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Como no estaba seguro de que ninguna de ellas se encontrara en la casa, cruzó con cuidado por la antecocina hacia la cocina, un lugar transformado por las operaciones de limpieza que las dos mujeres habían llevado a cabo, y luego entró en el lavadero. Olisqueó el aire, esperó y olisqueó de nuevo. No olía. El envoltorio que utilizó había resultado efectivo. Tal vez Christie hubiera resuelto ese problema concreto de la misma manera… ¿Había plástico en esa época? Se encontró muy poco dispuesto a levantar la tapa del caldero, pero lo hizo. No tenía sentido haberse acercado a casa a esa hora y no hacerlo. El paquete bien envuelto y sellado que constituían la bolsa con la chica dentro estaba tal y como él lo había dejado e, incluso con la tapa levantada, Mix no olió nada en absoluto.

Entonces hizo otro descubrimiento. Si uno no sabía lo que era el paquete del caldero, pensaría que se trataba de una bolsa grande de plástico llena de ropa vieja que alguien había metido allí dentro para dejarla en algún sitio. No investigaría más. Si no olía mal y tenía el aspecto de una de esas bolsas que la gente se llevaba a la lavandería, ¿no estaba perfectamente seguro allí donde se encontraba? Beresford Brown se topó con una situación totalmente distinta. Empezó a instalar una repisa para una radio y, detrás de un tabique de Rillington Place, encontró el cuerpo de una mujer desnuda. No olía porque era pleno invierno y hacía frío. En su caso, allí tampoco olía por la manera en que Mix la había envuelto. ¿Por qué no podía quedarse allí donde estaba? La idea parecía demasiado temeraria y audaz para resultar factible, pero ¿por qué no? ¿No iba a estar continuamente preocupado todo el tiempo que el cadáver permaneciera allí?

La vieja Chawcer no era un ama de casa cuidadosa. Se notaba por todo el trabajo que habían tenido que hacer Fordyce y Winthrop para dejar bien aquel lugar. Ella nunca se acercaría a ese caldero, tenía una lavadora que, si bien era antigua, aún se podía utilizar. En el improbable caso de que la mujer mirara allí dentro, lo único que vería sería una bolsa de plástico con ropa vieja en su interior. Así pues, ¿por qué no dejarla ahí? Mix cerró la tapa, regresó a la cocina caminando lentamente, pensando en este nuevo plan más sencillo, y se encontró de frente con Olive Fordyce. Al entrar con tanto sigilo, Mix tuvo la satisfacción de sobresaltarla, igual que había hecho el fantasma con él, aunque él se había alarmado tanto como ella, pero con más motivo. La mujer llevaba consigo un pequeño perro blanco cuyo tamaño era la mitad del de Otto.

– ¿Qué está haciendo aquí fuera?

– Estaba en el vestíbulo y oí un ruido -respondió Mix.

– ¿Qué ruido? -se mostró muy cortante con él.

– No lo sé. Por eso fui a ver.

La mirada que le dirigió era recelosa e inquisitiva.

– ¿Dónde está el gato?

– ¿Cómo quiere que lo sepa? Hace días que no lo veo.

El perro empezó a husmearle los bajos de los vaqueros.

– Si no le da de comer, se escapará y encontrará a alguien que le dé comida. No hagas eso, Kylie, sé buena. Le alegrará saber -añadió haciendo una pausa- que Gwendolen volverá a casa dentro de uno o dos días.

La mujer le dedicó una amplia sonrisa maliciosa. Era como si supiera lo que estaba pensando. Mix se sujetó en el borde de la encimera recién limpia porque tuvo miedo de caerse. Su idea de dejar el cadáver allí donde se encontraba se desvaneció y comprendió que era imprescindible sacarlo de la casa para que nadie lo descubriera.

– Naturalmente, he ido a verla al hospital, como hago todas las mañanas, y eso es lo que me ha dicho. La enfermera lo confirmó. Dijo que sería mañana -levantó al perro en brazos y lo acarició, como un niño con un juguete-. Y si no, pasado mañana. Ya no tienen a los pacientes ingresados tanto tiempo como antes. Bueno, la verdad es que ya nada es como antes, ¿verdad?

