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Hazel Akwaa y su hija estaban tomando un café en la casa de Hazel en Acton. O, mejor dicho, Hazel bebía café y Nerisa agua mineral con gas, con hielo y una rodaja de limón. Antes de que sonara el teléfono habían estado discutiendo el atuendo que Hazel iba a llevar aquella noche a la cena en casa de Darel Jones y Nerissa se estaba ofreciendo a prestarle la única prenda que poseía en la que podía caber su madre, un grueso caftán de seda bordada. La joven oyó que su madre decía:

– ¿Ir a recoger a Gwendolen Chawcer al hospital para llevarla a su casa? No podría hacerlo hasta más tarde. Mi esposo se ha llevado el coche.

– Dile que ya lo haré yo -dijo Nerissa.

De modo que se dirigieron juntas a Paddington, se acercaron a Campdem Hill Square a por el caftán y lo colgaron en la parte de atrás metido en una funda para guardar ropa. Incluso Gwendolen Chawcer era capaz de ablandarse lo suficiente al verse frente a una verdadera amabilidad, y cuando se dio cuenta de que lo hacían para evitar que permaneciera más tiempo del necesario en el hospital, se mostró muy cortés con Nerissa. Por primera vez, en compañía de una mujer joven, se contuvo de comentar lo ceñidos que eran sus vaqueros, el color y la longitud de sus uñas, el escote de su blusa y la altura de sus tacones, y sonrió y dijo lo muy considerada que era Nerissa renunciando a su sábado por la mañana para «transportar a una criatura anciana como yo».

Llegaron a Saint Blaise House exactamente a mediodía. Queenie Winthrop, que no había sido invitada a acompañarlas, pero que lo había hecho de todos modos, ofreció a Gwendolen una versión muy mordaz, y que se prolongó durante todo el viaje, de su intento de entrar en la casa para realizar los últimos preparativos para el regreso de su propietaria.

– Tenía una llave, por supuesto. Pero, por extraordinario que parezca, me encontré con la puerta cerrada y el cerrojo echado. Sí, con el cerrojo echado. Es increíble, ¿no te parece? Quizás a ese tal señor Cellini le pone nervioso estar solo en la casa, no lo sé, pero de lo que sí estoy segura es de que la puerta estaba cerrada a cal y canto. Llamé al timbre una y otra vez, aporreé la puerta e hice ruido con el buzón. Cuando vi que no servía de nada, alcé la mirada y lo vi fugazmente agachándose para esconderse. ¿Y en qué ventana crees que estaba, Gwendolen? En la que da a la calle, la de en medio del primer piso. La ventana de tu dormitorio. Estoy prácticamente segura. ¿Qué te parece todo esto?

– Podría parecerme algo si estuvieras absolutamente segura de ello. Pero no lo estás, ¿verdad?

Queenie no respondió. A veces Gwendolen se pasaba un poco. Con aire ofendido y una expresión fría, la ayudó a bajar del automóvil, pero no se sorprendió cuando, al acercarse a la puerta principal, sacudió el brazo para zafarse e introdujo la llave en la cerradura. A pesar de haberse burlado de la versión de Queenie en cuanto al comportamiento de Mix Cellini, casi se esperaba no poder entrar en su propia casa y mientras hacía girar la llave ya estaba pensando en las invectivas injuriosas que iba a dirigirle y que culminarían con la orden de que se marchara de allí. Sin embargo, la puerta se abrió deslizándose con facilidad.

Entraron todas y se despojaron de los abrigos. Cuando cruzaban el vestíbulo para dirigirse al salón, Mix salió proveniente de la cocina. Quedó muy desconcertado al verlas allí tan temprano, y encantado a la vez que inquieto al ver a Nerissa, aunque ya había finalizado su tarea hacía media hora y sólo había vuelto a bajar para comprobar que no hubiera dejado ninguna prueba que lo incriminara. Fue el hecho de ver a Nerissa lo que lo dejó paralizado frente a Gwendolen. De no ser por ella, Mix las hubiese saludado de pasada y hubiera subido penosamente las escaleras con la mano contra su espalda dolorida.

Iba a hacer caso omiso de las demás y buscar las palabras más gentiles que se le ocurrieran para dirigirse a Nerissa cuando Gwendolen habló:

– ¿Qué estaba haciendo en mi cocina?

