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Thorvald se acarició la barba y se miró las sandalias.

– Dos portales más abajo -casi susurró el joyero-. Es una puerta recién pintada de rojo. En el segundo piso, creo que me dijo una vez. No estoy seguro porque nunca he estado en esa casa.

– Gracias. Me hago cargo de que se mostrase reacio a decírmelo -reconoció Harry-. No volveré a molestarlo -añadió al ver que Thorvald lo miraba de forma escrutadora.

– Siento la muerte de su esposa -le dijo el joyero al despedirse.

* * *

En la parte superior de la puerta roja había dos pequeños paneles de cristal. Harry se puso de puntillas y miró hacia el interior.

En la portería no había nadie. Miró en derredor para asegurarse de que no lo acechaban y sacó del bolsillo el llavero de Evie. En el fondo, aún confiaba en que todo fuese un malentendido; que hubiese hecho una montaña, imaginado una doble y secreta vida para Evie, aunque ese último atisbo de esperanza se desvaneció cuando introdujo una de las llaves en la cerradura y abrió.

Entró y cerró la puerta. La portería estaba muy mal iluminada y, aunque no se podía decir que apestase, necesitaba una limpieza a fondo. Junto a la entrada había una destartalada mesa en la que el cartero dejaba las revistas y los sobres que no cabían en los buzones (una veintena dispuestos en dos hileras, junto a dos columnas de timbres).

Harry miró las etiquetas de plástico de los buzones, en las que sólo figuraba la inicial y el apellido. En algunos buzones, habían añadido debajo de la etiqueta otros nombres en trozos de papel pegados con cinta adhesiva. La inicial D no aparecía, y ninguno de los apellidos le resultaba familiar. En el buzón del apartamento 2F no había ningún nombre. La llave del llavero de Evie era la de aquel buzón, que estaba vacío.

De pronto, Harry oyó un leve ruido frente al portal. Se dio la vuelta, alarmado, y se le aceleró el pulso. Aunque no vio que nadie mirase a través de los paneles de cristal, estaba casi seguro de que alguien lo espiaba.

Sintió el impulso de asomarse a la calle, pero lo pensó mejor. No podía ser nadie recomendable. Lo importante era subir a echarle una ojeada al apartamento 2F.

El primer piso tenía un angosto pasillo, de paredes estucadas, al que daban las puertas de varios apartamentos y del que partía una escalera sin alfombrar tan estrecha que Harry no entendía cómo se las arreglaban los de los pisos superiores cuando tuviesen que entrar o salir con un sofá o un frigorífico, porque, además, no había ascensor.

Nervioso todavía por su íntima certidumbre de que alguien lo espiaba, subió por la escalera muy despacio y alerta.

El apartamento 2F estaba en la parte de atrás del inmueble. Al acercarse a la puerta, Harry trató de imaginar a Evie por aquel mismo pasillo. Se detuvo a escuchar frente a la puerta. No se oía nada. Llamó con los nudillos y no contestaron. Como al insistir tampoco salió nadie a abrir ni oyó ruido en el interior, Harry se armó de valor e introdujo la otra llave en la cerradura.

Acababa de abrir la puerta del mundo de la mujer que se hacía llamar Désirée.

Capítulo 13

Alumbrado por el resplandor que llegaba del pasillo, Harry encendió la lámpara de la entrada y cerró la puerta.

Había un saloncito sin apenas muebles. El contraste con su piso de la zona alta de la ciudad, inmaculado y espléndidamente decorado, no podía ser más grande. Era el típico estudio de escritor abrumado por el trabajo. Sobre la alfombra había varias carpetas y un montón de páginas mecanografiadas. Como cada carpeta llevaba una etiqueta diferente, Harry dedujo que su esposa trabajaba en distintos proyectos.

