– Asegúrese de que pase por aquí -dijo Olive con brusquedad.
La tos de Gwendolen se oía desde abajo. Olive volvió a subir agarrándose a la barandilla. A la edad de Gwen, sería mucho más sensato vivir en un piso.
– El médico vendrá mañana.
– Me pondré el vestido azul nuevo.
– No, Gwen, no te lo pondrás. Te quedarás en la cama. Voy a traerte una jarra de agua y un vaso. Tienes que beber mucho. Y lo mejor será que no comas. Le dije a Queenie que estabas enferma y vendrá a mediodía. ¿Dónde tienes la llave de la puerta? -Gwendolen no respondió. Tosía demasiado-. No importa. Ya la encontraré. -Lo hizo, después de buscarla durante diez minutos.
Uno de los mensajes que Mix tenía en el móvil era del jefe del departamento para decirle que le habían concertado una cita con el médico para el miércoles a las dos de la tarde. El otro mensaje era de una tal Kayleigh Rivers en el que le recordaba que tenía un contrato de mantenimiento con el gimnasio y que, por favor, acudiera lo antes posible, puesto que una bicicleta estática y una cinta de correr habían dejado de funcionar.
El gimnasio era el último lugar al que Mix quería acercarse. Alguno de los clientes podría recordar haberlo visto charlando con Danila. Además, aquel lugar le provocaba una especie de aversión general y no definida. Sabía que en cuanto pusiera los pies en aquel sitio se iba a sentir mal. Lo dejaría correr de momento y luego intentaría rescindir ese estúpido contrato. Al médico sí que tendría que ir. Seguro que le decía que tenía algún problema, los médicos siempre hacían lo mismo, lo cual le resultaría ventajoso, puesto que ya tendría la excusa para olvidarse de realizar visitas y no cumplir con los trabajos. No era que quisiera faltar al trabajo de forma permanente, lo que ocurría era que en aquellos momentos no estaba en condiciones, entre el cadáver, el hedor, las mujeres que no paraban de entrar y salir de la casa a todas horas… y Nerissa.
Mix se encontraba cerca de la casa de la joven, a cierta distancia calle abajo, y llevaba allí desde las nueve. Tal como se sentía, eso le servía de terapia. A las once, cuando ella todavía no había aparecido, lo dejó por aquel día, condujo hasta Pembridge Road y en la librería de segunda mano que hay allí encontró un libro titulado Crímenes de los años cuarenta del que no había oído hablar. Se lo compró porque tenía un capítulo sobre Reggie.
De vuelta a Campdem Hill Square, abrió el libro y descubrió que éste contenía menos información sobre los asesinatos de Rillington Place de lo que había creído al principio. En cierto modo, había malgastado el dinero. No obstante, las fotografías eran las mejores que Mix había visto. El frontispicio, con una foto grande de Reggie cuando lo conducían a los tribunales, era particularmente bueno. Mix contempló aquel rostro de rasgos bien esculpidos, la boca estrecha y la nariz grande, las gafas con montura de concha. «¿Qué harías tú en mi situación? -preguntó a la foto-. ¿Qué harías?»
Nerissa lo vio desde una ventana del piso de arriba y pensó en alguna medida que pudiera tomar. Como llamar a la policía, por ejemplo. Pero el hombre no estaba haciendo nada malo. Ya se cansaría de esperar, seguramente tendría trabajo que hacer y ella no iba a salir hasta mediodía. Le hubiese gustado ir a correr un poco antes, pero eso era imposible estando él allí.
La noche anterior había tenido la certeza de que Darel Jones la llamaría. No le resultaría difícil conseguir su teléfono a través de su madre, quien se lo pediría a la madre de Nerissa. Se había quedado en casa toda la tarde, esperando a que telefoneara. En realidad, estuvo sentada junto al teléfono por si acaso sonaba y no podía cogerlo a tiempo. Como una adolescente. Como si tuviera quince años, con su primer novio. Cuando se hicieron las diez, supo que no iba a suceder. Muchos hombres la hubieran llamado pasadas las diez, e incluso pasadas las once, pero Darel no. De alguna forma lo sabía. Decepcionada, se había ido pronto a la cama.
