Выбрать главу

Él se lo dijo, con impaciencia.

– Entonces debe de ser mañana cuando vendrán los de la carcoma. Vienen a ver la que hay en la habitación que se encuentra junto a su piso. No recuerdo el nombre de la empresa, pero da lo mismo. -Un acceso de tos hizo que se sacudiera-. ¡Ay, Dios! Casi no puedo ni hablar. Una de mis amigas les abrirá la puerta. Espero que saquen las tablas del suelo y averigüen qué es ese olor tan espantoso.

Había ropa vieja por todo el dormitorio. Al menos podría haber limpiado las cenizas de la chimenea, ¿no? No había estado siempre enferma. La atmósfera era irrespirable y hacía un calor tremendo, palpable. Había moscas por todas partes, revoloteando en el polvoriento haz de luz del sol.

– ¿Abro una ventana?

La mujer no estaba tan enferma como para no volverse contra él.

– No lo haga, por favor, a menos que quiera que muera congelada. Déjelo. -Tosió, tosió y tosió…

16

Nerissa reconoció a la chica por la fotografía del periódico. Kayleigh lloró al verla y Abbas Reza trató de consolarla diciéndole que seguro que Danila aparecería sana y salva. Shoshana nunca leía la prensa. La camarera del Kensington Park Hotel tal vez la hubiese reconocido como a la acompañante de Mix, pero no vio la fotografía porque se había ido a España para trabajar en un bar de la Costa Blanca. A Mix no le hacía falta verla. A él le bastaba con saber que ésa u otra fotografía estaban allí. El periódico había conseguido la foto de uno de los hermanos de Danila, quien se la entregó mientras su padrastro estaba ausente.

Mix estaba sentado abajo en el salón, estudiando las Páginas Amarillas, aunque hacía ya una hora que debería estar trabajando. Tenía tantos mensajes en el teléfono móvil que los borró todos sin ni siquiera leerlos. Lo ideal sería telefonear a todos esos especialistas en carcoma para averiguar cuál de ellos era el que iba a venir, pero había docenas, por no decir cientos. Hizo un intento de prueba en dos de ellos y hubiera tenido que mantenerse tanto rato a la espera, apretando ahora una tecla y luego otra mientras escuchaba el hilo musical que al final abandonó. Lo único que podía hacer era tomarse el día libre, quedarse allí y abrir personalmente la puerta al empleado. O más bien no abrírsela, decirle que ya no requerían de sus servicios. Si esa tal señora Fordyce o la otra insistían en quedarse, bien podría ser que tuvieran un altercado en el umbral. Mix tenía que evitar de algún modo que eso ocurriera.

Tendría que llamar a la oficina central y decir que estaba enfermo. El médico vendría durante la tarde y el hombre de la carcoma en cualquier momento. Aquella noche se suponía que iba a tomar una copa con Ed. Si no hubiese accedido a llevarle el té a la vieja Chawcer, no se hubiera enterado de lo del hombre de la carcoma… No soportaba pensar en las consecuencias. Ello lo llevó de nuevo a la habitación donde Danila yacía debajo de las tablas del suelo. Con aquel calor extremo, el olor era aún peor, era asqueroso, como las cosas que se pudren en el fondo de un frigorífico que alguien ha desenchufado. Tuvo ganas de romper una ventana para que se fuera un poco el hedor, pero pensó en el ruido que haría y en el alboroto que provocaría.

Tenía que trasladar el cadáver lo antes posible. En cuanto se hubiera quitado de encima al hombre de la carcoma y se hubieran marchado tanto el médico como esas dos mujeres, lo movería y lo bajaría a rastras por esos cincuenta y dos peldaños. De momento no podía quedarse en su piso, puesto que se encontraba demasiado arriba, demasiado distante. Tenía que asegurarse de oír el timbre de la puerta cuando llegara gente y, de ser posible, situarse allí donde pudiera verlos venir. Cuando ya bajaba y estaba en mitad del tramo embaldosado, oyó que una llave giraba en la cerradura de la puerta principal. La abuela Fordyce o la abuela Winthrop. Era Fordyce, la que tenía las uñas largas y rojas. Mix la oyó subir lenta y ruidosamente las escaleras y se encontraron frente a la puerta del dormitorio de la vieja Chawcer.

– Buenos días. ¿Qué tal se encuentra hoy?

