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– Tonterías, muchacho. -Sir Walter sacudió la cabeza-. Tras este caso se encuentran simplemente unos rebeldes que conocen la historia y ahora utilizan ese antiguo signo para propagar el terror.

– Pero los jinetes que vimos aquella noche iban enmascarados -insistió Quentin-, y como sabes, el abad Andrew otorgaba una gran importancia a estos hechos.

– ¿El abad Andrew? -El profesor Gainswick levantó sus pobladas cejas-. ¿De modo que hay monjes mezclados en este asunto? ¿De qué orden?

– Premonstratenses -respondió sir Walter-. Mantienen una pequeña comunidad en Kelso.

– También el monje que redactó el manuscrito que leí era un premonstratense -dijo Gainswick en voz baja.

– Puede ser solo una casualidad.

– Pero también es posible que sea más que eso. Tal vez haya algo que une a esta orden con la Hermandad de las Runas. Algo que se remonta a un pasado remoto y que ha sobrevivido a los siglos, de modo que todavía hoy sigue ejerciendo su efecto.

– Mi querido profesor, todo esto solo son especulaciones -dijo sir Walter desdramatizando. El profesor Gainswick siempre había tenido cierto sentido de la teatralidad, lo que hacía que sus lecciones fueran incomparablemente más interesantes que las de los demás eruditos; pero en este caso se requerían hechos, y no suposiciones aventuradas-. No tenemos la menor prueba de que nos encontremos efectivamente ante los herederos de esos sectarios. Ni siquiera sabemos qué objetivo perseguía la Hermandad de las Runas.

– Poder-dijo simplemente Gainswick-. A esos bribones nunca les interesó otra cosa.

– Carecemos de pruebas -repitió sir Walter-. ¡Si al menos tuviéramos una copia de ese manuscrito que encontró! En ese caso podría ir con él a Kelso y pedir explicaciones al abad Andrew. Pero así solo tenemos suposiciones.

– Me gustaría poder ayudarle, mi querido Walter, pero como ya he dicho, el asunto se remonta a algunos años atrás, y como las sectas y los rituales ocultos no pertenecen directamente a mi campo de intereses, no hice ninguna copia.

– ¿Recuerda dónde encontró el manuscrito?

– En la biblioteca hay una sección de fragmentos y palimpsestos que no han podido asignarse a ninguna obra. Allí tropecé con él por pura casualidad. Si no recuerdo mal, el fragmento ni siquiera estaba catalogado.

– Pero ¿sigue allí?

Gainswick se encogió de hombros.

– Con todo el desorden que reina allí dentro, es poco probable que alguien haya sustraído el fragmento. Para eso debería saber exactamente dónde buscar.

– Muy bien. -Sir Walter asintió con la cabeza-. En ese caso mañana mismo Quentin y yo iremos a la biblioteca y buscaremos ese escrito. Si lo encontramos, al menos tendremos algo palpable que mostrar.

– No ha cambiado usted, querido Walter -constató el profesor sonriendo-. En sus palabras sigue hablando ese entendimiento lógico que no está dispuesto a aceptar nada que no pueda explicarse de forma racional.

– He disfrutado de una formación científica -replicó sir Walter-, y tuve un extraordinario maestro.

– Es posible. Pero este maestro ha reconocido con la edad que la ciencia y la racionalidad no representan el final de toda sabiduría, sino, en todo caso, su principio. Cuanto más sabe uno, más claramente ve que en realidad no sabe nada. Y cuanto más intentamos captar el mundo con la ciencia, más se nos escapa. Yo, por mi parte, he llegado a reconocer que hay cosas que sencillamente no pueden explicarse, y solo puedo aconsejarle que haga lo mismo.

– ¿Qué espera de mí, profesor? -Sir Walter no pudo evitar una sonrisa-. ¿Que crea en turbios hechizos? ¿En la magia negra? ¿En demonios y rituales siniestros?

– También Robert Bruce lo hizo.

– Esto no está en absoluto demostrado.

Gainswick suspiró.

