"Esto sería peor," susurró Susannah.
"Pero nadie lo sabría. "
"David lo sabría. "
"El es una sola persona, Susannah. "
"Es la única persona que importa. "
"Ah," dijo Letitia, sonando un poquito sorprendida y bastante excitada. "Si es así como te sientes, entonces debes decírselo. " Cuando Susannah tan solo gimió, añadió, "¿Qué es lo peor que podría pasar? "
Susannah le lanzó una dura mirada. "No quiero ni empezar a pensarlo. "
"Debes decirle lo que sientes. "
"¿Por qué? ¿Para que puedas recrearte en mi mortificación? "
"Por tu felicidad," dijo Leticia mordazmente. "Él también te amara, estoy segura. Probablemente ya lo hace. "
"Letitia, no tienes el menor hecho en que basar esa suposición. "
Pero Letitia no le prestaba atención. "Debes ir esta noche," dijo de repente.
"¿Esta noche? " repitió Susannah. "¿Dónde? Me parece que no tenemos ninguna invitación. Mama planeaba que nos quedáramos tranquilamente en casa. "
"Exactamente. Esta noche es la única noche de esta semana que podrás escaparte y visitarlo en su casa. "
"¿En su casa? " casi chilló Susannah.
"Lo que tienes que decirle debe ser dicho en privado. Y nunca encontrarás un momento de intimidad en un baile en Londres
"No puedo ir a su casa," protestó Susannah. "Quedaría arruinada. "
Letitia se encogió de hombros. "No, si nadie se entera. "
Susannah se quedó pensativa. David no se lo diría nunca a nadie, estaba segura. Incluso aunque la rechazara, él no haría nada que pusiera su reputación en peligro. Él simplemente la cogería, ordenaría un carruaje sin escudo, y la enviaría discretamente de vuelta a casa.
De cualquier forma, no tenía nada que perder, excepto su orgullo.
Y, desde luego, su corazón.
"¿Susannah?" susurró Letitia, "¿vas a hacerlo? " Susannah alzó la barbilla, miró a su hermana directamente a los ojos, y asintió con la cabeza.
Su corazón, después de todo, ya estaba perdido.
Capitulo Siete.
Y en medio de todo este frío, nieve y viento helado y frío y… bien, en medio de este tiempo abominable, para decirlo francamente,¿ puede Esta Autora recordarle, querido lector, que el día de San Valentín se acerca rápidamente?
Hora de ir al almacén de papelería para conseguir tarjetas de San Valentín y quizás, también para visitar al confitero y a la florista.
Caballeros, ahora es el momento de expiar todos sus pecados y transgresiones. O al menos de intentarlo.
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
4 de febrero de 1814
El estudio de David estaba por lo general impecable, cada libro colocado en su sitio sobre la correspondiente estantería; los papeles y los documentos organizados en ordenadas pilas, o aún mejor, archivados en su lugar o en su cajón; y nada, absolutamente nada, sobre el suelo excepto la magnifica alfombra y el mobiliario.
Esta noche, sin embargo, la habitación estaba cubierta de papeles. Papeles arrugados. Tarjetas de San Valentín, para ser exactos.
David no era precisamente un romántico, o al menos no creía serlo, pero hasta él sabía que si uno quería comprar tarjetas de San Valentín, lo hacía en H. Dobbs amp; Co.; por lo que esa mañana salió, condujo hacía New Bridge Street, atravesando la ciudad hacía la catedral de St. Paul, y compró una caja de las mejores tarjetas.
Todas sus tentativas de escritura florida y poesía romántica fueron, sin embargo, un desastre, y a mediodía se encontró de nuevo en los tranquilos confines de H. Dobbs amp; Co., comprando otra caja de sus mejores tarjetas de San Valentín, esta vez una de doce en vez de la de media docena que había comprado esa misma mañana.