– Perfectamente -mintió Mix.

– ¿Le ha dado de comer al gato?

– ¿Yo?

– Sí, usted -repuso Olive Fordyce-. Yo no veo a nadie más por aquí, ¿usted sí? Por favor, póngale un poco de comida al pobre animal enseguida. -Entró en el dormitorio de la vieja Chawcer.

«Me habla como si fuera su criado», pensó Mix. ¿Por qué no podía dar de comer al maldito gato ella misma? Él le tenía bastante miedo a Otto, que le dirigía miradas casi humanas de aversión, pero entró en la cocina y echó un vistazo a su alrededor en busca de alguna lata de comida para gatos. Su madre había sido igual de desordenada que Chawcer, motivo por el cual él era tan maniático con la limpieza de la casa, de manera que tenía una idea bastante aproximada de dónde buscar. Del fondo de un armario lleno de patatas que se habían grillado y de cebollas con brotes verdes, salió a la luz una lata decorada con la fotografía de un gato lamiéndose las patas. Mix vació medio bote en un plato y lo dejó en el suelo junto a una bolsa grande de plástico llena hasta los topes de puntas de hogaza y panecillos enmohecidos.

Lo cierto era que no importaba que viniera el médico, como si no llegaba a venir, salvo por el hecho de que mientras estuviera allí Chawcer no podría levantarse de la cama y andar por la casa. La visita importante era la del hombre de la carcoma. Mix llevó una silla tapizada con una gastada tela de pana marrón junto a la ventana de la fachada, desde donde podría vigilar la calle sentado. Se había dejado el teléfono móvil arriba. Daba igual, si hacía falta podía usar el teléfono de la mujer. Allí lo encontró Olive Fordyce al cabo de media hora.

– No creo que Gwen haya mejorado nada. Esa tos suena como a pleuritis. Imagínese, con este calor. ¿Qué está haciendo aquí?

Mix no respondió.

– ¿Cuál es el nombre de la empresa a la que ha llamado para que miren lo de la carcoma?

– ¿A mí me lo pregunta? ¿Cómo quiere que lo sepa? Pregúnteselo a ella.

– Se le ha olvidado.

Olive tomó asiento. Para ser un ángel de bondad que tenía que subir escaleras, llevaba unos zapatos muy poco adecuados, rojos, puntiagudos y con unos tacones de cinco centímetros. Aun sin mirar, notaba que se le estaban hinchando los tobillos.

– Quería que subiera a esa habitación y viera qué me parecía. Dice que huele raro.

A Mix le pareció que, de no haber estado sentado, se hubiera caído al suelo. La cabeza le daba vueltas. Consiguió decir:

– Ya lo mirarán los de la carcoma.

– Bueno, tengo que reconocer que ahora mismo no tengo ganas de subir ahí arriba. Mis pobres pies están muy hinchados, siempre me ocurre lo mismo con el calor. Lo cierto es que Gwen debería instalar un salvaescaleras.

No había nada que responder a eso. La mujer se puso de pie y tuvo dificultades para mantener el equilibrio.

– Estará usted aquí para abrirle al médico, ¿no?

Mix tenía ganas de gritarle alguna grosería, pero recordó que, por improbable que fuera, aquella mujer debía de ser la tía abuela de Nerissa.

– Supongo que sí -respondió.

La observó con desprecio mientras la mujer se alejaba calle abajo con paso tambaleante. ¡Si esas ancianas vieran la pinta que tenían! Daba la impresión de que ni ésta ni la otra iban a regresar aquel día, y eso le favorecía. Tendría el control de la casa, de quién iba y venía. El hombre de la carcoma no iba a entrar a la fuerza y el médico no iba a subir para averiguar de dónde provenía el olor. «Estate atento -se dijo-. Sólo es cuestión de esperar.»

Nerissa recibió la llamada mientras esperaba a que llegara el taxi que tenía que llevarla a una sesión fotográfica en el hotel Dorchester. Casi había abandonado la esperanza de saber de él. Si un hombre al que has conocido (o con el que has vuelto a encontrarte) no te llama por teléfono dentro de las cuarenta y ocho horas siguientes, lo más probable es que no te llame nunca. Sin embargo, la invitación que le hizo fue tan distinta a cualquiera que hubiese recibido anteriormente que por un momento se preguntó si no sería una broma.