevin confiaba en que ya no se volviese a hablar más del asunto.
Miró escrutadoramente a sus compañeros mientras éstos se acomodaban y sacaban sus cuadernos de notas. Con treinta y siete años, Kevin era probablemente el más joven, aunque con poca diferencia respecto a Gauvain. Lancelot (Pat Harper) era, quizá, el mayor (más de cincuenta y cinco y menos de sesenta, le calculaba Kevin).
Todos los miembros del grupo estaban acostumbrados al poder y al rango. Hacía menos de medio año, Kevin no era más que un empleado de un miembro de la Tabla Redonda, y ahora era compañero de armas de los presentes. Estaba seguro de que, con el tiempo, cuando valorasen su determinación y entrega, lo aceptarían como a un igual.
– Bueno, compañeros -dijo Merlín-, empecemos.
Merlín, a quien correspondía presidir las reuniones de agosto, era un cuarentón rebosante de vitalidad, inteligente y perspicaz, aunque su chispeante sentido del humor le pareciese a Kevin fuera de lugar, dada la seriedad de lo que se trataba en la Tabla Redonda. Si algo se torcía, los amenazaba la ruina, la pérdida del empleo, sanciones e incluso la cárcel, y aunque los altos ejecutivos de sus empresas estuviesen al corriente de todo, no habrían podido demostrar la existencia de su pequeño clan ante terceros.
– Salvo que a alguno le apetezca contarnos algún chiste verde -prosiguió Merlín-, podemos dar inicio a la sesión. ¿Nadie se anima? Pues bueno, empecemos entonces por las finanzas. ¿Lancelot?
Lancelot dejó a un lado el Panatela sin encender que mordisqueaba, se aclaró la garganta y les distribuyó a sus compañeros sendas copias de un informe cuyo contenido era la verdadera razón de ser de la Tabla Redonda.
– Nuestra cuenta asciende a casi doscientos sesenta y dos mil dólares -empezó a decir-. Esto significa que vamos a necesitar que cada compañía entregue a su representante en la Tabla cincuenta mil dólares para volver a contar con los seiscientos mil de capital que acordamos. Todos nos hemos ajustado bastante bien al presupuesto, salvo Perceval. ¿Puedes informarnos sobre el tuyo, Perceval?
Se hizo un embarazoso silencio. La tensión entre ambos era palpable, y a Kevin no le pasó inadvertida.
Estaba claro que a Perceval, el hombre de la Comprehensive Neighborhood Health Care, no le hacía la menor gracia que lo pusieran en evidencia. Aquélla era la octava reunión de la Tabla Redonda a la que asistía Tristán, pero aún no había acabado de hacerse una idea clara de la personalidad de sus compañeros. El más respetado -y acaso el más temido- era Galahad, ejecutivo de una mutua de seguros. Perceval, por otra parte, parecía ser quien menos influencia y menos responsabilidades tenía.
Si cabía pensar en una camarilla dentro del grupo, debían de formarla Galahad, Lancelot, Merlín y, acaso, Kay, mago de los números que actuaba como experto del grupo en todo lo contable. Tristán y Gauvain, a quienes todavía examinaban con lupa, eran considerados como hermanos menores, a quienes no tenían más remedio que aceptar. Perceval aunque tolerado, parecía allí un extraño.
En cierta ocasión, Kevin le preguntó a su patrocinador Burt Dreiser si existía alguna camarilla dentro del grupo de la Tabla Redonda. Dreiser le contestó con una confortadora palmadita en la espalda y un enigmático recordatorio de que ganarse la confianza de los demás es algo que requiere tiempo.
– He repasado las cuentas de los dos últimos meses -continúo Lancelot-, y el resultado es excelente, como podréis ver. Quizá el dato más significativo, proporcionado amablemente por Kay, es que la edad media de los socios de nuestras mutuas es cuatro años inferior a la de los socios de las otras mutuas del área metropolitana.
Los caballeros golpearon la mesa con sus bolígrafos para expresar su satisfacción por un dato que Kevin no conocía. Lo que sí sabía Kevin, sin embargo, era que cada uno de aquellos años de diferencia con las demás empresas significaba un ahorro anual, en prestaciones, del orden de decenas de millones de dólares. La técnica consistía en evitar a aquellos grupos de socios potenciales que se mostrasen remisos a prescindir de sus empleados de mayor edad y, sobre todo, a aquellos que contratasen empleados de más de cuarenta años. Eludir a tales grupos era algo en lo que la Tabla Redonda se mostraba particularmente eficaz.
Uno a uno, los demás caballeros presentaron sus informes… Gauvain fue aplaudido por haber logrado hacerse con los nombres de, por lo menos, un 80 % de las mujeres del sur del estado de Nueva York cuyas mamografías del año anterior revelaban alguna alteración. Las pruebas -incluso aquellas que sólo mostraban una mínima inflamación y nada que hiciera sospechar la presencia de células precancerosas- serían utilizadas para demostrar la existencia de un estado larvario -caso de declararse un cáncer en los doce meses siguientes-, tal como permitía la ley del estado, o para, simplemente, excluir a tales mujeres de la cobertura del seguro. Otras aseguradoras, como la Medicaid, por ejemplo, podrían aceptarlas, pero era su problema.
A continuación, Perceval les pasó otro informe con datos, actualizados, de las ganancias de los directores de las 250 sociedades y mutuas más importantes de la zona. Además de sus ingresos, se consignaba el estado civil, educación, marca del coche, valor de la vivienda, credo religioso, así como aficiones. Se indicaba también si eran adictos al consumo de alcohol, cocaína o marihuana; preferencias sexuales, y se los puntuaba del 1 al 10 en cuanto a su grado de «accesibilidad».
Tras leer los datos, los caballeros votaron a siete de los referidos directores para iniciar una agresiva campaña de captación.
Merlín invitó luego a Tristán a que tomase la palabra.
Kevin, algo cohibido todavía, tuvo la sensación de haberse mostrado en exceso vacilante en su informe. Su área de responsabilidad -la acción política- era la misma que ocupó Burt Dreiser. El sector asegurador tenía ya poderosos lobbies en Washington, D.C. y en Albany. De manera que Dreiser centró sus esfuerzos en unos cuantos hombres clave del estado, el presidente de la Comisión del Sector Asegurador y uno de sus adjuntos. En la mayoría de los casos, lo único que funcionaba era el dinero, pero el presidente de la citada comisión resultó ser un hueso duro de roer. Un detective privado, contratado por Dreiser, tardó seis meses en conseguir fotografías del comisionado, en su cabaña de caza, en compañía de una chica de diecisiete años que veraneaba en un internado de Oneonta.
– La información proporcionada por Merlín en la última reunión ha resultado ser correcta -les dijo Kevin-. Efectivamente, el comisionado les comentó a algunos miembros de la comisión su intención de retirarse. Lo he contactado a través de nuestros canales y le he dejado claro que, en las actuales circunstancias, sería un error. Por lo pronto, lo va a reconsiderar, y creo que terminará por seguir.
Kevin no tenía ni idea de qué medidas tomaría la Tabla Redonda si el comisionado decidía hacer caso omiso de su velada advertencia. Según Burt Dreiser, nunca se habían encontrado en tal situación. El secreto, según él, estribaba en una meticulosa selección y en preparar bien el terreno. Eso… y no hacer nunca una petición que fuese demasiado lejos con respecto a la anterior.