Letitia.
La pequeña y furtiva casamentera. Iba a tener que tener una severa conversación con su hermana después de que Renminster finalmente se marchara. Letitia aún podría amanecer con todo su pelo cortado.
Y hablando de Renminster, ¿qué había dicho? Como la experta patinadora que era, Susannah sabía muy bien que no había nada que pudiera ser enseñado sobre ese deporte a menos que uno estuviera realmente sobre patines. Permaneció de pie de todos modos, en parte por curiosidad, y en parte porque su implacable tirón de su mano no le dejaba otra opción.
"El secreto del patinaje," dijo él (algo pomposamente, en opinión de Susannah), "está en las rodillas. "
Ella batió sus pestañas. Siempre había pensado que las mujeres que agitaban sus pestañas parecían un poco débiles, y ya que ella trataba de aparentar que no tenía ni idea sobre lo que hacía, pensó que este podría ser un toque eficaz. "¿Las rodillas, dice usted? " preguntó.
"En efecto," contestó él. "La flexión de las rodillas. "
"La flexión de las rodillas," repitió ella. "Imagíneselo. "
Si él notó el sarcasmo bajo su fachada de inocencia, no dio ninguna indicación. "En efecto", dijo otra vez, haciéndola preguntarse si quizás ésta no fuera su expresión favorita. "Si usted trata de mantener sus rodillas rectas, nunca conseguirá mantener el equilibrio. "
"¿Así? " preguntó Susannah, doblando sus rodillas exageradamente.
"No, no, señorita Ballister," dijo él, mostrando la posición correcta adoptándola él mismo. "Más bien así. "
Él parecía extraordinariamente absurdo intentando patinar en medio del salón, pero Susannah logró mantener su sonrisa bien escondida. Realmente, los momentos como éste no debían ser desperdiciados.
"No lo entiendo," dijo ella.
Las cejas de David se fruncieron debido a la frustración. "Venga aquí," dijo él, moviéndose hacia un lado del cuarto donde no había ningún mueble.
Susannah lo siguió.
"Así," dijo él, tratando de moverse a través de los pulidos suelos de madera como si realmente estuviera sobre patines.
"No parece que se…deslice," dijo ella, su cara era un perfecto retrato de inocencia.
David la miró con recelo. Ella parecía casi demasiado angelical, allí mirándolo ponerse en ridículo. Sus zapatos no tenían cuchillas bajo ellos, desde luego, por lo que no se deslizaron en absoluto sobre el suelo.
"¿Por qué no lo intenta otra vez? " preguntó ella, sonriendo casi como la Mona Lisa.
¿"Por qué no lo intenta usted? " respondió él.
"Oh, yo no podría," dijo ella, sonrojándose modestamente. Excepto – él frunció el ceño -que no se había sonrojado. Tan solo inclinaba su cabeza ligeramente hacia abajo de un modo tan vergonzoso que debería haber sido acompañado por un rubor.
"Se aprende practicando," dijo él, determinado a hacerla patinar aunque muriera en el intento. "Es la única forma. " Si él se iba a poner en ridículo, por Dios, que ella también.
Ella ladeó la cabeza ligeramente, pareciendo como si considerara la idea, y entonces simplemente sonrió y dijo, "No, gracias. "
Él se acercó a su lado. "Insisto," murmuró resueltamente, situándose solamente un poquito más cerca de lo que era apropiado.
Sus labios se entreabrieron de la sorpresa al tomar conciencia de él. Bien. Él quería que ella tomara conciencia de él, aún si ella no entendía lo que esto significaba.
Moviéndose hasta quedar ligeramente detrás de ella, él colocó sus manos en su cintura. “Inténtelo de esta forma," dijo él suavemente, sus labios escandalosamente cerca de su oído.
"Mi… -milord," susurró ella. Su tono sugirió que ella había tratado de gritar la palabra, pero que careció de la energía, o quizás de la convicción necesaria.
Era, desde luego, completamente impropio, pero como él planeaba casarse con ella, no vio realmente ningún problema.
