Fue en este punto cuando se vio emplazado a ir a abrir la puerta. La vieja Chawcer no había visto ninguna necesidad de tener un portero automático, ni siquiera un timbre separado para el piso de arriba, de modo que en las contadas ocasiones en las que alguien llamaba a su puerta, Mix tenía que bajar los cincuenta y dos escalones y volver a subirlos otra vez. La vieja Chawcer nunca respondía al timbre a no ser que esperara una visita, un acontecimiento que por la noche era menos habitual, por lo que estaba prácticamente seguro de que no iría a abrirle la puerta a Danila. Porque, cuando pisó el primer peldaño de la escalera embaldosada, ya había recordado quién debía de ser la persona que llamaba.
El timbre sonó otras dos veces antes de que Mix llegara. No tenía que haberse preocupado por el vino porque ella había traído dos botellas, una de Riesling y otra de ginebra. Esto debería haberlo complacido, pero no lo hizo. En su opinión, las mujeres no debían contribuir al entretenimiento nocturno, ninguna mujer que se respetara lo haría, esperaría que fuera el hombre quien pagara. Danila llevaba su mata de cabello oscuro más alborotada y voluminosa que nunca… Mix pensó que era ridículo, que hacía que su pequeña cara se viera diminuta. Su siguiente movimiento empeoró aún más las cosas. Después de dejar las botellas en la mesa del vestíbulo, lanzó los brazos en torno al cuello de Mix y lo besó.
– Siempre me alegra mucho verte. Estaba deseando que llegara este momento.
Él no dijo nada, pero la condujo hacia la escalera. Otto estaba tumbado frente a la puerta del dormitorio de la señorita Chawcer, ocupado en un lavado integral.
– ¡Ay, qué gatito más dulce! -El grito de Danila hizo que Otto se pusiera de pie con un sobresalto y arqueara el lomo-. ¿Es tuyo? ¡No me digas que no es una monada! -Cometió el error de alargar la mano hacia la cabeza de Otto, que retrocedió, le bufó y le lanzó un zarpazo antes de echar a correr escaleras arriba-. ¡Vaya, lo he asustado!
– Vamos -dijo Mix.
Cuando estaban en el rellano frente a la puerta de Mix, ella le preguntó por qué estaba tan oscuro y dijo que la vidriera de colores le daba escalofríos, pero el enojo de Mix se suavizó y pasó a ser una leve irritación cuando la joven empezó a admirar su piso. Danila caminó por su salón y pasó junto al retrato de Nerissa Nash dirigiéndole tan sólo una mirada que a continuación volvió hacia Mix, pero todo lo demás le encantó. ¡Ah, qué persianas! ¡Ay, los cojines, los muebles, los adornos, las pantallas de las lámparas! ¡Qué televisor más alucinante! Esa preciosa figura de una chica en mármol gris. ¿Quién era?
– Una diosa. Psique, me dijeron cuando la compré -respondió. Sirvió un buen trago de ginebra para cada uno con tónica que sacó de la nevera y hielo del congelador. No tenía limón.
– Así pues, ¿te gusta el apartamento?
– Es fabuloso. ¡Lo que pensarás de mi piso tan cutre!
– Me he tomado muchas molestias para tenerlo así.
– No lo dudo. ¿Por qué lees sobre asesinatos horribles cuando tienes un lugar tan encantador como éste? -Había cogido el libro que él había dejado boca abajo sobre el brazo del sofá de paño gris-. ¡Puaj! Es horrible: «Ella estaba inconsciente y la violó mientras la estrangulaba», leyó en voz alta.
– Dame eso -Mix le arrebató el libro-. Ahora ya me has perdido el punto.
– Lo siento. Es que…
– Está bien, no importa. Tráete la bebida al dormitorio.
Cuando viera los muebles y los cuadros, tendrían que volver a pasar por todo el numerito de las exclamaciones y los grititos ahogados. Lo mejor sería acabar cuanto antes para ocuparse del asunto por el que ella había venido. Mix se volvió a llenar el vaso mientras la chica recorría el dormitorio con la misma especie de éxtasis que había mostrado en el salón. Dio unos sorbos. La ginebra que había traído Danila era Bombay, esa tan buena de la botella azul, eso tenía que reconocérselo. Regresó tranquilamente y fingió sorpresa al verla vestida igual que hacía dos minutos.
– Pensaba que ya estarías en cueros.
– Él -se acercó a él-. Mix, ¿siempre tenemos que empezar a hacerlo en cuanto llego? ¿No podemos hablar un rato?
Mix se quedó sorprendido. Era la primera vez que ella mostraba iniciativa, como si tuviera alguna clase de derecho a expresar una opinión sobre el orden de los acontecimientos. Cayó en la cuenta de lo que ocurría. A ojos de la chica, él ahora era su novio y estaba empezando a darlo por sentado. No tardaría en empezar a decirle lo que tenía que hacer en lugar de preguntárselo.
– ¿De qué quieres hablar? -replicó él.
– No lo sé. De cosas. De la compra de los muebles para este piso, de tu trabajo, del mío, de tu precioso gato.
– ¡Ese dichoso gato no es mío! -exclamó casi gritando.
– No hace falta que alces la voz.
Ella se quitó la ropa, pero no del modo que Mix hubiera preferido, no como una bailarina de striptease ofreciendo una excitante actuación. Danila se desvistió como lo hubiese hecho estando sola, colocando las prendas exteriores sobre el respaldo de una silla, dándole la espalda para quitarse el panty y el tanga. ¡Qué manía les tenía a las medias panty! ¿Y acaso ella no sabía que llevarlas con un tanga era de risa? Se dejó el sujetador puesto hasta el último momento, avergonzada de sus pechos diminutos. «No volveré a verla, encontraré otro modo de conocer a Nerissa», pensó Mix.
Danila se acercó a la cama, pero él la detuvo.
– Espera un momento. -No iba a hacerlo encima de su colcha de satén color marfil; la retiró y la plegó-. Listo -dijo.
Ella le dirigió una mirada servil, pero que al mismo tiempo tenía también algo de perplejidad. Mix se quitó los zapatos y los pantalones, pero se dejó puesta la camiseta y los calcetines. Un hombre no tenía que desnudarse, eso era cosa de la mujer. Una ira latente contra ella, una fría furia que no podía explicar del todo impidieron que se tomara ninguna molestia y lo que ocurrió entonces podría haberse llamado violación, salvo porque Danila no se resistió. Mix se separó de la chica para terminarse la copa.
Al cabo de cinco minutos Danila ya volvía a estar dando vueltas por el piso. Mix oyó que decía:
– ¿Por qué la tienes aquí colgada?
No había duda en cuanto a qué se refería. No obstante, para asegurarse plenamente de su convicción, dijo:
– ¿Te refieres a Nerissa Nash?
– ¿Te has encaprichado con ella?
Mix se levantó. En algún lugar de su interior existía una veta mojigata que tal vez fuera un legado de la infancia que pasó entre los Adventistas del Séptimo Día. Claro que su desaprobación dependía en buena medida de la persona en cuestión. No sabía por qué, pero estaba bien cuando se trataba de Colette y hubiera estado más que bien, fantástico, si hubiese sido Nerissa, pero en el caso de Danila parecía connotar desafío, un dar las cosas por sentado y a él por seguro, y un hacerse valer. Una mujer como ella sabía perfectamente que no se andaba desnuda por el piso de un hombre, que era lo que estaba haciendo, a menos que tuvieras una buena razón para considerarlo tuyo y un interés de propietario por su casa. Mix sacó su bata del armario y cubrió con ella a Danila.