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– De acuerdo. -Los invitados a la fiesta de Darel podrían haberse dado por satisfechos si hubieran visto lo estúpida que se sentía Nerissa preguntándole su opinión a un pedazo de piedra. No obstante, ruborizada, se lo preguntó-: Hay un hombre… -empezó a decir, y se le entrecortó la voz. Carraspeó-. Hay un hombre y quiero saber, quiero tener alguna idea de si él…, bueno, de si me querrá algún día.

El cristal de color rojo oscuro permaneció en silencio, lo cual no era sorprendente. Nerissa se sintió mejor ahora que había pronunciado aquellas palabras, y estuvo a punto de reírse tontamente al pensar que la piedra hablara. «Aunque si se pusiera a hablar no creo que me hiciera ninguna gracia», pensó. Shoshana asumió el papel de intérprete y lo que dijo provocó en Nerissa algo muy distinto a la hilaridad.

– Tendrás que pedirle que venga. Llámalo y él vendrá. Y entonces, cuando haya venido, todo dependerá de cómo le hables. Lo que digas entonces decidirá tu destino… para el resto de tu vida. -Shoshana levantó la vista y miró a Nerissa a los ojos-. Esto es todo. La cornalina ha hablado.

En cuanto hubo pagado las cincuenta libras, pues Madam Shoshana había subido su tarifa, Nerissa volvió a bajar por las escaleras con miedo a encontrarse con Mix Cellini. Únicamente vio a una mujer, la siguiente cliente de Shoshana, que esperó abajo, puesto que las escaleras eran demasiado estrechas para que pasaran dos personas.

Cuando Mix se despertó, le seguía doliendo la espalda, pero el dolor se había hecho más tenue y sordo y los arañazos de la pierna se le estaban curando. Había dormido bien, salvo por una pesadilla. Se dio una ducha, se lavó el pelo y se vistió con esmero, tras lo cual se sintió mucho mejor, aunque no era capaz de olvidarse del sueño. Tenía que ver con su padrastro y con el viaje de Mix a Norfolk para buscar a Javy y matarlo. Era una cosa con la que a menudo había soñado de pequeño y en la que llevaba años sin pensar. Javy había abandonado a la madre de Mix cuando éste tenía catorce años y se había ido a vivir con otra mujer a King’s Lynn o alrededores. No obstante, en el sueño le sobrevino de nuevo el deseo de matarlo de una manera dolorosa y verlo morir sufriendo y cuando estuvo completamente despierto, como estaba entonces, Mix no vio en ello nada irracional ni poco práctico. Al fin y al cabo, había matado a dos personas (o creía haberlo hecho) y no le había pasado nada, de manera que no había ningún motivo por el que no pudiera matar a una tercera. Christie no le hubiera dado ninguna importancia, para él hubiese formado parte de su jornada laboral. Javy había hecho más para merecerse ser su víctima que cualquiera de esas dos mujeres, la joven y la vieja.

No tenía mucho sentido acudir a Campden Hill Square antes de las diez. Hacía una mañana estupenda, con un cielo azul y despejado y, mientras desayunaba, dijeron por televisión que iba a hacer un día cálido y soleado con una leve posibilidad de algún aguacero. El paseo que tenía por delante le parecía una perspectiva agradable y lo que le esperaba al final… Mix tenía un plan para entrar en casa de Nerissa y para tal fin se armó con una carpeta de cartón naranja que tenía de su empleo en la empresa, un par de panfletos electorales que había guardado por algún motivo que ya no recordaba y dos bolígrafos. A las nueve y veinte ya estaba listo para salir cuando oyó que se abría y cerraba la puerta principal y que alguien entraba en el vestíbulo de abajo.

Era la abuela Winthrop, por supuesto. Tenía que tratarse de una de ellas dos. Eran como los autobuses, en cuestión de un minuto pasaría otro. Tendría que haberles quitado la llave, de ser necesario hasta por la fuerza. ¡El alboroto que se hubiese armado de haberlo hecho! En un primer momento, con la llegada de la mujer, Mix notó esa tensión en los músculos que era uno de los síntomas del miedo, pero entonces se recordó que no tenía nada que temer. La vieja Chawcer estaba tan escondida e invisible como si de verdad estuviera en Cambridge; oculta en un lugar más seguro todavía, pues allí donde se encontraba nadie podría dar con ella. Así pues, Mix le dirigió un «Buenos días» a la abuela Winthrop cuando se cruzó con ella en el vestíbulo y un «Hace un día estupendo» mientras abría la puerta principal. La abuela Fordyce estaba entrando por la verja.

