Mix no osaba saltarse ninguna visita más ni dejar ningún otro mensaje sin responder. Colette Gilbert-Bamber no había dado señales de vida, pero él no se arrepentía de nada. Por reacio que fuera a acercarse a aquel lugar, condujo hasta Westbourne Grove para dirigirse al Gimnasio Spa Shoshana. Eran las diez de la mañana.
Pulsó el timbre y le respondió una voz desconocida que arrastraba las palabras de esa manera afectada que él denominaba «pija».
– Soy Mix Cellini. Vengo a reparar las máquinas -dijo.
No hubo respuesta, pero la puerta se entreabrió con un zumbido. Mix entró y al levantar la cabeza se encontró cara a cara con Nerissa que bajaba las escaleras. Por un momento creyó que debía de esta alucinando, no podía creer su suerte. Era como si el destino lo estuviera compensando por su terrible experiencia de la noche anterior. Al final logró decir algo, pero le salió una voz un tanto estridente.
– Buenos días, señorita Nash.
Ella lo miró sin sonreír.
– Hola -respondió, y pareció atemorizada.
– Por favor, no se ponga nerviosa -dijo Mix-. Es que…, es que siempre me alegro de verla.
La joven estaba muy hermosa (no podía evitarlo) vestida con unos vaqueros y una camiseta de algodón sobre la que llevaba un poncho de color rojo. Se había detenido en mitad del tramo de escaleras y se quedó allí parada, como si tuviera un poco de miedo de pasar por su lado.
– ¿Me ha seguido hasta aquí?
– ¡Oh, no! -repuso Mix en un tono que intentaba ser tranquilizador-. No, no, no. Yo trabajo aquí, realizo el mantenimiento de las máquinas. -Se apartó de las escaleras y aguardó junto al ascensor-. Baje, por favor. No voy a hacerle daño.
La madre de la chica y la tía abuela, también, debían de haberse empeñado en predisponerla en su contra. Le gustaría matar a esa vieja Fordyce. Nerissa descendió lentamente los peldaños y al llegar al pie de la escalera vaciló antes de decir:
– Bueno, adiós. Por favor, no… -salió rápidamente por la puerta antes de terminar la frase.
Mix pensó que lo que iba a decir era algo así como: por favor, no piense que soy grosera, es que no lo entendí. O: por favor, no crea que pensé que iba a hacerme daño. Alguna cosa por el estilo. Era tan agradable como hermosa, buena y dulce. Debía de ser la arpía de su madre la que le habría dicho que le preguntara si la estaba siguiendo, no era una cosa que fuera a salir de ella de manera natural. Las madres podían ser enemigas de sus hijos. Sólo había que fijarse en lo que hizo la suya casándose con Javy y, después de que él se marchara, trayendo a casa a todos esos hombres cuando tenía allí a tres niños que estaban creciendo y aprendiendo de su comportamiento disoluto. La madre de Nerissa debería estar agradecida por el hecho de que su hija tuviera a alguien que la adoraba y, lo que era más, que la respetaba a la antigua.
El ascensor ya lo había dejado en el piso donde estaba situado el gimnasio. En el lugar que había ocupado Danila la primera vez que Mix estuvo allí había una mujer casi tan guapa como Nerissa, salvo porque ella tenía la piel oscura en tanto que esta otra era una rubia ártica, de piel blanca como la nieve, con una cabellera pálida como un glaciar y dedos largos de uñas plateadas. Debía ser ella quien había contestado al timbre.
– Avisaré a Madam Shoshana de que ha venido -anunció con voz de debutante.
Mix habría preferido que no lo hiciera. Lo más probable era que esa vieja adivina loca no lo recordara de la sesión que tuvieron en esa habitación del piso de arriba, pero podría ser que sí. Y si se acordaba de él, ¿le parecería raro que fuera la misma persona con la que tenía un contrato de mantenimiento? ¿Acaso importaba eso? Mix prefería que nadie encontrara nada raro en su comportamiento. No quería llamar la atención. De todas formas Shoshana no iba a subir, le mandaría un mensaje a través de aquella chica de aspecto increíble. La miró una vez más.