Mix no dijo nada. Era consciente de lo que ella habría esperado que respondiera…, si fuera un joven agradable, claro está. «Será estupendo tenerla de vuelta», por ejemplo, o: «Se alegrará de ver la cocina tan limpia y ordenada». No pudo decir nada, ni una palabra.

– Voy a ir a comprar provisiones para ella. Va a necesitar muchos cuidados. -Agitó la mano que tenía libre y Mix vio que aquel día llevaba las uñas pintadas de color rosa orquídea, como si fuera una jovencita, unas uñas puntiagudas, brillantes y afiladas. Como estaba acostumbrada a mirar a las personas directamente a los ojos y sostenerles la mirada, clavó los suyos en Mix de manera penetrante al tiempo que estiraba el cuello hacia delante ligeramente ladeado-. Va a tener que esforzarse, prepararle el té y ayudarle en lo que le pida. No le hará ningún daño. Ella todavía no va a poder caminar mucho.

– ¿Y usted cuándo volverá? -le preguntó.

– ¿Hoy? No lo sé. Cuando haya hecho la compra. ¿Acaso le molesta?

– Deme la lista y ya iré yo a comprar -dijo Mix.

No había duda de que era lo mejor que podía haber dicho. Por primera vez desde que se habían encontrado en la puerta de la cocina, la mujer le habló en tono agradable.

– Es muy amable por su parte. No voy a decirle que no. Mis piernas lo agradecerán. Le daré dinero. -Se puso a hurgar en el bolso, encontró la lista y se la entregó.

– Puede darme el dinero cuando ya lo haya comprado todo -comentó Mix, lo cual la aplacó aún más.

– Entonces tendrá que ser dentro de un par de días. No voy a volver hasta entonces. Queenie se hará cargo, vendrá mañana, por lo que le voy a pasar la llave. Bueno, despídase de Kylie.

¡Y un cuerno! ¿Acaso no había hecho bastante por ella ofreciéndose a hacer la compra? Las dos visitas de la tarde que tenía que hacer, el formulario de gastos que tenía que rellenar, la reunión con Jack Fleisch y los demás técnicos se le fueron del pensamiento. O mejor dicho, quedaron descartados por carecer de importancia en comparación con la urgencia de ocultar ese cadáver, pero no de forma temporal, no como un traslado provisional, sino para siempre.

En aquellos momentos no había necesidad de subir al piso de arriba, no hasta más tarde. Se tomaría una copa en algún bar para poder subir las escaleras, para tener la fortaleza de enfrentarse a lo que pudiera haber en lo alto.

Shoshana tenía una norma: no molestes a la policía a menos que ellos te molesten a ti. Estaba sentada en la habitación situada sobre el gimnasio y en la que ejercía de adivina, pues esperaba a una cliente dentro de unos diez minutos, y pensaba en Danila Kovic sin preocuparle en lo más mínimo el paradero de la chica ni si estaba muerta, y tampoco albergaba compasión por sus amigos o familiares que pudieran echarla de menos, y ni mucho menos lamentaba que ya no trabajara en el gimnasio ahora que tenía a la hermosa y eficiente Julia. No. Lo único que se proponía era hacer daño.

En ningún momento se le había pasado por la cabeza que Mix Cellini pudiera haberse escapado con Danila. ¿Por qué iba a pensar algo así? Por lo que Shoshana sabía, ellos sólo se conocían desde hacía dos o tres semanas y tal vez nunca hubieran salido juntos. No obstante, en su interior estaba cuajando, fermentando y bullendo un profundo rencor hacia Mix. El contrato de mantenimiento que había firmado no significaba nada para él; después de la desaparición de Danila, el hombre ni se había acercado por allí. En cuanto a lo de reparar las máquinas, él le había dicho que había encargado las piezas de recambio para las bicicletas, pero había sido una estúpida al creerle. La obligaba al largo proceso de buscar nuevos técnicos, como si no hubiera tenido ya bastantes dificultades para conseguir una sustituta para Danila.