– Cuarenta y cinco libras, por favor, no acepto euros ni tarjetas de crédito -dijo, como si se tratara de un cliente nuevo.
Nerissa caminó pensativamente por Westbourne Grove. Cuando Madam Shoshana dijo que el hombre moreno era su destino, el corazón le había dado un vuelco porque estaba segura de que se refería a Darel Jones. Pero ¿y si no era así? ¿Y si se refería a Rodney Devereux?
Podía habérselo preguntado, pero sabía que no hubiera servido de nada. Shoshana se habría limitado a decir que las piedras ya no le decían más, dando a entender que la culpa era de Nerissa por bloquearlas con su energía. En cuanto a lo del agua, lo que le vino a la cabeza de inmediato fue el restaurante Pacific Rim que a Rodney le encantaba y al que siempre la llevaba, aunque a Nerissa no le gustaba ver nadar los peces por esas enormes peceras con la parte posterior de espejo y al cabo de diez minutos comerse uno de ellos. No sabría decir por qué era distinto de comprar el pescado en el Harrods Food Hall y comérselo después, pero de algún modo lo era.
De todos modos, Shoshana debía de referirse a esto cuando lo dijo justo después de mencionar al hombre con una de por inicial. Claro que ella había dicho explícitamente que no eran peces, pero en aquellas peceras también había otras cosas: caracoles de conchas coloreadas, unas cosas pequeñas que se arrastraban y una criatura que parecía una serpiente de agua. La última vez que fueron allí temió que Rodney se comiera la serpiente y eso le revolvió el estómago. Había estado a punto de decirle que nunca más volvería al Pacific Rim, pero por algún motivo no lo había hecho. Y ahora tendría que ir allí. Era su destino.
Que se sepa, la primera víctima de Christie fue una joven de origen austríaco llamada Ruth Fuerst. Había sido enfermera, pero cuando Christie la conoció en 1943 trabajaba en una fábrica de munición y era prostituta a tiempo parcial. Si la conoció haciendo la ronda cuando era policía o si fue en un café o en un bar, es motivo de dudas, pero él afirmó que ella fue a verle a Rillington Place cuando Ethel Christie se encontraba trabajando en la fábrica de Osram. Ninguna de las personas involucradas en el caso supo decir si él llegó a visitarla en la habitación que la joven tenía alquilada en el número 41 de Oxford Gardens…
Mix levantó la mirada del libro y mantuvo el dedo sobre la página. ¡Qué cosa tan asombrosa! Aunque había leído todos los libros sobre Christie que había podido conseguir, principalmente rebuscando en las librerías de segunda mano, en ninguno de ellos había figurado exactamente el lugar donde vivía Ruth Fuerst. Pero allí estaba, en la misma calle, a unas pocas casas de distancia de la dirección que Danila le había dado. ¡Ojalá hubiera sido la misma casa!, pensó con una punzada de pesar. ¡Ojalá hubiera tenido la misma habitación! Se imaginó regresando allí con ella, quizá tirándosela en aquel preciso lugar… De todos modos, lo que había descubierto hacía que salir con ella fuera una experiencia muy emocionante.
Continuó leyendo. «Christie mató a Ruth Fuerst un día de mediados de agosto. “Se desvistió -dijo- y quiso que tuviera relaciones sexuales con ella.”» En su libro 10 Rillington Place que Mix tenía entre el resto de su biblioteca, Ludovic Kennedy, al escribir que la relación entre ellos dos se desarrolló paulatinamente, sugiere que sería mucho más probable que la mujer hubiese realizado una sencilla transacción de prostituta a cliente, o que le hubiese brindado sus favores a cambio de que él, en su capacidad de agente especial, no denunciara su ejercicio de la prostitución.
«Durante las relaciones sexuales él la estranguló con un trozo de cuerda. Después la envolvió en su abrigo de piel de leopardo (¡un abrigo de piel en agosto!), la llevó al salón y la colocó debajo de las tablas del suelo junto con el resto de su ropa.
