"Es brillante," dijo Susannah, adelantándose hacia el borde de su asiento de modo que ella pudiera ver por delante del pilar que bloqueaba su vista. "Es… – "
Y entonces comenzó la representación, y ella enmudeció completamente.
Desde su posición en el palco contiguo al de ella, David se encontró mirando a Susannah más a menudo que a la obra. Él había visto El Mercader de Venecia muchas veces, y aunque fuera vagamente consciente de que el Shylock de aquel Edmund Kean era una interpretación realmente notable, eso no tenía comparación con el brillo en los oscuros ojos de Susannah Ballister mientras ella miraba la escena.
Tendría que volver y ver de nuevo la obra la siguiente semana, decidió. Porque esta noche él miraba a Susannah.
¿Por qué, se preguntó, había sido tan contrario a su casamiento con su hermano? No, eso no era completamente exacto. No había estado completamente en contra. No le había mentido cuando le había dicho que él no se habría opuesto a su matrimonio si Clive se hubiera decidido por ella en vez de por Harriet
Pero no le hubiese gustado que eso sucediera. Había visto a su hermano con Susannah y de alguna manera le había parecido incorrecto.
Susannah era fuego, inteligencia y belleza, y Clive era…
Bien, Clive era Clive. David lo amaba, pero el corazón de Clive se regía por una urgencia despreocupada que David no había entendido nunca, en realidad. Clive era una alegre, brillante y ardiente llama. La gente se arremolinaba alrededor de él, como las proverbiales polillas alrededor de la luz, pero inevitablemente, alguien acababa quemándose.
Alguien como Susannah.
Susannah no era adecuada para Clive. Y quizás, incluso más, Clive no había sido adecuado para ella. Susannah necesitaba a alguien más. Alguien más maduro. Alguien como…
Los pensamientos de David atravesaron, como un susurro, su alma. Susannah necesitaba a alguien como él.
El principio de una idea comenzó a formarse en su mente. David no era de la clase de personas dadas a lanzarse a la acción imprudente, pero tomaba decisiones rápidamente, basándose tanto en lo que sabía como lo que sentía.
Y mientras permanecía allí sentado, en el Teatro Real, en Drury Lane, ignorando a los actores sobre el escenario a favor de la mujer sentada en el palco contiguo al suyo, tomó una importante decisión.
Él iba a casarse con Susannah Ballister.
Susana Ballister no, Susannah Mann-Formsby, Condesa de Renminster. La brillantez de la idea lo atravesó como un rayo.
Sería una excelente condesa. Era hermosa, inteligente, con principios, y orgullosa. Él no sabía por qué no había notado todo eso antes, probablemente porque él siempre se había encontrado con ella en compañía de Clive, y Clive tendía a ensombrecer a todos en su presencia.
David había pasado los últimos años con los ojos abiertos ante una potencial novia. No tenía ninguna prisa por casarse, pero sabía que tendría que tomar una esposa finalmente, y cada mujer soltera que había conocido había sido mentalmente inventariada y tasada.
Y todas habían sido descartadas.
Ellas habían sido demasiado tontas o demasiado aburridas. Demasiado tranquilas o demasiado charlatanas. O si ellas no eran demasiado algo, tampoco lo eran lo bastante.
No eran correctas. No eran alguien a quien él pudiera imaginarse contemplando al otro lado de la mesa de desayuno durante los años venideros.
Él era un hombre exigente, pero ahora, mientras sonreía para si mismo en la oscuridad, le pareció que esperar, definitivamente, había valido la pena.
David robó otro vistazo del perfil de Susannah. Dudó que ella, ni siquiera, notara que él la miraba, tan absorta como estaba en la representación. De tanto en tanto sus labios se separaban dejando escapar un suave e involuntario "¡Ah!", y aunque él supiera que era sólo su imaginación, él podría jurar que sentía el viaje de su aliento a través del aire, aterrizando ligeramente sobre su piel.
David sintió que su cuerpo se tensaba. Jamás se le había ocurrido que, realmente, podría ser lo bastante afortunado para encontrar una esposa a quien considerara deseable. Qué bendición.