Además, él disfrutaba bastante seduciéndola. Incluso aunque – no, sobre todo porque – ella ni siquiera se daba cuenta de lo que estaba sucediendo.
"Así," dijo él, su voz casi convertida en un susurro. Ejerció un poco de presión sobre su cintura, para obligarla a avanzar como si estuvieran patinando como pareja. Pero por supuesto ella tropezó, ya que sus zapatos no se deslizaron sobre el suelo, tampoco. Y cuando ella tropezó, él tropezó.
Para su eterna consternación, sin embargo, de alguna manera lograron permanecer sobre sus pies, y no terminar en un enredo sobre el suelo. Lo que había sido, desde luego, su intención.
Susannah se desenredó expertamente de su asimiento, dejándolo preguntándose si ella había tenido que practicar la misma maniobra con Clive.
Cuando se dio cuenta de que su mandíbula estaba apretada, él casi tuvo que comprobarlo con el tacto.
"¿Sucede algo, milord? " preguntó Susannah.
"Nada en absoluto," dijo él, en voz alta. "¿Por qué piensa eso? "
"Usted parece un poco" – ella parpadeó varias veces mientras consideraba su expresión- "enojado".
"En absoluto," dijo él, suavemente, forzando a todos los pensamientos de Clive y Susannah y Susannah y Clive a abandonar su mente. "Pero deberíamos intentar el patinaje otra vez. " Quizás esta vez lograría orquestar una caída.
Ella se alejó, como la chica lista que era. "Creo que este es el momento de tomar un té," dijo ella, con tono, de alguna forma, dulce y resuelto al mismo tiempo.
Si aquel tono no hubiera significado tan obviamente que él no iba a conseguir lo que quería, – a saber, su cuerpo íntimamente alineado con el de ella, preferentemente tumbados sobre el suelo -podría haberla admirado. Evidentemente era un talento, conseguir exactamente lo que uno quería sin necesidad alguna de borrar la sonrisa de la cara de alguien.
"¿Le gusta el té? " preguntó ella.
"Desde luego," mintió él. Detestaba el té, aún cuando esto fastidiaba siempre enormemente a su madre, que sentía que era el deber patriótico de todos beber la espantosa bebida. Pero sin el té, él no tendría ninguna excusa para no marcharse.
Entonces ella frunció el ceño, y mirándolo directamente dijo, "Usted odia el té. "
"Lo recuerda," comentó él, algo impresionado.
"Me ha mentido," indicó ella.
"Quizás porque esperaba permanecer en su compañía," dijo él, mirándola fijamente como si ella fuera un bizcocho de chocolate.
Él odiaba el té, pero el chocolate -bien, eso era otra historia.
Ella dio un paso al lado. "¿Por qué? "
"¿Por qué? en efecto," murmuró él. "Esa es una buena pregunta. "
Ella dio otro paso al lado, pero el sofá bloqueó su camino.
Él sonrió.
Susana le devolvió la sonrisa, o al menos lo intentó. "Puedo hacer que traigan otra bebida para usted. "
Él pareció considerarlo durante un breve momento y entonces dijo, "No, creo que es hora de que me marché. "
Susannah casi jadeó ante el nudo de desilusión que se formó en su pecho. ¿Cuándo su ira por su arbitrariedad se había convertido en deseo de su presencia? ¿Y a qué jugaba? Primero él había inventado la excusa más tonta para poner sus manos sobre ella, después mintió para prolongar su visita,¿ y ahora, de repente quería marcharse?
Estaba jugando con ella. Y lo peor era… que una pequeña parte de ella disfrutaba con ello.
Él dio un paso hacia la puerta. "¿La veré el jueves, entonces? "
"¿El jueves? " repitió ella.
"La reunión de patinaje," le recordó él. "Creo que dije que la recogería treinta minutos antes."
"Pero nunca acepté ir," soltó ella.
"¿No? " Él sonrió suavemente. "Podría jurar que lo hizo. "
Susannah sospecho que caminaba por aguas traicioneras, pero simplemente no podía detener al obstinado diablillo que evidentemente había asumido el control de su mente. "No", dijo, "no lo hice. "