– ¿Otra reunión del Instituto de la Mujer? -le dijo Mix con grosería-. Debe de ser genial tener tanto tiempo libre.

Olive pasó junto a él mirándolo por encima del hombro.

Queenie y ella dedicaron un rato a discutir el comportamiento de Mix con indignación. Luego, con dos cafés con leche con chocolate rallado por encima servido en unas tazas que Queenie había traído consigo y repostería danesa, tomaron asiento en el salón junto a la cristalera abierta y celebraron un concilio para tratar de lo que habría que hacer respecto a Gwendolen. No les había resultado fácil abrir esas ventanas. Los pestillos estaban atascados y no cedieron hasta que Olive los engrasó. Al final consiguió separar las dos puertas de cristal. Aproximadamente unas cincuenta arañas muertas y sus telas acumuladas allí durante un cuarto de siglo cayeron al suelo y una cosa que parecía un nido de golondrina muy viejo y abandonado desde hacía mucho tiempo se desmoronó en los peldaños, esparciendo barro, ramitas y cáscaras de huevo hechas añicos por todas partes.

– ¡Cómo se puede vivir así! -exclamó Olive.

Queenie se estremeció de forma exagerada.

– Es horrible. Pero ya sabes, querida, que debemos pensar qué vamos a hacer respecto a Gwen. Si hay que creer a ese hombre, se marchó para coger un tren con destino a Cambridge el lunes por la mañana, hace dos días. ¿Y si resulta que ese hombre se ha inventado lo de Cambridge y lo del tren? ¿Y si se fue a dar un paseo y se desplomó en la calle y ahora está en algún hospital? ¿Quién iba a saberlo? ¿A quién iban a decírselo?

– Sí, pero ¿por qué iba a inventárselo?

– ¡Quién sabe lo que pasa por la cabeza de ese individuo! Podría estar planeando echarla de esta casa para hacerse con ella. He oído decir que hay inquilinos sin escrúpulos que lo hacen con ancianos que son sus caseros, y él es exactamente ese tipo de personas.

Olive, que era una mujer más práctica, dijo que podrían probar a llamar por teléfono a los hospitales.

– Sí, querida, pero ¿a cuáles? Debe de haber un centenar en Londres. Bueno, o docenas. ¿Por dónde empezamos?

– Por aquí. Si se fue a dar un paseo, tal como dijiste, si bien a mí me parece muy impropio de Gwen, no debió de ir muy lejos antes de desplomarse. Así pues, vamos a empezar por el Saint Charles, que está a la vuelta de la esquina, o por el Saint Mary Paddington, ¿no? Llamaré al Saint Charles en cuanto me termine el café. ¡Anda! ¡Mira lo que he encontrado metido en este asiento! Es ese tanga del que no dejaba de hablar la pobre Gwen.

– ¡Qué raro! Voy a cerrar la cristalera, querida, o entrarán más moscas.

Antes de salir de casa, había reunido fuerzas con dos vodkas. Sin tónica, sólo con un par de cubitos de hielo. En su caso, no fue coraje holandés, sino ruso. Empezó a caminar por Oxford Gardens hacia Ladbroke Grove. El dolor de espalda había desaparecido, salvo por alguna que otra punzada débil que le recordaba lo que había sido, y se sentía cargado de confianza. Al pasar frente a la casa en la que había vivido Danila, se dijo lo tonto que había sido al preocuparse por ella. Había quedado en nada. La mayor parte de las cosas por las que te preocupas no ocurren. Lo había leído en alguna parte y era cierto.

Kayleigh estaba en una de las ventanas del primer piso que ahora compartía con Abbas Reza, mirando la calle. Los árboles, que aún conservaban las hojas, crecían a ambos lados de la calzada, pero delante de aquella casa habían cortado y retirado uno de ellos, con lo que se tenía una buena vista. Iban a salir a comer, lo que tenían pensado hacer en un pub junto al río. Kayleigh no tenía que entrar a trabajar en el gimnasio hasta las cuatro y estaba viendo si en la aceras había algún indicio de gotas de lluvia. Ella nunca se preocupaba de llevar paraguas o impermeable, pero Abbas, al ser mayor, se tomaba muy en serio estas cosas.