Выбрать главу

14

Abbas Reza no se apercibió de la ausencia de Danila hasta que ésta no le pagó el alquiler. Él contaba con que le pagaran los alquileres en metálico, a ser posible con billetes de cincuenta y veinte libras metidos en un sobre que a su vez introducían en el buzón de su puerta. Nada de cheques ni tarjetas de crédito. El sábado pasado la señorita Kovic no había pagado el alquiler y ahora había pasado otra semana. Él ya había ido a aporrear su puerta para reclamárselo, pero no obtuvo respuesta, ni siquiera a las doce y media de la noche. No le había parecido que la muchacha fuera una de esas que no vuelven a casa, ni un ave nocturna, en absoluto, pero se había equivocado. Ahora que la joven llevaba unos cuantos meses en Londres se estaba habituando, cambiando sus buenos hábitos por malos, igual que les ocurría a todas. Tal eran la corrupción y el mal progresivo del mundo occidental donde se ridiculizaba a Dios y la moral había salido volando por la ventana. A veces pensaba con nostalgia en Teherán, pero no por mucho tiempo. En general, estaba mejor aquí.

La empleada eventual, que aún seguía en el gimnasio Shoshana, era eficiente, más atractiva que la chica bosnia y, con esa figura regia, su pose refinada y su rostro como el de una diosa nórdica, suponía una buena publicidad para el spa. Era una pena que no fuera a quedarse. Shoshana había obtenido varias respuestas a su anuncio y estaba entrevistando a las candidatas. La clientela aumentaba con rapidez. Había vuelto ese idiota que creía que vivía en una casa encantada y había tenido que contenerse para no echarse a reír en su cara cuando le dijo que evitara el número trece si quería evitar volver a ver al fantasma. Casi se había olvidado de la existencia de Danila.

Kayleigh no lo había hecho. Antes de conocer a Mix, Danila hubiera dicho que Kayleigh era la única amiga que tenía en Londres. No es que se hubieran visto mucho, pues Kayleigh empezaba su turno cuando Danila lo terminaba.

Ésta no tenía teléfono en su habitación de Oxford Gardens, de manera que Kayleigh había realizado varios intentos de llamarla a su móvil. Sonaba y sonaba, pero siempre en vano. Kayleigh aún no estaba preocupada. Si a Danila le hubiese ocurrido algo, como que la hubieran asaltado o atacado, habría salido en los periódicos. Podría ser que estuviera enferma y no contestara al móvil. De todos modos, no estaría enferma durante quince días, y ya hacía más de dos semanas desde el día en que Shoshana la había llamado y Danila no respondió. Kayleigh se acercó a la casa de Oxford Gardens.

Todas las habitaciones y los dos pisos tenían portero automático. Abbas Reza se enorgullecía de organizar las cosas como era debido. Además, no quería que las visitas lo despertaran a todas horas. Kayleigh llamó al timbre de Danila una y otra vez y, al no obtener respuesta, pulsó el botón de arriba en el que había escrito de manera un tanto misteriosa: Sr. Reza, director de la casa, como si fuera un director de un colegio.

Un hombre delgado y bastante atractivo, con un bigote pequeño y unos cabellos tan negros y relucientes que bien podrían estar pintados, abrió la puerta. Parecía tener poco menos de cuarenta años.

– ¿En qué puedo servirle?

Fue educado porque Kayleigh era una rubia guapa de veintidós años.

– Busco a mi amiga Danila.

– Ah, sí, la señorita Kovic. ¿Dónde está? Eso es lo que yo me pregunto.

– Yo también me lo pregunto -repuso Kayleigh-. No responde a mis llamadas y ahora usted me dice que no está aquí. ¿Cree que podríamos entrar en su habitación?

Al señor Reza le gustó ese «podríamos». Esbozó una sonrisa tranquilizadora.

– Lo intentaremos -dijo.

