Kayleigh Rivers no tenía una relación muy estrecha con Danila. Nunca habían estado la una en casa de la otra, pero habían salido a comer en dos ocasiones y una vez fueron al cine. Era lo más parecido a una amiga que tenía Danila y la única persona que la conocía a quien le preocupaba dónde podía estar.
Detrás del mostrador, con su disfraz de vendedora de alfombras turca, Shoshana telefoneó a una agencia que ya había utilizado en otras ocasiones, el Beauty Placement Centre, y le enviaron a una empleada temporal. Justo a tiempo, pues tenía un nuevo cliente que iría a verla cuando representara el papel de adivina.
Un rencoroso mensaje de voz que recibió en su móvil advirtió a Mix que no se molestara en asistir a la fiesta de compromiso de Ed y Steph. No sería bien recibido. La fiesta, dijo Ed, era para los amigos y los que les deseaban bien. No habría sitio en el Sun in Splendour para aquellos que no cumplían sus promesas.
– ¡Menudo follón por nada! -dijo Mix en voz alta en el coche.
Aquella espantosa noche en la que la chica lo había provocado y la había golpeado hasta matarla, cuando se lo había buscado tan claramente como si hubiese dicho «Mátame», hubo momentos en los que pensó que sus probabilidades de conocer a Nerissa se habían frustrado para siempre. No obstante, a medida que iban transcurriendo los días empezó a sentirse mejor. Se obligó (estaba orgulloso de ello) a telefonear al gimnasio y preguntar por Danila. La respuesta que le dieron lo animó muchísimo.
– Gimnasio Spa Shoshana. Le atiende Kayleigh.
– ¿Puedo hablar con Danila?
– Lo siento, Danila se ha marchado. Ya no trabaja aquí.
No resultaba difícil interpretar eso como la implicación de que ellas pensaban que había dejado el trabajo. Si estuvieran preocupadas, si pensaran que podrían haberla secuestrado, asesinado o ambas cosas, no le hubieran dicho que se había marchado. Hubieran dicho algo sobre que había desaparecido. Pensó que tal vez nunca la echaran de menos, quizá no había nadie que la buscara o a quien le preocupara qué había sido de ella. En alguna parte había leído que cada año desaparecen miles de personas a las que nunca encuentran.
Casi como una idea de último momento, solicitó hablar con Madam Shoshana.
– Veré si está disponible.
Lo estaba y Mix concertó una cita. Un miércoles por la tarde, cuando subía por las escaleras, Danila se había encontrado con Nerissa que bajaba. ¿Por qué no podría encontrársela él este miércoles? Claro que el día que él la había visto entrar en el gimnasio no era un miércoles por la tarde, sino algún otro día laborable por la mañana. Aun así, depositó sus esperanzas en que la joven fuera a ver a Shoshana al día siguiente.
Si esto fallaba, haría que alguien le causara un desperfecto a su coche y luego él estaría cerca y se lo repararía o al menos la aconsejaría. Era un golpe audaz, pero la verdad era que podría funcionar, y con rapidez. Él la vería intentando arrancar el coche sin conseguirlo y entonces se acercaría y con mucha educación le ofrecería sus servicios. Mix se ensimismó en aquella nueva fantasía. Nerissa estaría tan agradecida cuando oyera funcionar el motor que lo invitaría a una copa. Las personas como ella nunca bebían otra cosa que no fuera champán y ella siempre tenía una botella a punto metida en hielo…, pero no, recordó haber leído que no bebía nada de alcohol. Pero tendría champán para las visitas. Se sentarían, hablarían, y cuando él le contara la devoción que le tenía desde hacía tiempo y lo del álbum de recortes, ella le preguntaría si le gustaría asistir a un estreno como su acompañante aquella misma noche.
Primero tenía que conocerla. ¿Había algo que pudiera hacer para descargar la batería sin que ella lo supiera? Ya lo averiguaría, preguntaría por ahí y lo haría. Después tan sólo necesitaría unos cables de arranque. Se la imaginó esforzándose para poner el motor en marcha. Se la vería muy hermosa, el esfuerzo y los nervios teñirían con un leve rubor su piel dorada, su pie delicado presionaría con furia el acelerador, pero en vano. En aquel punto él se acercaría diciendo: «¿Puedo ayudarla, señorita Nash?»
