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Allí dentro no hay nada que ella pueda ver, se dijo, y se lo repitió, no hay nada que pueda ver, nada. No obstante, tenía que saberlo, no podía dejarlo así. Abrió la puerta del piso con mucho cuidado y asomó la cabeza. La puerta del dormitorio en el que yacía la chica bajo las tablas del suelo estaba un poco entornada. Ahora le dolía toda la cabeza, un dolor atroz, opresivo y punzante. Pero salió con la chaqueta puesta, la bolsa con la ropa en la mano, las llaves del piso en un bolsillo y las del coche en el otro. Debió de hacer algún ruido, uno de esos gemidos o suspiros involuntarios que parecía haber estado haciendo toda la noche, porque de repente, la señorita Chawcer salió ruidosamente de la habitación y le dirigió una mirada muy poco amistosa.

– Ah, es usted, señor Cellini.

«¿Y quién creía que era, Christie?» Le hubiese gustado decir eso, pero tenía miedo, de ella y también del asesino de Rillington Place. De su espíritu o de lo que fuera que había imaginado que rondaba la casa. De manera incomprensible, la mujer dijo:

– Por la cara que hace parece que lo haya asustado un muerto viviente.

– ¿Cómo dice?

– Un espíritu, señor Cellini, un fantasma.

Mix no pudo evitar que la mujer viera el estremecimiento que recorrió su cuerpo. Aun así, estaba furioso. ¿Quién se había creído que era, una maldita maestra de escuela y él un alumno de primero de secundaria? La anciana soltó la risa más alegre que él le había oído jamás.

– No me diga que es supersticioso.

No iba a decirle nada. Lo que quería era preguntarle para qué había entrado en esa habitación, pero no podía hacerlo. La mujer estaba en su casa. Entonces se fijó en que llevaba algo en las manos, lo que parecía ser un calendario viejo y un libro. Tal vez hubiera ido allí a buscar esas cosas. Un gran peso se desprendió de sus hombros, se quedó allí flotando y el dolor de cabeza desapareció.

Ella dio un paso atrás y cerró la puerta.

– Alguien debería denunciar a ese hindú a… las autoridades.

Mix se la quedó mirando.

– ¿A qué hindú?

– Al hombre del turbante que tiene los pollos o lo que sea que sean. -Pasó por delante de él hacia lo alto de las escaleras y volvió la cabeza-. ¿Va a salir? -Por la manera en que lo dijo, parecía que Mix estaba infringiendo las reglas.

– Después de usted -repuso él.

Metió la bolsa con la ropa en el maletero del coche, condujo hasta una hilera de contenedores, abrió el del banco de ropa y dejó la falda en la bandeja. El cubo estaba prácticamente lleno y le costó bastante hacer que la bandeja girara y depositara su carga. Allí no cabría nada más. Quizá debiera alejarse un poco para dejar el resto de la ropa. Se encontró conduciendo hacia Westbourne Grove y, reacio a pasar por delante del gimnasio de Shoshana, dobló por Ladbroke Grove hacia Bayswater Road. Al pensar en el gimnasio le vino a la mente algo que Danila le había dicho y que había olvidado hasta ese momento. Nerissa no era socia. Haber ido hasta allí, haber conseguido ese contrato de mantenimiento, tratar de ligarse a esa chica…; todo había sido una pérdida de tiempo. Ella debería haberle dicho que Nerissa sólo había ido allí a que le vaticinaran el futuro hacía semanas. Con eso había cavado un poco más su propia fosa, pensó Mix. Si había una mujer que se hubiera buscado lo que le ocurrió, ésa era ella.

Al subir por Edgware Road, pasó junto a Age Concern, la tienda que vendía artículos de segunda mano con fines benéficos, pero no se atrevió a llevar la ropa allí. Sería mejor dejarla en el contenedor que había al entrar en Maida Vale y en el otro de Saint John’s Wood. Ya que estaba allí bajó las escaleras de Aberdeen Place y, tras comprobar que no hubiera nadie cerca, ninguna embarcación que se aproximara y ningún observador en alguna de las ventanas que daban al lugar, tiró el móvil y las llaves de Danila al canal. Regresó por donde había venido, tomó Campden Hill Square y aparcó a poca distancia de la casa de Nerissa.

