Выбрать главу

¿Se había sentido así Reggie? ¿O acaso él era más fuerte y firme? Mix no quería reconocer algo así. La chica se lo había buscado…, cosa que también parecía poder decirse de algunas de las víctimas de Reggie. Sabía que tenía que hacer algo. No podía dejarla allí. Aunque le llevara toda la noche, debía limpiarlo todo y decidir qué hacer con la cosa del suelo. Sus ojos, que él había intentado cerrar, permanecían abiertos bajo la herida de la frente, mirándole. Mix sacó una servilleta de hilo gris de un cajón y le tapó la cara con ella. Después de hacerlo la cosa mejoró.

Aún iba desnudo, salvo por los calzoncillos, que se habían manchado un poco de sangre. Se los quitó, los tiró al suelo y se puso unos vaqueros y una sudadera negra. La chica había caído fuera del borde de la alfombra, de modo que casi toda la sangre impregnaba la pálida madera lustrada, las paredes y el cristal del retrato. Había sido una buena idea gastarse una fortuna en ponerle un cristal. El hecho de que fuera capaz de pensar así le reconfortó. Se estaba recuperando. Lo primero que tenía que hacer era envolver el cuerpo y moverlo. ¿Qué iba a hacer después? Qué iba a hacer con el cadáver, quería decir. ¿Llevárselo a alguna parte en el maletero del coche, a un parque o a un edificio en obras y arrojarlo allí? Cuando lo encontraran, no sabrían que lo había hecho él. Nadie sabía que se veían de vez en cuando.

Encontró una sábana que le serviría. Cuando se mudó a Saint Blaise House, se había comprado toda la ropa de cama nueva, pero le quedaban algunas cosas de la época que pasó en Tufnell Park. ¡Anda que no habían cambiado sus gustos desde que compraba sábanas rojas! De todos modos, el rojo iría bien para su propósito porque la sangre no se notaría. Enrolló el cuerpo con la sábana intentando mirar lo menos posible. La joven era muy ligera y frágil y Mix se preguntó si no habría sido anoréxica. Tal vez. Sabía muy poco sobre ella, no le había interesado.

En cuanto hubo arrastrado el bulto hasta su estrecho vestíbulo, fue a buscar un cubo, detergente y trapos de la cocina y se puso a limpiar. Empezó por el retrato y cuando éste volvió a estar impecable y reluciente Mix se sintió muchísimo mejor. Tenía miedo de que la sangre, que era mucha, hubiera penetrado por el cristal y el marco y manchado la foto de Nerissa, pero no se había colado ni una sola gota. Se le ocurrió que Psique se parecía mucho a Nerissa, quien podría haber servido de modelo. Lavó la estatuilla en el fregadero de la cocina bajo el agua corriente, primero con agua caliente y luego fría, y la sangre se fue desprendiendo de su cabeza y sus pechos, un agua que primero salió roja, luego rosada y luego transparente.

Sólo se había manchado el borde de la alfombra. Lo frotó con el cepillo, lo aclaró, volvió a frotar, lo secó y le pareció que ya no quedaban restos. No tuvo ningún problema en sacar la sangre de las tablas de madera pulimentada porque como estaban cubiertas por una gruesa capa de barniz las manchas se deslizaban sobre ellas. ¡Ojalá la pared de detrás hubiera sido una de las de color verde oscuro! Probablemente tendría que repintarla; lo haría el domingo con la lata de dos litros de pintura del tono llamado Cumulus que aún tenía.

Cuando hubo terminado, vaciado el cuarto cubo de agua enrojecida por el fregadero y metido la ropa en la lavadora, se sentó con un vaso grande de ginebra Bombay. Le supo maravillosamente bien, como si no hubiera tomado una copa desde hacía meses. Una cosa era segura: el cuerpo no podía quedarse allí. Y si intentaba dejarlo en Holland Park, por ejemplo, no podría hacerlo sin que lo viera alguien. El problema era que, en la primera y única ocasión que salieron juntos, había unas cuantas personas que podrían haberlos visto en el KPH. Ella dijo que no se lo había contado a nadie, pero ¿cómo podía creerla? Había reconocido haberle dicho a Madam Shoshana que tenía novio, aunque no mencionara su nombre. Luego estaba la camarera del KPH. Podría acordarse. Puede que la señorita Chawcer no hubiera respondido al timbre aquella noche, pero si alguien se lo preguntaba, recordaría que había sonado. Incluso podría ser que hubiese visto a Danila por la ventana. No, no podía deshacerse del cuerpo sin más.

