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– ¡Por el amor de Dios, Harry, haga algo! ¿No ve que lo están crucificando?

Doug Atwater, que estaba sentado a la derecha de Harry, crispó los puños con impotencia ante las sucesivas recomendaciones de la comisión Sidonis.

Steve Josephson, que estaba a la izquierda de Harry, meneó la cabeza con expresión de incredulidad. Había tratado de oponerse a la primera de las propuestas de la comisión, que recomendaba que, en todos los partos, estuviese presente un cualificado especialista en obstetricia. Josephson había ocupado los titulares de los periódicos en cierta ocasión: quedó encerrado en un vagón de metro para minusválidos, y una pasajera empezó con dolores de parto; la asistió y logró que diese a luz gemelos. Por lo visto, en adelante sólo podría ayudar a dar a luz en circunstancias igualmente anómalas.

La votación, pese a la entusiasta y documentada argumentación de Josephson, fue aplastante: sólo tres de los médicos de familia que todavía intervenían en partos votaron que no, el resto se abstuvieron, acaso con la idea de que, si daban en aquello una prueba de extremado sentido de la responsabilidad, no saliesen adelante las demás propuestas restrictivas.

– Y ahora… la guinda -ironizó Harry.

La siguiente moción, que requería que los facultativos de medicina general enviasen a sus pacientes de la unidad coronaria a un cardiólogo o internista, se aprobó fácilmente. El cardiólogo que, en principio, atendió a Clayton Miller fue uno de los pocos especialistas que votó en contra. Luego, tuvo lugar la votación para limitar las intervenciones quirúrgicas de los médicos de familia a las de primeros auxilios. De nuevo se salía la comisión Sidonis con la suya.

– La próxima moción pasará a la historia como la «Enmienda… a Marv Lorello» -musitó Harry al comenzar el debate de la última propuesta de la comisión.

– Proponemos -empezó a decir Sidonis ajustándose sus gafas Ben Franklin, que Harry intuía que llevaba más por coquetería que por necesidad- que todas las suturas que haga en la sección de urgencias del Centro Médico de Manhattan un facultativo no especialista cuenten, de antemano, con la aprobación del facultativo jefe de urgencias que esté de servicio.

Se oyeron murmullos que venían a insinuar que a muchos de los asistentes a la asamblea los sorprendía aquella última propuesta (acaso la más humillante).

Aunque Harry ya conocía el texto, la redacción de la propuesta no dejó de escocerle.

– La comisión ha recibido numerosas quejas -prosiguió Sidonis- en el sentido de que se han utilizado técnicas inapropiadas, o se han tomado decisiones equivocadas, por parte de no especialistas. La señora Brenner, de nuestra oficina de valoración de riesgos, me ha asegurado que si se adopta la medida de proceder a un reconocimiento interno antes del tratamiento se reducirían notablemente las quejas contra el personal médico no especializado.

Sidonis miró distraídamente en dirección a Marv Lorello, que de inmediato atrajo la atención de muchos de los asistentes.

Lorello se había incorporado al personal hacía pocos años, después de haber trabajado durante tres en el servicio de sanidad de una reserva india. Tenía un impresionante currículum académico y un refrescante idealismo respecto de la profesión médica. La querella que tuvo que afrontar por negligencia profesional y las críticas subsiguientes lo afectaron profundamente.

Harry se esforzó por no perder la compostura. Green Dolphin Street volvió a sonar en su mente, con un ritmo más marcado y a mayor volumen. No obstante, la música cesó en seguida. Harry tardó unos instantes en percatarse de que estaba de pie; de que su metro ochenta atraía todas las miradas. Se aclaró la garganta ante la general expectación.

– Si la presidencia de la comisión no tiene inconveniente…

Lo dijo de un modo tan maquinal que oyó su voz casi como si perteneciese a otra persona.

– … voy a… Me parece que hay unas cuantas cosas que necesito decir, antes de que pasemos a la votación de esta última propuesta -anunció- que constituye una grave humillación para los facultativos de medicina general.