La lengua de Susannah asomó, humedeciendo sus labios.
Sumamente deseable.
Él se recostó, incapaz de detener la sonrisa satisfecha que se arrastró a través de sus rasgos. Él había tomado una decisión; ahora todo lo que tenía que hacer era trazar un plan.
Cuando las luces del teatro se encendieron después del tercer acto para anunciar el intermedio, Susannah al instante miró al palco contiguo, absurdamente impaciente por preguntar al conde lo que pensaba de la obra hasta entonces.
Pero él se había ido.
"Qué raro," murmuró para si misma. Debió haberse marchado sigilosamente; ella no había notado su salida en lo más mínimo. Se recostó con los hombros caídos ligeramente en su asiento, sintiéndose extrañamente decepcionada por su desaparición. Tenía ganas de preguntarle su opinión sobre la interpretación de Kean, la cual se diferenciaba enormemente de cualquier otro Shylock que ella hubiera visto antes. Había estado segura que él tendría algo interesante que decir, algo que quizás ella misma no hubiera notado. Clive nunca había querido hacer algo más durante los intermedios que fugarse al vestíbulo donde podía charlar con sus amigos.
De todos modos, era probablemente mejor que el conde se hubiera marchado. A pesar de su amistoso comportamiento antes de la interpretación, todavía le resultaba difícil de creer que él estuviera en disposición amistosa hacia ella.
Y además, cuando él estaba cerca, ella se sentía más bien… rara. Extraña, y, de alguna forma, sin aliento. Era excitante, pero no demasiado confortable, y esto la hacía sentirse incomoda.
Así que cuando Lady Shelbourne le preguntó si quería acompañar al resto de los invitados al vestíbulo para disfrutar del intermedio, Susannah le dio las gracias, pero rehusó cortésmente. Definitivamente era mejor quedarse, permanecer allí, en un lugar donde el Conde de Renminster no estaba.
Los Shelbournes se marcharon, junto con sus invitados, abandonando a Susannah a su propia compañía, lo cual no le importó en lo más mínimo. Los tramoyistas se habían dejado, por casualidad, el telón ligeramente abierto, y si Susannah forzaba la vista, casi bizqueando, podría ver destellos de las personas que se apresuran detrás. Era extrañamente emocionante y bastante interesante.
Oyó un sonido tras ella. Alguno de los invitados de los Shelbourne debía haber olvidado algo. Poniendo una sonrisa en su cara, Susannah se giró, "Buenas no…- "
Era el conde.
"Buenas noches," dijo él, cuando se hizo evidente que ella no iba a finalizar el saludo.
"Milord," dijo ella, con evidente sorpresa en su voz.
Él la saludó con la cabeza graciosamente. "Señorita Ballister. ¿Puedo sentarme?”
"Desde luego," dijo ella, automáticamente. ¡Cielos!, ¿Por qué estaba él aquí?
"Pensé que podría resultar más fácil dialogar sin necesidad de gritar a través de los palcos," dijo él.
Susannah solamente lo miró con incredulidad. Ellos no habían tenido que gritar en absoluto. Los palcos estaban pegados el uno al otro.
Pero, se dio cuenta, un tanto frenéticamente, de que no se encontraban tan cerca como estaban ahora sus sillas. El muslo del conde casi se presionaba contra el suyo.
No debería haber sido molesto, ya que Lord Durham había ocupado la misma silla durante más de una hora, y su muslo no la había molestado en lo más mínimo.
Pero era diferente con Lord Renminster. Todo era diferente con Lord Renminster, se dio cuenta Susannah.
"¿Disfruta usted de la obra? " le preguntó él.
"Oh, en efecto," dijo ella. "La interpretación de Kean es sencillamente notable, ¿no está de acuerdo? "
Él asintió con la cabeza y murmuró su acuerdo.
"Yo nunca imaginé que Shylock fuera representado de una manera tan trágica," continuó Susannah. "He visto El Mercader de Venecia varias veces antes, desde luego, y estoy segura de que usted también, y el personaje siempre ha tenido un aire más cómico, no está de acuerdo? "