Una película alegre en televisión, un musical de Hollywood no demasiado antiguo, una taza de chocolate caliente con unas gotas de whisky y tres galletas Maryland acabaron por tranquilizarlo. De todos modos, cuando empezara con la dieta saludable, tendría que dejar de comer y beber ese tipo de cosas. En el piso hacía calor, pero no demasiado, unos veintisiete grados. Era la temperatura que a él le gustaba. El calor, la comida dulce que llenaba, un colchón grueso y mullido, haraganear y no hacer nada…; ¿por qué todas las cosas buenas eran perjudiciales?
El gato y sus ojos quedaron desterrados de su pensamiento mientras duró el musical. No oyó nada en el piso de arriba ni al otro lado de la puerta de entrada, y cuando apagó el televisor, el silencio sólo quedó roto por el rumor del tráfico de la Westway.
Se sentía mejor. Se felicitó por su capacidad de recuperación. No obstante, cuando estuvo en la cama y apagó la lámpara de la mesilla, pensó otra vez en el gato y la puerta y, aunque no podía ver nada, mantuvo los ojos cerrados para protegerse de la oscuridad.
6
Se despertó a la mañana siguiente consciente de que la noche anterior había tenido miedo y por un momento tuvo que pensar por qué. No obstante, el miedo y su recuerdo empezaron a disiparse cuando vio la luz del sol y oyó jugar a los niños en el jardín de al lado de la casa del hombre de las gallinas de Guinea. Seguro que Otto había abierto la puerta él solo y luego ésta debió de cerrarse tras él. Se levantó, se dio una ducha y, diciéndose que era un buen comienzo para un programa de ejercicios, se fue a dar un paseo. Pero antes de salir recorrió con bastante cautela el pasillo hacia la puerta de la habitación de la que debía de haber salido el gato. En efecto, allí las puertas tenían manijas. Se marchó injustificadamente aliviado, más bien como si acabara de recibir una noticia magnífica, en lugar del simple hecho de averiguar lo que ya sabía cierto.
Y ahora a pasear. A sacudirse las telarañas en más de un sentido, dejar que la luz del sol y la energía entraran en su vida. Cerca del convento había una gran iglesia católica y, cuando estaba a punto de seguir su marcha y pasar de largo, se detuvo un momento para observar a la gente que asistía a misa. Había mucha gente, más de la que hubiese creído probable. Le vino a la mente una especie de pesar y cierta nostalgia. Aquellas personas no tendrían sus problemas, sus dudas y temores. Ellos tenían su religión, tenían algo a lo que recurrir, algo o alguien que les brindaba consuelo. Si veían un fantasma u oían pisadas y puertas que se cerraban, ellos llamarían a su dios o pronunciarían el conjuro adecuado. En los relatos normalmente funcionaba. Él había experimentado la religión cuando era pequeño y su abuela estaba viva para llevarlo a la iglesia. Pero de eso hacía mucho tiempo y ahora todo aquello había desaparecido. No había pensado en ello desde entonces y no se creía ni una palabra de todo eso. Si entrara allí dentro y junto a ellos le pidiera ayuda a alguien en el cielo, se sentiría tan estúpido que se avergonzaría. Lo mismo podía decirse de pedirle ayuda a su párroco… ¿o era un sacerdote? Mix no se imaginaba cómo se lo explicaría al hombre o qué respondería éste. No podía hacerlo.
El lunes y el martes tuvo mucho trabajo y por una vez se sintió aliviado de tener tanto que hacer. Iban a llevar una nueva cinta de correr a un piso de planta baja en Bayswater y él tenía que instalarla y hacer una demostración. Tras dar media docena de pasos en esa cosa ya estaba sin resuello, a pesar de sus paseos. También había que responder a todas las llamadas pidiendo ayuda con máquinas estropeadas y a los correos electrónicos con quejas o preguntas. La segunda tarde consiguió hacer una visita al Gimnasio Spa Shoshana y le dijo a Danila que iba a realizar una inspección y un plan de mantenimiento. Eso fue para despistarla. Porque en realidad él buscaba a Nerissa. Estuvo a punto de preguntarle a Danila por ella, qué días venía al club, si acudía con regularidad, ese tipo de cosas, pero decidió que parecería raro. Daría la impresión de que el contrato para ocuparse de las máquinas del gimnasio no era más que una estratagema para conocer a la famosa modelo… Y en efecto, así era. Le entregó una copia del contrato y se marchó.
