Agonía. Pura agonía.
Pero tenía tres deseos, ¿no? ¿No recibían siempre las heroínas de los cuentos de hadas tres deseos? Si Susannah tenía que permanecer en una oscura esquina, formulando tontos deseos porque poco más tenía que hacer, usaría la cuota completa. "Deseo," dijo, con los dientes apretados "que no estuviera tan malditamente frío.”
"Amén," dijo el anciano Lord Middlethorpe, a quien Susannah había olvidado que permanecía de pie al lado suyo. Le ofreció una sonrisa, pero estaba ocupado con alguna clase de bebida alcohólica prohibida para las señoritas solteras, así que ambos volvieron a la tarea de ignorarse cortésmente el uno al otro.
Bajó la mirada a su té. De un momento a otro seguramente se convertiría en un cubito de hielo. Su anfitriona había sustituido la tradicional limonada y el champán por té caliente aduciendo las frías temperaturas, pero el té no había permanecido caliente durante mucho tiempo, y cuando una se escondía en la esquina de un salón de baile, como lo hacía Susannah, los lacayos no solían llegar hasta allí para retirar las copas no deseadas o las tazas vacías.
Susannah tembló. No podía recordar un invierno más frío; nadie podría. Era, de alguna perversa forma, la razón de su temprana vuelta a ciudad. Toda la sociedad había afluido a Londres en el, decididamente poco elegante, mes de enero, impaciente por disfrutar del patinaje y los paseos en trineo y la cercana Feria de Invierno.
Susannah pensaba que el tiempo frío,los desagradables vientos helados, la nieve sucia y el hielo eran decididamente una tonta razón para las reuniones sociales, y aunque no era suficiente para ella, allí estaba, afrontando a toda la gente que había sido testigo de su fracaso social el pasado verano. Ella no quería venir a Londres, pero su familia había insistido, diciendo que ella y su hermana Letitia no podían permitirse faltar a esta inesperada temporada social de invierno.
Había pensado que tendría al menos hasta la primavera antes de verse obligada a volver y enfrentarlos a todos. Casi no había tenido tiempo de practicar decir con la barbilla en alto, "Bien, por supuesto, el señor Mann-Formsby y yo decidimos que no éramos compatibles. "
Porque se necesitaba ser muy buena actriz para decir eso, cuando todos sabían que Clive se había desentendido de ella cuando los adinerados parientes de Harriet Snowe habían comenzado a cortejarlo.
Ni siquiera era que Clive necesitara el dinero. Su hermano mayor era el Conde de Renminster, por el amor del cielo, y todo el mundo sabía que era tan rico como Creso.
Pero Clive había elegido a Harriet, y Susannah había sido públicamente humillada, e incluso ahora, casi seis meses después de aquello, la gente todavía hablaba del asunto. Incluso Lady Whistledown lo había mencionado en su columna.
Susannah suspiró y se recostó contra la pared, esperando que nadie notara su abandonada postura. Supuso que realmente no podía culpar a Lady Whistledown. La misteriosa columnista de chismes simplemente repetía lo que todos andaban diciendo. Sólo durante esta semana, Susannah había recibido a catorce visitas vespertinas, y ninguna de ellas había sido lo bastante cortés para abstenerse de mencionar a Clive y Harriet.
¿Realmente pensaban que quería oírles hablar sobre Clive y el aspecto de Harriet en la reciente velada musical de los Smythe-Smith? Como si ella quisiera saber lo que Harriet había llevado puesto, o que Clive había estado susurrándole al oído durante toda la velada.
Eso no significaba nada. Clive siempre había mostrado unos modales abominables durante las veladas musicales. Susannah no podía recordar una en la que Clive hubiera tenido la entereza de mantener la boca cerrada durante toda la interpretación.