Desde que era pequeño, Mix se había valido de mentiras y subterfugios para no meterse en líos y siempre tenía preparada alguna excusa defensiva.

– Sabía que hoy iba a volver a casa. Se me ocurrió que estaría bien prepararle una taza de té y bajé a ver dónde estaban la tetera y las tazas.

– ¡Qué considerado! -repuso Gwendolen, que no le creyó-. Ya lo hará una de mis amigas.

Era una forma de despacharlo y Mix la reconoció como tal. Pero antes de volver arriba tenía que hablar con Nerissa. Ella lo estaba mirando con una media sonrisa.

– Su fotografía del Evening Standard de ayer era sensacional, señorita Nash -comentó-. ¿Por casualidad no tendría una copia que pudiera darme firmada?

– Era una foto de prensa -respondió ella con un hilo de voz más débil que nunca-. La sacaron sin más. No te dan copias.

– Es una pena. -Mix estaba decidido a decir lo que quería antes de separarse de ella. Lo tenía ensayado para una ocasión semejante-. Señorita Nash, es usted la mujer más hermosa que he visto nunca. Es igual de hermosa de cerca que de lejos -acercó su rostro al de la joven-. Más hermosa, si cabe -dijo, y enfiló las escaleras con un tambaleo, desesperado por ocultar lo dolorido que estaba.

Gwendolen no quería oír nada de todo aquello y ya se había dirigido hacia el salón, atendida, si bien no físicamente sostenida, por Queenie Winthrop. Hazel Akwaa estaba colérica. Quería salir corriendo detrás de Mix para reprenderlo, pero Nerissa la sujetó del brazo y le dijo.

– No, mamá, no lo hagas. Déjalo.

– ¿Cómo se atreve a decirte esas cosas? -exclamó Hazel en voz lo bastante alta como para que Mix, que en aquellos momentos estaba en el primer piso, lo oyera.

– No soy la reina, mamá. No necesita permiso para hablarme. Debo de ser muy idiota por no haberme dado cuenta de que vivía aquí. Nos lo encontramos fuera aquel día, pero no caí en la cuenta de que vivía en esta casa.

– Lamento que hayáis tenido que soportar todo esto bajo mi techo -les dijo Gwendolen cuando entraron en el salón. El tono con el que se dirigió a Nerissa ya no era amable, pues la culpaba a ella tanto como a Mix por el arrebato de éste.

Ahora que estaba en casa quería que toda esa gente se marchara. Con aire impaciente, agradeció a Nerissa su gentileza por haber ido a recogerla al hospital, pero ya no había ningún motivo por el que debiera quedarse. Tenía los medicamentos y vitaminas que le habían recetado, no tenía hambre y su mayor deseo era tumbarse en el sofá y abrir el correo que Queenie había traído del vestíbulo. Seguro que habría una carta de Stephen Reeves. Estaba muy cansada y quería leerla antes de que el sueño la venciera. Fue Nerissa quien se dio cuenta de lo agotada que estaba la mujer y se llevó a su madre y a Queenie, la cual salió diciéndole a Gwendolen por encima del hombro que fuera a ver enseguida qué le parecía la limpieza general que ella y Olive habían hecho en la cocina.

Antes de abrir su libro, Gwendolen reflexionó que aquel día era el aniversario de la primera vez que Stephen Reeves acudió a la casa para atender a su madre. Al bajar había dicho: «Es muy triste ver a una persona anciana tan desmejorada».

Ella le había ofrecido té y, como parecía hambriento, pastas caseras de la hornada de aquel día.

Los cumplidos que Mix le había hecho y la proximidad de su rostro habían alterado a Nerissa más de lo que en aquellos momentos había dejado traslucir. Ella había hecho un gran esfuerzo por controlarse para no causar problemas justo cuando la pobre señorita Chawcer llegaba a casa tras su estancia en el hospital, pero, después de acompañar a su madre y a la señora Winthrop a casa, cuando llegó a la suya, se echó a llorar. Se repitió a sí misma que aquel hombre sólo le había dicho que era hermosa y se había acercado demasiado a ella, que era un idiota inofensivo, pero no sirvió de nada y dio rienda suelta a un torrente de lágrimas.