La joven pasó junto a él, pero Mix no sabía si lo había visto o no. Condujo siguiendo su coche por Notting Hill Gate y bajó por Kensington Church Street. Por una vez no había mucho tráfico y se mantuvo detrás de ella. Desde Kensington High Street Nerissa se dirigió al este y él hizo lo mismo. En un semáforo en rojo ella volvió la cabeza y él supo que lo había visto. La saludó con la mano y ella esbozó una leve sonrisa antes de seguir adelante.
Antes de acudir a la policía, Kayleigh llamó a información telefónica y les pidió el número de una tal señora Kovic que vivía en algún lugar de Grimsby. Sólo encontraron a una mujer con ese nombre. La primera a la que Kayleigh llamó era inglesa, una mujer de Yorkshire que se había casado y divorciado de un serbio. La madre de Danila había sido su cuñada. Le dio un número de teléfono y Kayleigh habló con el padrastro de Danila, que parecía tener miedo de verse involucrado.
– Si le ha pasado algo, no quiero saberlo -dijo-. No nos llevábamos bien. Esto no tiene nada que ver conmigo.
– Ella no tenía a nadie más -dijo Kayleigh-. He estado muy preocupada.
– ¿Ah, sí? Pues no sé qué piensa que puedo hacer yo. Mírelo desde mi punto de vista. He perdido a mi esposa y tengo que criar a dos chicos. Danny y yo nunca tuvimos una buena relación, y cuando la vi en el funeral, le dije que yo iría por mi camino y que ella fuera por el suyo…, ¿estamos?
Kayleigh empezaba a tener la impresión de que nadie sentía mucho afecto por Danila. Madam Shoshana se había olvidado rápidamente de su existencia. Esta indiferencia la asustaba. Era muy distinto a los sentimientos que reinaban entre los miembros de su familia, donde sus padres se tomaban mucho interés en todo lo que hacían sus hijos y tenían leves arrebatos de preocupación si uno de ellos no estaba inmediatamente disponible al teléfono. Kayleigh fue a la policía en Ladbroke Grove y rellenó un formulario de búsqueda de personas desaparecidas, pero no dijo nada de la conversación que había mantenido con el padrastro de Danila.
Nerissa iba al restaurante de Saint James’s para comer con su agente y el motivo de esa comida era que una revista de prestigio internacional había solicitado sacarla en la portada y publicar un artículo de cuatro páginas sobre ella. Aparcó el Jaguar en una zona de estacionamiento de Saint James Square y se cambió las zapatillas de deporte por las sandalias blancas de tacón de aguja. La comida tendría que ser corta o le pondrían el cepo. Cuando estaba cerrando el coche, llegó ese hombre, el que le había hablado el jueves frente a la casa de aquella anciana. Era la tercera vez que se lo encontraba y supo que la estaba siguiendo, lo cual le provocó cierta grima.
No era el primer acosador de su vida. Ya había habido varios, en particular uno que pasaba por casa de sus padres cuando ella era muy joven y aún vivía con ellos; pero al final su padre, que era un hombre grandote y de piel muy oscura, cosa que suponía una temible amenaza para el que llamaba a la puerta, había conseguido intimidarlo. Su querido papá era un guardaespaldas magnífico. El otro acosador había sido muy similar a éste, la esperaba delante de su casa y la seguía. Fue la policía la que le advirtió que no continuara. Mientras caminaba en dirección a Saint James’s Street, Nerissa pensó que lo curioso era que todos ellos se parecían mucho. Eran todos de estatura mediana, de poco más de treinta años, rubios, con un rostro anodino y ojos que miraban fijamente. Aquél la seguía entonces por King Street, probablemente a poco menos de cincuenta metros por detrás de ella. Llegaba un poco pronto a la comida y se preguntó si podía hacer algo para quitárselo de encima.
Las tiendas de Saint James’s Street no son de esas en las que una mujer puede entrar a curiosear y, si es necesario, refugiarse detrás de los percheros con ropa o desaparecer en el tocador de señoras. No había donde esconderse. Si se detenía a mirar el escaparate de la sombrerería o cruzaba la calle para entretenerse un rato frente a la espléndida vinatería, ¿se lo tomaría como un motivo para hablar con ella? Lo que no debía hacer era mirar atrás. Se le había resbalado la tira que sujetaba la sandalia al pie por encima del tacón alto y el zapato le golpeaba la planta. Se inclinó para ponérselo bien, sintió una presencia de pie a su lado y al levantar la vista con renuencia… se encontró con el rostro de Darel Jones.