Pero los chismes no eran lo peor de las visitas. Ese título quedaba reservado para las bien intencionadas almas que al parecer no podían mirarla con otra expresión que no fuera de compasión. Estas eran por lo general las mismas mujeres que tenían un sobrino viudo en Shropshire o Somerset o algún otro lejano condado, quien buscaba una esposa, y quizás a Susana le gustaría conocerlo, pero esta semana no porque estaba ocupado llevando a seis de sus ocho hijos a Eton.
Susannah luchó contra una inesperada necesidad de llorar. Solo tenía veintiún años. Y recién cumplidos, además. No estaba desesperada.
Y no quería ser compadecida.
De repente se hizo imperativo que abandonara el salón de baile. No quería estar aquí, no quería contemplar a Clive y Harriet como una patética mirona. Su familia aún no estaba lista para irse a casa, pero seguramente ella podría encontrar algún cuarto tranquilo donde pudiera retirarse durante unos minutos. Si iba a esconderse, bien podría hacerlo correctamente. Su posición en esa esquina era espantosa. Y ya había visto a tres personas mirando en su dirección y cuchicheando después tapándose la boca con la mano.
Nunca había pensado que era una cobarde, pero tampoco pensaba que fuera tonta, y realmente, sólo un tonto se sometería de buen grado a esta clase sufrimiento.
Dejó su taza de té sobre un alféizar y se excusó con Lord Middlethorpe, con quien no había intercambiado más de seis palabras, a pesar de haber permanecido de pie el uno al lado del otro durante casi tres cuartos de hora. Rodeó el salón de baile por el borde, buscando las puertas francesas que conducían al vestíbulo. Había estado aquí antes, hacía tiempo, cuando fue la señorita más popular de la ciudad, gracias a su relación con Clive, y recordó que había un cuarto de retiro para las señoras en el extremo opuesto del vestíbulo.
Pero justo cuándo alcanzó su destino, ella tropezó, y se encontró cara a cara con – oh, maldición, ¿cuál era su nombre? Pelo castaño, ligeramente rechoncha…oh, sí. Penélope. Penélope Algo. Una muchacha con la que apenas había intercambiado más de una docena de palabras. Habían debutado el mismo año, pero podrían haber residido en mundos diferentes, por la poca frecuencia con que se cruzaron sus caminos. Susannah había sido la sensación de la ciudad, una vez que Clive la eligió, y Penélope había sido… bien, Susannah no estaba muy segura de lo que había sido Penélope. Una florecilla [1], supuso.
"No vaya allí," dijo Penélope suavemente, sin mirarla directamente a los ojos, de la forma en que solo la gente tímida lo hace.
Los labios de Susannah se entreabrieron de la sorpresa, y sabía que sus ojos expresaban su incomprensión.
"Hay una docena de señoritas en el salón de descanso," dijo Penélope.
Esto era explicación suficiente. El único lugar en el que Susannah quería estar, aún menos que en el salón de baile, era en una habitación llena de gorjeantes y chismosas damas, todas las cuales asumirían seguramente que había huido allí para evitar a Clive y Harriet.
Lo cual era cierto, pero eso no significaba que Susannah quisiera que alguien lo supiera.
"Gracias," susurró Susannah, atontada por el bondadoso gesto de Penélope. Ella no le había dedicado un solo pensamiento a Penélope el verano pasado, y la joven la había recompensado salvándola, con seguridad, de un momento de vergüenza y dolor. Por impulso, tomó la mano de Penélope y le dio un apretón. "Gracias. "
Y repentinamente lamentó no haber prestado más atención a las muchachas como Penélope cuando ella había sido considerado una líder de la temporada. Ahora sabía lo que era permanecer de pie, al borde del salón de baile, y no era divertido.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Penélope murmuró una tímida despedida y se escabulló, dejando a Susana abandonada a sus propios medios.
Estaba de pie en la parte más concurrida del salón de baile, que no era precisamente donde quería estar, así que comenzó a andar. No estaba realmente segura de a dónde se dirigía, pero siguió moviéndose, porque sabía que eso la hacía aparecer segura de sí misma.