Ambas visitas había sido muy embarazosas, pero no tanto, como cuando se lanzó a través de la puerta del almacén esa misma tarde, justo cinco minutos antes de que fuera la hora de cierre, después de haber cruzado, a la carrera con su faetón la ciudad a una velocidad que solo se podía calificar de imprudente (aunque estúpida y suicida también eran válidas). El propietario era un profesional por lo que no mostró ni un asomo de sonrisa cuando entregó a David su caja más grande de tarjetas de San Valentín (dieciocho en total), y luego le sugirió la compra de un delgado libro titulado “Escritores de San Valentín”, que pretendía ofrecer detalladas instrucciones de cómo escribir una tarjeta de San Valentín para cualquier tipo de receptor.
David estaba horrorizado de que él, que había estudiado literatura en Oxford, se viera reducido a la utilización de una guía para escribir una maldita tarjeta de San Valentín, pero había aceptado el libro sin una palabra, y de hecho, sin reacción alguna, excepto la sensación de ardor sobre sus mejillas.
Dios bendito, un rubor. ¿Cuándo fue la última vez que se había sonrojado? Obviamente, el día no podría ser más infernal.
Y así, a las diez de la noche, allí estaba él, sentado en su estudio con una tarjeta de San Valentín sobre su escritorio, y las treinta y cinco esparcidas por el cuarto, rotas o estrujadas.
Una tarjeta de San Valentín. Su última oportunidad de llevar a buen puerto el maldito esfuerzo. Sospechaba que H. Dobbs no abría los sábados y sabía con certeza que no abría los domingos, así que si no hacía un buen trabajo con esta ultima, se quedaría, probablemente, hasta el lunes con esta horrible tarea pendiendo sobre su cabeza.
Dejó caer la cabeza y gimió. Era solo una tarjeta de San Valentín. Una tarjeta. No debería ser tan difícil. Ni siquiera podía calificarse de “gran gesto romántico”.
¿Pero qué le decía uno a la mujer a la que quería amar durante el resto de su vida? El estúpido libro de “Escritores de San Valentín” no ofrecía ningún consejo al respecto, al menos ninguno aplicable cuando uno se temía haber enfadado a la dama en cuestión el día anterior con su estúpido comportamiento, peleándose con su propio hermano.
Clavó la mirada en la tarjeta en blanco, mirándola fijamente. Y esperó. Y esperó.
Sus ojos comenzaron a arder. Se obligó a parpadear.
"¿Milord? "
David alzó la vista. Nunca una interrupción de su mayordomo había sido tan bienvenida.
"Milord, ha venido una dama a verlo. "
David soltó un suspiro de cansancio. No podía imaginar quién era; tal vez Anne Miniver, quien probablemente creía que era todavía su amante ya que no se había puesto en contacto con ella para comunicarle su ruptura.
"Hágala pasar," dijo a su mayordomo. Supuso que podría sentirse agradecido de que Anne le hubiera ahorrado la molestia de tener que hacer todo el camino hasta Holborn.
Soltó un pequeño resoplido de irritación. Podía haberse detenido fácilmente en su casa en Holborn alguna de las seis veces que había pasado casi por su puerta hoy, en sus repetidas visitas al almacén de papelería.
La vida estaba llena de pequeñas y encantadoras ironías, ¿verdad?
David se puso de pie, porque no sería cortés permanecer sentado cuando Anne entrara. Puede que ella hubiera nacido en el lado equivocado de la cama, y ciertamente vivía su vida en el lado incorrecto de la sociedad, pero aún así era, a su modo, una señora, y merecía sus mejores modales, dadas las circunstancias. Caminó hasta la ventana mientras esperaba su llegada, retirando las pesadas cortinas para mirar fijamente hacia la oscuridad del exterior.
"¿Milord," oyó decir a su mayordomo, seguido de, "¿David? "
Dio media vuelta. Esa no era la voz de Anne.
"¡Susannah! " exclamó con incredulidad, haciendo un cortante gesto con la cabeza para despedir a su mayordomo. "¿Qué hace usted aquí? "