Su mirada se posó en el libro Las víctimas de Christie que ella o él habían dejado caer sobre la mesa de centro. Pensó que Reggie había tenido que hacer frente a la misma dificultad. Lo habían visto por ahí con Ruth Fuerst, había comido con Muriel Eady en el comedor de Ultra Works y había salido con ella y con su novio. Él no se atrevió a arriesgarse a dejar que encontraran sus cadáveres, no fuera que lo relacionaran con las muertes. Había que hacer algo más seguro, aunque más audaz. Mix consultó el libro. Aunque los vecinos veían lo que hacía, aunque charlaban con él y él con ellos, Reggie se las había arreglado para cavar una fosa en su jardín para Fuerst y metió el cadáver en ella después de oscurecer. A Muriel Eady también la enterró a poca distancia de la primera tumba.

En la siguiente página de ilustraciones Mix se encontró con una fotografía del jardín. Un círculo blanco señalaba el lugar donde se había encontrado el hueso de la pierna y una cruz indicaba el emplazamiento de la tumba de Muriel Eady. Si no se hubieran puesto las señales allí, no había nada que revelara dónde estaba la fosa. Antes de enterrarlos, todos los cadáveres de las mujeres a las que había matado habían permanecido escondidos temporalmente bajo las tablas del suelo o en el lavadero. Mix se preguntó si él podría disponer de alguna de esas dos cosas… ¿Allí había lavadero? Había un sótano, eso seguro…, pero quizá fuera posible, aunque difícil, meterse en el jardín. No obstante, él vivía en una casa infinitamente más grande que aquella en la que Reggie vivió y que, en realidad, era la mitad de una casita adosada.

Cerró el libro, se metió las llaves en el bolsillo y al salir por su puerta principal se fijó en que eran las once y media. La vieja bruja tenía un oído asombroso para su edad, pero estaría durmiendo dos pisos más abajo. Mix se quedó en el rellano superior, escuchando.

Se volvió hacia la izquierda y enfiló el pasillo. Cabía la posibilidad de que viera al fantasma, por supuesto, pero se estaba esforzando con resolución para no aceptar que había un fantasma. Se lo había imaginado. El gato había abierto esa puerta él solito. Para mayor seguridad cerró la mano sobre la cruz que llevaba en el bolsillo de los vaqueros. La luz que había encendido se apagó rápidamente como siempre hacía, pero él llevaba una linterna. En medio de la oscuridad abrió la primera puerta de la izquierda y se encontró en una habitación que debía de haber sido adyacente a su salón. El resplandor de la linterna era muy débil, pero como allí no había cortina en la ventana, no estaba oscuro, sino levemente iluminado por los patios traseros de las casas cuyas luces seguían encendidas y por el tenue brillo de la luna.

De todos modos, él hubiera preferido que hubiera más luz. No veía ningún interruptor en ninguna de las paredes, y cuando miró hacia donde deberían haber estado colgando el cable y el portalámparas, vio que de allí sólo pendía un extraño objeto con dos cuerdas metálicas suspendidas. Si algo podía haberlo distraído del asunto que tenía entre manos, eso lo hizo. Dirigió la luz de la linterna hacia arriba. Tardó unos momentos en darse cuenta de que aquello que estaba mirando era la camisa de una lámpara de gas. Una vez había visto un programa de televisión sobre la electrificación de Londres durante los años veinte y treinta para sustituir el gas. Había algunas casas en Portland Road, no muy lejos de allí, que en la década de los sesenta aún tenían luz de gas.

La habitación contenía una cama y una cómoda alta con un espejo encima de ella. Mix calculó que quienquiera que quisiera mirarse en ese espejo tendría que haber medido casi dos metros para alcanzarlo. Una estantería se combaba con el peso de los gruesos tomos que la atiborraban y que, pegados entre sí o unos encima de otros, casi cubrían por completo una pared. Volvió a salir al pasillo y entró en la habitación de enfrente, donde la intensa luz amarillenta de Saint Blaise Avenue que penetraba en ella le mostró que allí tampoco habían reemplazado el sistema por electricidad.