Con la misma voz que Eliza Doolittle después de su transformación, la joven dijo:
– ¿A quién cree que está mirando?
Mix se alejó unos pasos.
– ¿Cuáles son las máquinas que hay que revisar?
– Madam se lo enseñará. Yo soy nueva.
Antes de que Mix pudiera responder, Shoshana salió del ascensor cubierta con unas vestiduras negras y collares de azabache y con el mismo aspecto que una sacerdotisa druida de luto. Por su mirada, Mix supo que lo había reconocido antes de que la mujer dijera nada, y cuando lo hizo, fue con una voz totalmente distinta de la que él había oído prediciéndole el futuro, un tono estridente y brusco del norte de Londres.
– ¡Cómo ha tardado en venir! Si para usted las tiradas de cartas son más importantes que el trabajo no va a llegar muy lejos. Las máquinas que tiene que arreglar son dos bicicletas, la cuatro y la siete. ¿De acuerdo?
– De acuerdo -contestó Mix entre dientes.
Tuvo que procurar no quedarse boquiabierto cuando la mujer comentó:
– A usted le gustaba esa chica que trabajaba aquí. La flacucha que se marchó sin mediar palabra. No se escaparía con usted, ¿eh?
Mix logró esbozar una sonrisa burlona. Fue una de las cosas más difíciles que había conseguido.
– ¿Conmigo? ¡Qué dice! Pero si apenas la conocía.
– Eso es lo que dicen siempre los hombres. No me gustan los hombres. Bueno, será mejor que empiece con lo que ha venido a hacer.
¡Que horror de vieja! Mix nunca se había topado con una mujer de su edad tan horrible como ella. Hacía sombra a Chawcer, Fordyce y Winthrop juntas. Se estremeció y se concentró en las dos bibicletas estáticas. Las dos necesitaban una pieza nueva, pero era una pieza distinta en cada caso. Mix no llevaba piezas de recambio encima y, puesto que trabajaba por su cuenta en el gimnasio de Shoshana, tendría que robarlas del almacén para conseguirlas. En aquellos momentos no podía hacer nada. Le explicó a la belleza gélida que encargaría las piezas necesarias y que volvería en cuanto las tuviera.
– ¿Y cuándo será eso?
– Dentro de unos cuantos días. No más de una semana.
– Será mejor que sea así. Madam se pondrá histérica si la hace esperar más.
Mix tenía que realizar más visitas. Una de ellas era a una clienta que no había requerido sus servicios anteriormente y que quería pedir una máquina de esquí de fondo. La mujer vivía en un lugar llamado Saint Catherine’s Mews situado entre Knightsbridge y Chelsea, pero, aunque recorrió Milner Street dos veces en ambos sentidos, no pudo encontrar el sitio. «Déjalo -se dijo-. Llámala y que te indique el camino.» Uno de los pocos hombres que tenía máquinas de hacer ejercicio en su casa lo había mandado llamar para que acudiera a Lady Somerset Road, en Kentish Town, pero cuando Mix llegó y aparcó peligrosamente con miedo a que le pusieran el cepo, se encontró con que el señor Holland-Bridgeman no estaba en casa. Mix decidió pasar un momento por Saint Blaise House para echar un vistazo al caldero del lavadero.
Cuando se aproximaba desde Oxford Gardens, se preguntó qué haría si hubiera coches de policía frente a la casa, agentes deambulando por ahí y el jardín acordonado con una cinta de color azul y blanco. Pensó que lo que haría sería dar media vuelta para ir a esconderse a alguna parte, tal vez se dirigiría al norte, pero no a casa de su madre, que o bien tendría a otro amante viviendo con ella, o bien estaría otra vez en la cárcel. ¿Su hermano? Nunca se habían llevado bien. La única persona de la familia con la que tenía cierta relación era Shannon… Saint Blaise Avenue se hallaba vacía de gente y relativamente silenciosa, con los automóviles de costumbre aparcados en fila a ambos lados de la calle. Quedaba un espacio para Mix. Entró en la casa y se quedó allí escuchando, preparado para que la abuela Fordyce o la abuela Winthrop aparecieran de la zona de la cocina con un trapo de sacar el polvo en la mano.