– Veo, amigo mío, que aún no ha llegado a este punto. Cuando uno se hace mayor, muchas cosas se ven de forma distinta, puedo asegurárselo. Pero, de todos modos, le recomiendo que sea prudente. Tómeselo como un consejo de su viejo y loco profesor, que no desearía que a usted o a su joven pupilo les sucediera nada malo. Esta runa de la espada y el misterio que encierra no deben infravalorarse en ningún caso. Estamos hablando de poder e influencia. De marcar la historia y conformarla con ayuda de fuerzas que están más allá de nuestra comprensión. No ha tropezado usted con las huellas de un combate cualquiera, sino de la épica batalla entablada, desde la noche de los tiempos, entre la luz y las tinieblas. No lo olvide.

La mirada penetrante que el erudito dirigió a sus visitantes no agradó en absoluto a Quentin. De pronto, el joven se sintió incómodo, y se habría levantado y salido de la casa si no hubiera pensado que cometería una inaceptable grosería.

Si su tío no parecía preocuparse en absoluto por demonios y rituales siniestros, a Quentin, en cambio, aquel tipo de historias le inspiraban un enorme respeto. Y aunque había visto con sus propios ojos que los jinetes que les habían asaltado aquella noche, en Abbotsford, no eran fantasmas sino seres de carne y hueso, cuanto más sabían del asunto, más siniestro le resultaba todo.

¿Tenían que habérselas realmente con los herederos de una hermandad cuyas raíces se remontaban a siglos, si no a milenios? ¿Con unos sectarios tan poderosos que habían influido de forma decisiva en la historia de Escocia? Sin duda un hombre mayor y un muchacho inexperto no eran las personas más indicadas para desvelar un secreto como aquel…

– No lo olvidaré -dijo sir Walter para alivio de Quentin, aunque era fácil suponer que Scott cedía más por respeto a su antiguo maestro que por auténtica convicción-. Le agradecemos sus informaciones, y le prometo que actuaremos con la máxima prudencia.

– No puedo pedir más -replicó Gainswick-. Y ahora hablemos de otra cosa. ¿Cómo se encuentra su esposa? ¿Y en qué está trabajando ahora? ¿Es cierto que quiere escribir una novela que se desarrolla en la Edad Media francesa…?

Las preguntas con que el profesor asaltó a sir Walter no dejaron ya ningún espacio a nuevas especulaciones. Sir Walter las respondió todas, y los dos hombres conversaron sobre los viejos tiempos, cuando el mundo, como coincidieron en decir, era menos complicado. Como el profesor se negó a dejarles marchar sin que hubieran comido antes, la visita se alargó; el erudito indicó a su ama de llaves que preparara la cena, y así, cuando sir Walter y Quentin abandonaron por fin la casa del final del callejón, ya era muy tarde.

– El profesor Gainswick es un hombre muy afable -constató Quentin mientras volvían caminando hacia el carruaje.

– Sí, lo es. Ya cuando era un estudiante, él fue siempre para mí algo más que un maestro. Aunque el profesor ha envejecido mucho en los últimos años.

– ¿Qué quieres decir?

– Por favor, Quentin… Toda esa historia de runas prohibidas y hermandades que influyeron incluso en la casa real escocesa…

– Pero podría ser, ¿verdad?

– No lo creo. La suposición de que esos rebeldes son los herederos de esa hermandad secreta y de que pueden seguir persiguiendo los mismos oscuros objetivos que sus antecesores me parece una quimera.

– Tal vez -admitió Quentin-. Pero deberíamos ser prudentes, tío. Estas cosas de que habla el profesor son realmente siniestras.

– ¿Otra vez te atormenta el miedo a los fantasmas, muchacho? Sea como sea, mañana iremos a la biblioteca e intentaremos encontrar ese fragmento de que ha hablado el profesor. Si tuviéramos en nuestras manos un indicio concreto, podríamos argumentar ante la administración y posiblemente conseguiríamos que actuaran de forma aún más decidida contra estos criminales; pero tal como están las cosas, no tenemos más que algunos rumores y suposiciones insostenibles, y yo, desde luego, no voy a dejarme amedrentar por eso.

Habían llegado al extremo del callejón, donde el coche ya les esperaba. El cochero bajó y abrió la puerta para que pudieran subir.