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Mientras paseaban por allí contemplándolo todo en aquel magnífico y cálido día, a Nerissa le salieron las palabras de sopetón y le contó a su padre que se había enamorado de Darel Jones.

– Pero no puede decirse que lo conozcas demasiado bien, ¿no? -dijo Tom.

– Supongo que no. No lo he visto desde que fuimos todos a su casa a cenar. Pero lo sé. Sé que llevo muchos años enamorada de él. Desde que se mudaron a la casa de al lado.

– ¿Y él está enamorado de ti, cariño?

– Yo diría que no, papá. No lo he pensado ni por un momento. Si lo estuviera, haría algo al respecto. No se limitaría a invitarme a cenar en compañía de todos vosotros.

Comieron en un restaurante italiano de Hampton que había descubierto Tom, a quien se le daban muy bien los restaurantes. Mientras saboreaban el zabaglione (o mejor dicho, mientras Tom se comía el suyo y Nerissa fingía no poder terminárselo), su padre le dijo que como era tan hermosa y él, personalmente, creía que también era una persona muy agradable, ni su aspecto ni su carácter podían ser responsables de la indiferencia de Darel.

– Sencillamente podría ser un caso de doctor Fell -dijo Tom.

– ¿Quién es el doctor Fell?

No te amo, doctor Fell,

Aunque no sabría decir por qué,

Pero esto sí lo sé, y lo sé bien,

No te amo, doctor Fell.

– Pues espero que no -repuso Nerissa-, porque de ser así no habrá manera de arreglarlo.

– Es muy extraño el amor. Tu madre era muy hermosa, y lo sigue siendo, en mi opinión, pero no sé por qué me enamoré de ella y sabe Dios por qué se enamoró ella de mí. Tu abuela diría que las cosas eran mucho más fáciles cuando los padres del pretendiente y de la chica concertaban la boda y el tipo obtenía un rebaño de cabras y unas cuantas fanegas de grano junto con la novia.

– Darel no podría tener cabras en los Docklands -dijo Nerissa-, y no creo que supiera qué hacer con fanegas de grano. Lo que sí me dijo fue que si volvía a acosarme ese hombre que me acecha, que lo llamara y él vendría. A cualquier hora del día o de la noche, dijo.

– ¿Te están acosando? -Tom parecía preocupado.

– La verdad es que no. Hace una semana que no lo veo.

– Bueno, pues si lo ves, llama a Darel y así matarás dos pájaros de un tiro.

Nerissa lo consideró.

– La verdad es que no quiero esperar a que ese tipo vuelva.

– Piénsalo mejor -replicó Tom-. Quizá sí que quieres.

A primera hora de la mañana siguiente, Queenie y Olive se encontraron en Saint Blaise House y tuvieron una conversación de mujer a mujer. Ambas estaban indignadas con Gwendolen por haberse marchado sin decirles nada. Habían desplegado dos servilletas limpias sobre el asiento del sofá y se encontraban en el salón bebiendo un café instantáneo que Olive había preparado y comiendo unas pastas de la caja de la confitería que había traído Queenie, pues a ninguna de las dos le atraía demasiado la comida que salía de la cocina de Gwendolen.

– Esta habitación está mugrienta -comentó Olive-. Toda la casa está hecha un asco. -Había esterilizado las tazas con agua hirviendo y jabón antiséptico Dettol antes de echar el café en ellas.

– Bueno, querida, eso ya lo sabemos, pero nosotras no tenemos que vivir aquí, gracias a Dios, y si estás pensando en hacer limpieza de toda la casa mientras la pobre Gwendolen está fuera, yo no lo haría. Ya sabes cómo se puso cuando limpiamos la cocina. Creo que no deberíamos meternos en sus cosas.

– No entiendo en absoluto su marcha. En todos los años que hace que la conozco nunca ha estado fuera.

– Y nunca ha mencionado que tuviera amigos en Cambridge.

– No, pero puede que el profesor tuviera conocidos allí. De hecho, es bastante probable.

– Puede ser -asintió Queenie-, pero ¿por qué no nos lo ha dicho nunca? Y ya sabes, querida, que las personas de su edad -Gwendolen tenía diez años más que ella y doce más que Olive- tardan siglos en prepararse para ir a pasar unos días a cualquier parte. Recuerdo que mi querida madre, con ochenta y tantos años, tardó unas dos semanas en hacer los preparativos cuando tan sólo iba a visitar a mi hermano. Y hasta que al final se marchó, todos los días discutía los pros y los contras del viaje. ¿Debía marcharse por la mañana o por la tarde? ¿Qué tren tenía que coger? ¿Podía pedirle a mi hermano que fuera a buscarla o él ya lo haría igualmente? Ese tipo de cosas, ya sabes. Y con Gwendolen ocurriría exactamente lo mismo. No, ella aún sería peor.

– Pues no sé qué decirte. Bébete el café antes de que se te enfríe.

– Lo siento, Olive, pero no puedo. Sabe a desinfectante. ¿Crees que tendrá una agenda de direcciones en alguna parte? Podríamos echar un vistazo. Debe de escribir la dirección de la gente en algún sitio.

Recorrieron la habitación haciendo comentarios sobre la suciedad y las telarañas y estaban sacando libros de la librería y soplando el polvo de los lomos cuando Mix bajó al vestíbulo. Él había empezado a bajar con la intención de iniciar una vez más su búsqueda de una bolsa de plástico gruesa y fuerte y entonces las oyó entrar en la casa. En un primer momento se retiró a su piso y después, más tarde, decidió que lo mejor sería hacerles frente y, lo más importante, pedirles que le devolvieran la llave de la casa.

Momentos antes de que Mix entrara en el salón, Olive había encontrado una vieja libreta de direcciones en un cajón entre pedazos de papel, lápices rotos, imperdibles, gomas elásticas, anticuados enchufes de quince amperios y unos cincuenta talonarios de cheques usados en los que sólo quedaban las matrices. Cuando entró Mix, ella levantó la vista de las anotaciones de la letra B, que era hasta donde había llegado, y en tono desagradable dijo:

– Ah, buenos días, señor Cellini.

– Hola -repuso Mix.

– Nos estábamos preguntando si por casualidad no sabría usted el nombre de los amigos con los que está la señorita Chawcer.

– No, no lo sé. No lo dijo.

– Estamos deseosas de saberlo -comentó Queenie-. No es propio de ella marcharse sin decir ni una palabra. -Pero le dirigió a Mix una de las sonrisas que tan encantadoras habían sido cuando tenía dieciocho años y le puso la mano en el brazo. Al fin y al cabo, era un hombre-. Pensamos que podría ser que hubiese confiado en usted.

Mix no respondió.

– ¿Pueden devolverme la llave?

– ¿Qué llave? -preguntó Olive con brusquedad.

– La llave de esta casa. Ahora que ella está bien ya no van a necesitarla.

– Sí, sí que la necesitaremos. Tendremos que venir a echar un vistazo mientras ella está fuera. Y otra cosa. Esta llave se la devolveré a la señorita Chawcer y a nadie más que a ella. ¿Queda claro?

– De acuerdo, tranquila, mujer. -Mix dio media vuelta para marcharse y por encima del hombro añadió-: No querrá que le suba la tensión a su edad.

El comentario fue una imprudencia por su parte, aunque Olive no pareció reaccionar en absoluto. La mujer no dijo nada, ni a Mix ni a Queenie, incluso cuando oyó que la puerta de la calle se cerraba tras él, sino que retomó su asiento junto a la mesa en el sofá cubierto por una servilleta y siguió pasando las páginas de la libreta de direcciones de Gwendolen.