El miércoles por la noche fue al cine Coronet con Ed y Steph y después a tomar una copa al Sun in Splendour. Cuando los dos hombres tuvieron delante un gin-tonic cada uno y Steph un vodka con grosella, Mix le preguntó a la chica lo que había estado planeando…, ensayando, en realidad, diciéndoselo todo el día. La manera elaborada, encubierta y evasiva de formular una simple pregunta se perdió y Mix salió con unas pocas palabras sencillas:
– ¿Tú crees en los fantasmas, Steph?
La joven no se rió ni se burló.
– Hay más cosas en el cielo y en la tierra… -empezó a decir, pero no recordó el resto de la cita-. Digamos que creo que si en un lugar ha ocurrido una cosa horrible como un asesinato, el muerto o el asesino…, bueno, que podría ser que regresara y volviera a visitar el escenario del crimen. Es por su energía -continuó vagamente-, como que permanece allí y hace que la persona…, bueno, se materialice.
Justo lo que él pensaba. Iba a preguntarle sobre el hecho misterioso de que se abriera y cerrara esa puerta, pero entonces recordó que había sido el gato.
– ¿Y tiene que ser el escenario de un crimen? Quiero decir, ¿el lugar donde alguien murió? ¿Podría ser un sitio donde se cometiera otro delito?
– No es una experta, Mix -terció Ed-. No es médium.
Él ignoró el comentario.
– ¿Y si fuera un asesino que intentara cometer otro asesinato, pero le saliera mal? ¿Regresaría al lugar donde le salió mal?
– Podría ser que sí -respondió Steph con cierto recelo-. Vamos a ver, ¿está ocurriendo de verdad? ¿Acaso ese lugar tan viejo y extraño en el que vives está encantado o qué?
No se equivocaba al describirlo como un «lugar viejo y extraño», pero a Mix no le gustaba demasiado que otra persona lo llamara así. Le parecía un insulto a su hermoso piso.
– Me parece que podría haber visto… algo -comentó con cautela.
– ¿Qué clase de algo? -Ed estaba que se moría de curiosidad.
Steph, la más sensible y, tal vez, intuitiva, interpretó la expresión del rostro de Mix.
– No quiere hablar de ello, Ed. ¿Acaso tú querrías hacerlo? Ya sabes lo que te dijo Ed, Mix. Necesitas ayuda.
– ¿Ah, sí?
– Mira, te diré lo que voy a hacer. Te dejaré prestado esto y así podrás ahuyentar a esa cosa si vuelve otra vez. -Se desabrochó la cruz gótica de piedras negras y púrpura que llevaba colgada al cuello de una cadena plateada-. Toma, cógela.
– ¡Uy, no, podría perderla!
– Tampoco se acabaría el mundo si la perdieras. Sólo me costó quince libras. Y mi madre dice que no debería llevarla, dice que es… ¿Cuál es la palabra que utiliza, Ed?
– Blasfema -dijo Ed.
– Eso es, blasfema. Mi madre conoce a una médium que dijo que funcionaría. Si la necesitaba. Dijo que cualquier cruz funcionaría.
Mix estudió la cruz. Le pareció fea, estaba muy claro que las piedras eran de cristal y que la plata era níquel. Pero era una cruz y, como tal, quizá sirviera. Si se la arrojaba a Reggie o simplemente si la sujetaba en alto frente a él, podría ser que el fantasma se esfumara como una espiral de humo o como un genio volviendo a meterse en la botella.
Gwendolen había encontrado un hueso de plástico en su dormitorio. Al principio no se le ocurría qué estaba haciendo eso allí o de dónde había salido, pero entonces recordó que el perrito de Olive estuvo jugando con él. Se lo ofreció a Otto, que se echó atrás con una expresión de desprecio en el rostro, como si el olor del perro lo repeliera. Envolvió el hueso en una hoja de periódico, lo metió dentro de la lavadora para que estuviera en lugar seguro y aguardó a que Olive telefoneara y se quejara de su pérdida.