Quizá fuera porque eso lo consolaba. El mero hecho de saber que aquélla era su casa y que vivía en ella (con todos sus sirvientes, sin duda, y quizás una buena amiga que se alojara allí) le hacía sentir que tenía alguna ilusión. Podría olvidar haberse deshecho de esa chica y seguiría adelante. ¿Dónde estaría mejor que allí, pensando en nuevas maneras de conocer a Nerissa? Era una casa muy bonita pintada de blanco. La puerta era de color azul y había una planta de flores rojas junto a ella. El periódico todavía estaba en la entrada con la leche al lado. En cualquier momento un sirviente abriría la puerta y cogería el periódico y la leche. Nerissa estaría aún en la cama. Sola, de eso estaba seguro, porque aunque creía haber leído todo lo que se había escrito sobre ella, nunca se había hablado mucho de sus novios, no se había publicado ningún escándalo ni ninguna fotografía vergonzosa en la que se la viera comportándose de manera vulgar con algún hombre en un club. Ella era casta, una chica de bien, pensó Mix, estaba esperando al hombre adecuado…

Se abrió la puerta. No apareció ningún sirviente, sino Nerissa en persona. Mix apenas podía creerse su suerte. Su adoración por ella se hubiera perdido en cierta medida si hubiese salido en bata y zapatillas, pero llevaba puesto un chándal blanco y calzaba zapatillas de deporte del mismo color. Mix consideró qué ocurriría si se acercaba a ella y le pedía un autógrafo. Pero él no quería su autógrafo, la quería a ella. La joven cogió la leche y el periódico y la puerta se cerró.

Satisfecho y tranquilizado por haberla visto, condujo de vuelta a casa, subió al piso de arriba y clavó las tablas del suelo en la habitación en la que había dejado a Danila. Descansaría un poco, comería algo y luego empezaría a pintar esa pared.

El lunes por la mañana, Ed estaba esperándolo en la oficina central y estaba furioso.

– Esos dos clientes me han estado bombardeando con llamadas todo el fin de semana, me han estado incordiando gracias a ti. Hay una que dice que se va a comprar una elíptica nueva, pero que no lo va a hacer con nosotros y que buscará a otra empresa para que se encargue del mantenimiento.

– No sé de qué me estás hablando, colega -dijo Mix.

– Déjate de «colega». No te acercaste a ver a ninguno de ellos, ¿verdad? Ni siquiera pudiste llamarles para explicárselo.

Entonces Mix recordó la llamada que Ed le hizo el viernes por la noche. Fue justo después de que hubiera… «No pienses en eso».

– Se me olvidó.

– ¿Es lo único que tienes que decir? ¿Que se te olvidó? Pues para que lo sepas, estaba muy enfermo. Me había subido la fiebre a cuarenta y la garganta me estaba matando.

– Te has recuperado muy rápido -repuso Mix, que no estaba dispuesto a soportarlo mucho más-. Yo te veo bastante sano.

– ¡Que te jodan! -le espetó Ed.

Ya se le pasaría. Mix pensó que esas cosas nunca duraban mucho con Ed. ¡Ojalá pudiera averiguar cuándo era probable que Nerissa volviera a visitar a Madam Shoshana! Estaba seguro de que si se la encontraba en las escaleras sería capaz de conseguir una cita con ella. Mientras conducía hacia su primer servicio del día, una fanática del ejercicio que tenía cinco máquinas en su gimnasio privado de Hampstead, fantaseó sobre ese encuentro en las escaleras. Le diría que la había reconocido enseguida y que ahora ya no iría a ver a Madam Shoshana, pues su fortuna y su destino no eran importantes, pero había algo especial que quería decirle si le permitía que la invitara a un bar de zumos naturales que había a tan sólo unos pasos calle abajo. Ella aceptaría, por supuesto. A las mujeres les encanta ese rollo de que tienes que decirles algo especial y, como a ella no le interesaban los clubs o las tabernas, la idea de un bar de zumos naturales le resultaría atractiva. Llevaría puesto el chándal blanco, y cuando entraran en el bar, todas las miradas se posarían en ella… y en él. Hasta bebería zumo de zanahoria para complacerla. Cuando los hubieran sentado, él le contaría que llevaba años adorándola, le diría que era la mujer más hermosa del mundo y entonces le…