Encima de una mesa plegable había una máquina de escribir eléctrica, y al lado, una vieja consola de ordenador, con un PC y una impresora. A la izquierda de la consola, en el suelo, había un televisor, un vídeo y siete u ocho cintas, un botellero semivacío, una grabadora y una veintena de casetes. También había un teléfono. Harry cogió el auricular y, tras comprobar que daba la señal para marcar, colgó. No figuraba el número en el aparato. Lo más probable era que lo tuviesen pocas personas, entre las que, por lo visto, no figuraba Julia, pese a ser íntima amiga de Evie.

El armario del salón estaba vacío. En la cocina sólo vio botellines de agua mineral, una cafetera automática y un microondas, mientras que en los estantes había latas de conservas y bolsas de patatas fritas y almendras. En el frigorífico tenía bandejitas de platos precocinados y media docena de helados de distintos sabores de Ben & Jerry's, su heladería favorita.

El pequeño cuarto de baño, contiguo a la cocina, no tenía bañera, sólo ducha. El champú era de la marca que usaba Evie, y la mezcla de aromas del gel y del jabón le recordó a su esposa. Encima del lavabo había un armario con espejo. Antes de abrir los compartimientos se miró al espejo. Tenía un aspecto horrible (cansado, desencajado y sin afeitar), y se preguntó si Gene Hackman habría tenido alguna vez tan mala cara.

Dentro del armario había varios frascos de píldoras sin etiqueta. Harry reconoció las de Valium, Seconal y las de una variedad de anfetaminas. Supuso que los otros frascos contendrían analgésicos, salvo uno, que tenía un polvo blanco. Harry se echó un poco en el meñique humedecido y se frotó las encías. La casi inmediata sensación de entumecimiento de éstas significaba, muy probablemente, que era cocaína.

A Evie jamás le atrajeron las drogas. No la había visto aceptar nunca en ninguna fiesta, ni siquiera una calada a un cigarrillo de marihuana.

En todo caso, Désirée debía de consumir drogas por pura diversión y de manera intermitente, porque, con doble vida o sin ella, si Evie hubiese sido adicta a alguna droga, él lo hubiese notado.

Harry abrió el cajón de la coqueta, y se le cayó el alma a los pies al ver que no contenía más que preservativos de todas las marcas, estilos y colores, tanto en cajas como individuales. Los había corrientes, de los que se podían comprar en cualquier farmacia, pero otros eran muy característicos de los sex shops.

Harry cogió una de las cajas de preservativos, y en una de las caras decía «Cosquilleo» y en la otra, bajo un lúbrico dibujo, «Placer garantizado para él y para ella». Harry le dio un manotazo a la caja y cerró el cajón, furioso.

Su primer impulso fue salir de allí de inmediato y olvidarse de todo aquel turbio asunto. Ya sabía de su esposa y de su alter ego más de lo que hubiese querido saber. Temblaba sólo con pensar lo que podía descubrir en las páginas mecanografiadas y en los archivos del ordenador de la sala de estar, pero era consciente de que no podía dejarlo correr. Se había visto empujado a una pesadilla, y la única manera de librarse de ella era… despertar del todo. En el dormitorio apenas cabían la coqueta y la cama, muy grande e impecablemente hecha. Una de las paredes la ocupaba un armario de dos cuerpos, con puertas correderas que simulaban persianas.

Miró debajo de la cama y luego abrió la puerta de un cuerpo del armario. Los trajes de noche (había catorce) eran elegantes, atrevidos y nada baratos. En el suelo del armario, había varios pares de zapatos a tono con los vestidos, todos ellos de las zapaterías de lujo en las que Evie solía comprar. En el otro cuerpo había toda clase de ropa interior, sumamente provocativa, aunque no para Harry, a quien siempre lo excitó más el cuerpo de Evie bajo una sencilla combinación o pijama. Quizá su austero gusto en materia de lencería explicase que Evie rara vez se pusiera la poca ropa interior de fantasía que tenía, o a lo mejor se debiera a que los gustos de ella fuesen distintos a los de Désirée.