Algunas mujeres no esperarían, serían ellas las que llamarían al hombre por teléfono. ¿Por qué ella no podía hacerlo? No lo sabía, tendría algo que ver con la manera en que la había educado su madre, sin duda. Al día siguiente tenían que empezar con las fotos para la portada y el artículo de esa revista y poco después de eso empezaba la Feria de la Moda de Londres. Naomi, Christy y ella estarían en la pasarela. Eran sus últimos días de libertad, y en lugar de estar divirtiéndose, estaba allí de pie frente a la ventana, observando a un hombre que la observaba. Su agente le había dicho que ése era el precio de la fama y luego le dijo que llamara a la policía. Ella se resistía a hacerlo. Quizá reuniera valor suficiente para meterse en el coche sin mirar en su dirección, podría ir a casa de su cuñada para ver al bebé. O quizás esperara un poco, le daría media hora. Primero iría a ver a Madam Shoshana, a que las piedras o las cartas pronosticaran la última entrega de su futuro. ¡Ojalá ese tipo se diera por vencido y se marchara!
Se dio una ducha, se roció con colonia Gardenia de Jo Malone y sin querer tiró el tapón al suelo, se puso unos pantalones de corte militar y una camiseta de color amarillo canario. Su madre decía que era un tono difícil al tiempo que reconocía que ella, con su color de piel, podía llevarlo perfectamente. No recogió el chándal que se había quitado y que cayó al suelo y, dejando tras de sí un rastro de pañuelos de papel y de algodón, fue a echar otro vistazo por la ventana de su dormitorio. Él continuaba allí. Ojalá la casa tuviera otra salida, una que diera a un callejón trasero como tenían algunas de las casas de Notting Hill. Debería haberlo pensado antes de comprarla.
Si no se apresuraba, llegaría tarde a su cita. Bajó decidida a arriesgarse, pero cuando echó una última mirada, él se había marchado. Nerissa se sintió embargada por una abrumadora sensación de alivio. Tal vez no regresara, tal vez ya se hubiera hartado.
Durante todo el camino hasta el gimnasio de Shoshana casi esperaba ver aparecer de pronto el coche de aquel hombre por una calle lateral…, un coche azul, un Honda pequeño cuya matrícula empezaba por LCO y algo más…, pero debía de haberse ido. Era de suponer que trabajaría en alguna parte. Por su culpa, Nerissa llegó con diez minutos de retraso. Al subir las escaleras recordó de repente que en una ocasión que bajaba por ellas se cruzó con una joven que subía, una chica de rasgos morenos y marcados que le recordó a las fotografías que había visto de mujeres en la guerra de Bosnia. «Es curioso que haya pensado en ella», se dijo. Shoshana le había contado (cuando ella le preguntó) que la joven trabajaba en el gimnasio y que se llamaba… ¿Danielle, tal vez?
La habitación se hallaba a oscuras y olía a incienso como siempre, pero aquel día Shoshana llevaba un vestido negro de seda con lunas y planetas anillados bordados en el corpiño. Un velo sujeto por una especie de tiara cubría sus cabellos.
– Elijo las cartas, no las piedras -anunció Nerissa con firmeza.
A Shoshana no le gustaba que le ordenaran nada, pero sí le gustaba el dinero y Nerissa era una buena clienta.
– Muy bien. -En sus palabras subyacía la implicación: allá te las compongas-. Coge una carta.
La primera que tomó Nerissa fue la reina de corazones, la segunda también, y la tercera.
– Se te promete muy buena suerte en el amor -dijo Shoshana, que se preguntaba cómo había podido permitir que aparecieran tres reinas seguidas. Sería mejor que la próxima carta fuera el as de picas. Pero no lo fue. Nerissa sonrió con alegría.