Ni que hubiera sido su padre se hubiese alegrado tanto y, casi de manera involuntaria, dijo:
– ¡Vaya, cuánto me alegro de verte!
Él pareció sorprendido.
– ¿Ah, sí?
– Hay un hombre que me está acosando. Mira. No, ya se ha marchado. Ha sido por ti, seguro. Te vio, pensó que eras amigo mío y… desapareció. ¡Qué maravilla!
Si le importó que lo tomaran por un amigo suyo, él no lo dejó traslucir.
– Esto del acosador… es una cosa muy seria. Tendrás que informar a la policía.
– No puedo estar poniendo denuncias continuamente. No es el primero, ¿sabes? Quizás ahora desista. Siempre espero que lo hagan. Pero, bueno, ¿qué estás haciendo por aquí?
– Yo podría preguntarte lo mismo. Soy banquero -señaló un edificio de estilo georgiano en el que se leía en una placa metálica: LASKY BROTHERS, BANCA INTERNACIONAL DESDE 1782-. Trabajo allí.
– ¿En serio? -Nerissa tenía una idea muy limitada de lo que hacía un banquero-. Quieres decir que si entrara ahí y les pidiera que me hicieran efectivo un cheque, ¿tú estarías detrás de esa cosa de cristal y me darías un puñado de billetes?
Él se echó a reír.
– No es exactamente así. He salido para comer. Supongo que tú no…
– Voy a comer con mi agente -dijo ella-. Tengo que ir sin falta. -Lo miró con un amor vehemente recordando la predicción de Madam Shoshana-. Ojalá no tuviera que hacerlo, pero debo ir.
– En tal caso, te digo adiós. -Quizá fuera su imaginación, pero Nerissa nunca lo había visto de esa manera, tan interesado en ella, tan curioso sobre ella-. ¿Sabes una cosa? -dijo- Eres muy distinta de… esto… de la idea falsa que tenía de ti -y se marchó.
Nerissa entró en el restaurante donde ya vio que su agente la esperaba en una mesa. ¿Qué había querido decir con eso de «idea falsa»? ¿Que creía que era horrible y había descubierto que no? ¿O, más probablemente, que a pesar de esa mirada que podría haber sido de mera simpatía, hubiera pensado que era simpática, pero ahora había descubierto que era horrible? De todas formas, había estado a punto de pedirle que fuera a comer con él…
Un mensaje urgente convocó a Mix a la oficina central. El director del departamento, el señor Fleisch, tenía unas cuantas cosas que decirle. Habían recibido una llamada de la señora Plymdale, que ya no se había mostrado indulgente ni fácil de tratar, para quejarse de que la cinta nueva que le había instalado en su cinta de correr se había soltado y que, aunque le había prometido reparársela a las once, no había aparecido. Ella tenía que utilizar la cinta de correr cada día o perdería el ritmo. Necesitaba hacer ejercicio de verdad. Sus progenitores habían muerto de enfermedades cardíacas y la mujer estaba desesperada. Y no era solamente eso, sino que además el señor Fleisch se había enterado por medio de Ed West de que Mix no había realizado dos visitas esenciales que tenía que hacer él y que no pudo hacer porque estaba enfermo.
– Estoy pasando por una mala racha -dijo Mix sin más explicación.
– ¿Qué clase de mala racha?
– No he estado bien. He estado deprimido.
– Entiendo. Te concertaré una cita con el médico de empresa.
A Mix le hubiese gustado rechazar la oferta, pero no supo cómo hacerlo. Lo empeoraría todo si no iba a ver al médico, un anciano adusto que se había granjeado la antipatía del personal. Mix se fue a casa. Había sido un mal día. Todo el tiempo que había estado siguiendo a Nerissa había estado planeando qué le diría cuando, después de acortar las distancias según lo planeado, ella volviera la cabeza y lo viera. Lo primero que haría sería recordarle lo del jueves pasado, luego tal vez disculparse si había ofendido a su madre. ¿Querría demostrarle que no estaba resentida yendo a tomar un café con él? La joven se había mostrado tan dulce y gentil en la anterior ocasión que él creía que lo haría, lo cierto era que no podría negarse dadas las circunstancias. Pero entonces había aparecido ese hombre, un joven atractivo que parecía ser amigo suyo. ¡Tenía que pasarle a él! Pero no iba a dejar que eso lo desanimara.