– ¡Sabe mi nombre! -diría ella.
La sonrisa enigmática que él le dirigiría despertaría curiosidad en ella.
– Es la batería, ¿no le parece?
Él diría que daba la impresión de que sí, pero que por fortuna casualmente él llevaba unos cables de arranque. En cuanto le hubiera recargado la batería, ella tendría que conducir un poco para evitar que volviera a descargarse. ¿Le gustaría que lo hiciera él? Ella podía ir a su lado mientras conducía, por supuesto. Aquél era un escenario más realista, más que el que ella lo invitara a tomar una copa. Mix la llevaría por Wimbledon Common o tal vez por Richmond Park y ella estaría tan contenta por su conducción y por la maestría con la que se había hecho cargo del coche y de ella que, cuando le preguntara si podía volver a verla, respondería que sí de inmediato. No, no le preguntaría si podía, sino cuándo.
Llegó al Gimnasio Spa Shoshana treinta minutos antes de la hora fijada, por lo que pudo aparcar el coche en un estacionamiento de pago (echaría las monedas en el parquímetro cuando el guardia hubiera doblado la esquina) y luego se quedó en el asiento del conductor y leyó otro capítulo de Las víctimas de Christie. Reggie no parecía haber pensado mucho en encontrar chicas. Si quería una, conseguía que fuera a su casa, concertaba una visita para someterla al gas con el pretexto de curarle el catarro o de practicarle un aborto, y cuando la chica perdía el conocimiento, la estrangulaba. Primero se la tiraba, por supuesto. A Mix no le gustaba esa parte, él no podría mantener relaciones sexuales con una chica muerta, pero era precisamente eso lo único que movía a Reggie. Y mató… ¿a cuántas? Mix sólo había llegado a la muerte de Hectorina McClennan y le parecía que todavía quedaban más. Aunque no la vieja Chawcer, ella fue la única que escapó. Él, por su parte (y lo consideró de una forma práctica y serena de la que se sintió orgulloso), probablemente no matara más. Suponía un montón de problemas, sobre todo para no dejar rastro después. Excepto a Javy. Ahora que había matado una vez, la idea de volver a hacerlo, y de hacerlo cuando realmente quisiera, ya no parecía tan tremenda.
Leyó otro par de páginas y vio, con cierta atribulación, que sólo quedaban otros tres capítulos por leer; colocó el punto en el libro y, tras comprobar dónde estaba el guardia, echó otro par de libras en el parquímetro y tocó el timbre del establecimiento de Shoshana. Ella respondió con una voz profunda e inquietante y Mix se dio cuenta de que se encontraba acompañada. Luego oyó que decía: «Te veré la próxima semana». La puerta se abrió al empujarla. Mix tenía la garganta seca y el corazón le latía más rápido ante la posibilidad de encontrarse a Nerissa por las escaleras, pero la mujer que bajó era de mediana edad y con sobrepeso. No podía evitarlo, oiría las predicciones para su futuro e intentaría averiguar a qué horas venía Merissa; si era necesario, preguntaría.
Mix nunca había visto nada parecido a esa habitación en la que estaba sentada Shoshana. Allí hacía mucho calor y estaba muy oscuro para la hora que era. Su olfato delicado olió a humo de tabaco. El hecho de que las cortinas estuvieran sujetas con esos grandes broches toscos no sólo le pareció excéntrico, sino también decididamente desagradable. Intentó no mirar al búho y se volvió de forma aún más deliberada para no ver al mago de vestiduras grises situado detrás del asiento de Shoshana. Se había esperado que ella fuera un personaje sofisticado, una mujer hábilmente maquillada y esbelta, tal como correspondería a la propietaria de un centro de belleza. No era mucho lo que dejaba a la vista, pero a Mix le bastó con lo que pudo ver: un rostro arrugado y unos ojos negros de mirada penetrante en unos ropajes del mismo color que las nubes tormentosas.