Hizo una pausa para dar tiempo a que se opusieran a su intervención quienes quisieran hacerlo y, por un momento, temió que Sidonis fuese a atajarlo. Pero el silencio fue absoluto.

– Muy bien entonces. Gracias. No voy a menospreciar la especialización de nadie, o pretender que quienes tienen menos formación puedan hacer lo mismo que quienes tienen más. Lo que sí quiero subrayar es que los médicos de familia tenemos la formación suficiente para realizar «algunas» cosas propias de especialidades. Somos doctores en medicina general, no en seudomedicina. Cursamos nuestros estudios en una Facultad de Medicina, al igual que ustedes; atendemos pacientes y asistimos a cursos de actualización, exactamente igual que ustedes, y, lo más importante: conocemos nuestras limitaciones, como espero que ustedes conozcan también. La mayoría de nosotros puede digerir que se nos trate con el desdén con que se nos ha tratado aquí hoy…

Harry acompañó la última frase dirigiendo la mirada hacia Sidonis. No se oía una mosca. Ni una tos. Nadie se aclaró la garganta ni se rebulló en el asiento.

– … Podemos digerirlo porque creemos en la. «especificidad» de la disciplina médica que hemos elegido. Sin embargo, parece que nos hemos convertido en un socorrido recurso para las compañías de seguros y para la OSM. Nos llaman médicos de «asistencia primaria». Nos consideran algo así como agentes del tráfico médico, al cargo de las dolencias más insignificantes, para descargar de ellas a los caros especialistas. Y… de acuerdo; la mayoría de nosotros nos hemos adaptado también a este nuevo orden, de la misma manera que nos limitaremos a la asistencia primaria en las operaciones de apendicitis sin complicaciones, y en otras intervenciones que hemos realizado docenas de veces, y a pasarles nuestros pacientes de la unidad coronaria a unos especialistas que los pacientes no conocen. Pero eso… -clamó Harry señalando a la pantalla situada detrás de Sidonis, en la que se proyectaba el texto de la última propuesta de la comisión-…eso no puedo aceptarlo. Porque, verán ustedes, los médicos nos empeñamos en achacar el aluvión de demandas por negligencia profesional a los abogados: decimos que hay demasiados abogados, que el sistema de pólizas que cubre «cualquier contingencia» es un mal sistema, que las campañas de publicidad para promocionarlo son, literalmente, incendiarias. Y… de acuerdo, puede que sea verdad, pero no acaba todo ahí. Los pacientes ya no nos conocen, ya no nos presentamos ante ellos como parte interesada en que gocen de buena salud. En lugar de ello, la mayoría de nosotros nos presentamos como lo que somos: especialistas, interesados sólo en asegurarnos de que la parte del cuerpo en la que somos expertos funcione correctamente. Eh, señora, siento que tenga usted que ir a Brooklyn, pero es que yo nunca paso de la calle 42. Y, verán ustedes, sé cómo se sutura; he suturado heridas increíbles en situaciones no menos increíbles. Y lo hago muy bien, y también lo hacen muy bien los doctores Josephson y Lorello, aquí presentes, y todos aquellos de los presentes que deciden coserle una herida a un paciente que se ha cortado. Nadie tiene que decirme lo que puedo o no puedo suturar, ni a mí ni a ninguno de nosotros. De manera que ¡basta! En los cócteles y fiestas sociales todo el mundo se llena la boca con la idea de volver a los tiempos, más amables y apacibles, de los desaliñados y exhaustos médicos de cabecera, pero a la hora de la verdad nadie está dispuesto a desafiar al gran dios de la Ciencia, a decir que todavía hay sitio para esos médicos que conocen a sus pacientes como una persona integral y que se ocupan de su salud, tengan lo que tengan. Ojalá que en lugar de limitar esta asamblea al personal médico hubiesen invitado también a algunos de esos pacientes. Si entendiesen lo que significa para ellos tener médico quizá recordasen lo que significa para nosotros ser médico. Las propuestas que nos han hecho son humillantes e innecesarias, pero ésta es algo mucho peor. No la aprueben.