»Aquella misma tarde, Ethel, que había estado ausente en Sheffield con sus familiares, llegó a casa acompañada por su hermano Henry Waddington, quien tenía intención de quedarse a pasar la noche allí. Como en la casa sólo había un dormitorio y estaba ocupado por el señor y la señora Christie, Henry Waddington durmió en el salón, a unos cuantos palmos de distancia del cuerpo temporalmente sepultado de Ruth Fuerst…»
Mix tuvo que dejarlo ahí. Iba a pasar a buscar a Danila a las ocho y quería salir pronto para quedarse un rato frente al número 41 y contemplar la casa en la que había vivido aquella primera víctima. El número 41 de Oxford Gardens se hallaba al otro lado de Ladbroke Grove, un edificio bastante degradado que necesitaba con urgencia una mano de pintura y un acondicionamiento general. No había duda de que actualmente su valor alcanzaría una enorme suma, algo increíble para sus ocupantes del tiempo de la guerra si alguno de ellos siguiera aún con vida. Un gato bastante parecido a Otto, si bien éste era mayor y con el hocico gris, subió al muro y se detuvo al ver a Mix mirando. Él lo espantó y le hizo una mueca, pero el animal era astuto y experimentado. Le lanzó una mirada inescrutable y se dirigió lenta y tranquilamente hacia un macizo de arbustos.
¿Alguna vez Reggie había estado allí donde estaba él, luego se había decidido y había recorrido el sendero y llamado al timbre? Puede que hubiera acudido allí en otras ocasiones antes del encuentro fatal. ¿Acaso el autor del libro más conocido sobre Reggie no había sugerido que se conocían desde hacía tiempo? Muy probablemente todas sus relaciones con las víctimas se desarrollaran paulatinamente. Era lógico que alguna vez se hubiese acercado al lugar donde vivían. Al fin y al cabo, por regla general Ethel Christie estaba en casa en Rillington Place y él no siempre podría haberlas conocido en cafeterías o bares.
Mix estaba cada vez más convencido de que Reggie había visitado a Gwendolen en Saint Blaise House. Cuando al principio le alquiló el piso, ella había mencionado de pasada a su madre y a su padre, con quienes había vivido en aquella época lejana, y también había mencionado la muerte de su madre poco después de la guerra. El padre había trabajado de profesor, aunque Mix no sabía lo que enseñaba, y seguro que estaba a menudo fuera de casa. Se imaginaba a Gwendolen dejando entrar a Reggie, llevándolo a la cocina para tomar una taza de té (esnob que era ella) mientras hablaban sobre el aborto, sobre la necesidad que tenía ella de llevarlo a cabo y de la habilidad de él para realizar la operación. Tal vez Gwendolen no pudiera pagar los honorarios que pedía Reggie, pero Mix no recordaba haber leído en ninguna parte que hubiese cobrado alguna vez…
Cuando volvió a la casa en la que vivía Danila dos minutos después de las ocho, se la encontró esperándolo al otro lado de la puerta principal. No se sintió complacido por ello, pues era un indicio demasiado evidente de desesperación. Hubiera preferido que lo hubiese hecho esperar, aunque hubiera sido media hora. Pero ahora ella estaba allí con él y, como solía decir su abuela, iba de punta en blanco, con unos pantalones de cuero muy ceñidos, una blusa plisada y una chaqueta de piel de leopardo de imitación. Igual que Ruth Fuerst, pensó él, y se preguntó si Fuerst habría tenido ese mismo aspecto, flaca morena y de rasgos marcados. Trató de recordar si alguna vez había visto alguna fotografía suya. Fueron caminando hasta Ladbroke Grove y al Kensington Park Hotel.
Le encantaba el KPH, no porque tuviera nada especial, sino porque Reggie lo había frecuentado todos esos años atrás. Era un lugar histórico. Deberían tener un letrero que indicara a la clientela que una vez fue el local del asesino más infame del oeste de Londres. No obstante, ¿qué podías esperar de una gente tan ignorante como para echar abajo Rillington Place y destruir todo indicio del célebre emplazamiento?