Primero llamaron a su puerta. Quedó claro que dentro no había nadie. El casero introdujo su llave, la hizo girar y entraron. Al hacerlo, le sobrevino la idea de que la joven podría yacer allí muerta. Por desgracia, eran cosas que ocurrían, tanto en Teherán como en Londres. ¡Menuda impresión para esa joven tierna que sin duda no se había corrompido! Pero no, allí no había nada. Nada, salvo el desorden en el que parecía vivir todo el mundo, prendas de ropa tiradas por todas partes, una taza de té vacía con posos antiguos y, en el fregadero, sumergidos en agua fría con una capa de grasa flotando, un plato, un cuchillo y un tenedor. La cama estaba hecha de cualquier manera. Junto a ella, encima de una pila de revistas, había uno de los folletos del Gimnasio Spa Shoshan, en papel satinado de color turquesa y plateado.

– Ésta se ha largado a la chita callando -dijo Abbas Reza, pensando en su alquiler-. Ya lo he visto otras veces, muchas, muchas veces. Lo dejan todo así, siempre es lo mismo.

– Yo no creo que fuera de esa clase de personas. Estoy muy sorprendida, de verdad.

– ¡Ay! Es usted una ingenua, señorita…

– Llámeme Kayleigh.

– Es usted una ingenua, señorita Kayleigh. Con lo joven que es no ha visto la maldad del mundo como yo. Su pureza está inmaculada. -El señor Reza había dejado a su esposa en Irán años atrás y se consideraba libre desde el punto de vista amatorio-. No se puede evitar. Cortamos por lo sano.

– No se puede decir que yo haya cortado por lo sano exactamente -repuso Kayleigh cuando volvieron a bajar-. A menos que incluya en ello el hecho de perder a una amiga.

– Por supuesto. Lo incluyo, naturalmente. -El señor Reza estaba pensando que podría vender la ropa de Danila, aunque no tendría mucho valor. No obstante, mientras estaban en la habitación se había fijado en un reloj que parecía ser de oro y en un reproductor de cedés nuevo-. Venga, le haré una taza de café.

– Oh, gracias. Se la acepto.

Había pasado una hora cuando Kayleigh volvió a salir a Oxford Gardens, bastante animada por el café más fuerte y espeso que había probado en su vida y con una cita para la tarde siguente con el hombre al que ya llamaba Abbas. Se había olvidado de Danila, pero entonces volvió a pensar en ella y vio que no podía estar totalmente de acuerdo con su nuevo amigo en cuanto a que su inquilina se había largado sin decir nada, que sencillamente se había ido. Era una persona desaparecida, se dijo Kayleigh. Las palabras le sonaron muy serias. «Danila es una persona desaparecida -repitió-, y la policía debería saberlo.»

Era una mañana más fresca y nublada de lo que solían serlo últimamente y Mix se encontraba una vez más sentado en su coche en lo alto de Campden Hill Square. Debería haber estado en casa de la señora Plymdale. Ésta lo había llamado al móvil para decirle, muy amablemente, eso sí, que la cinta nueva que le había colocado en la máquina de correr se había soltado la noche anterior. ¿Podría ir a arreglarla lo antes posible? Mix había dicho que estaría con ella a las once de la mañana, pero en cambio estaba frente a la vivienda de Nerissa, desesperado por verla. Era como si ella fuera su dosis. Había hecho una visita en Chelsea y otra en West Kensington, pero le resultaba imprescindible tomar un poquito más de la droga antes de continuar trabajando. El hecho de verla la semana anterior, de hablar con ella y de que ella hablara con él no había mejorado las cosas en absoluto. Las había empeorado. Antes había querido conocerla por la fama que podía conferirle estar con ella. Ahora estaba enamorado.

Esperó y esperó mientras leía el último capítulo de Las víctimas de Christie, pero sin dejar de levantar la mirada cada pocos segundos por si acaso aparecía ella. No lo hizo hasta las doce y media, vestida con un traje chaqueta de color blanco, elegante y muy corto, y unas inapropiadas zapatillas de deporte. En la mano llevaba un par de sandalias blancas con unos tacones de diez centímetros. Mix supuso que esos zapatos eran para ponérselos cuando llegara adondequiera que fuera y las zapatillas de deporte eran para conducir. La seguiría. Ahora que la había visto no podía soportar perderla de vista.