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Poul Anderson

Tres corazones y tres leones

El caballero de voz metálica

El sable no estaba hecho para dar estocadas, pero Holger vio una abertura en el peto de su oponente y lo introdujo por ella. Saltaron chispas. El caballero se tambaleó, cayó sobre sus rodillas y luego al suelo con un terrible sonido metálico…

Holger pensó: No sé nada de sables ni de lanzas… y sin embargo, ¿quién ganó este combate?

Se arrodilló y abrió la visera del casco del caballero vencido. Desde el interior le contempló el vacío. No había nada dentro de la armadura. Debió estar vacía todo el tiempo.

A Roben y Karen Hertz

Prologo

Poul William Anderson nace el 25 de noviembre de 1926. El hecho de ser hijo de un ingeniero y una bibliotecaria, puede haber influido en su posterior afición por las letras y las estructuras tecnológicas, aplicadas a sus imperios galácticos de ficción. Su primera aparición profesional data de marzo de 1947 cuando, en colaboración con F. N. Waldrop, publica en el Astounding el relato Los hijos del mañana. La crítica y los lectores americanos valoran más sus narraciones cortas, otorgándosele repetidamente numerosos premios por este motivo, por ejemplo: La reina del aire y las tinieblas (1971) y Canto de cabra (1972) reciben los Hugo y Nébula en los años: 1972 y 1973, respectivamente. El viaje más largo (1960) y No hay tregua con los reyes (1963) son premiados con el Hugo al mejor relato en los años 1961 y 1964.

Poul Anderson se encuadra en un principio dentro de los autores del —Space Opera— clásico —imperios, guerras estelares, cuerpos de élite, héroes, supervillanos, monstruos, robots, chica en peligro, demiurgos, happy end— y la —Conquista del Espacio— (Night Piece, 1950), aunque el desarrollo de su obra encuadra la —Hard SF— —nuevas tecnologías, extrapolación, geografías imaginarias— y el — Time Opera—, como es el caso de su novela de aventuras temporales The Corridors of Time (1958). Su Ciencia Ficción más social y antropológica puede ser representada por Carne compartida (1968), premio Hugo 1969 a la mejor novela corta.

Sus obras de Fantasía constituyen la faceta más desconocida de su narrativa. La escasa producción en este campo hace que editores y lectores le asocien fundamentalmente como autor de Ciencia Ficción. Sin embargo, su amor secreto es la aventura mítica de Fantasía. Este hecho es avalado en su paso por diferentes asociaciones como La Legión Hyboria, el club S.A.G.A. —junto a Lin Cárter, L. Sprague de Camp, John Jakes, Fritz Leiber, Michael Moorcock, Andre Norton y Jack Vance— y la formación con su familia de La Sociedad del Anacronismo Creativo—, interesada en la cultura medieval, y donde figura con el sobrenombre de Sir Béla de Eastmarch. Reflejo de esta afición es Tres corazones y tres leones (1953), una novela de Épica Fantástica— que plantea un mundo paralelo, donde Holger Carlson, pacífico ingeniero, se transforma en el campeón carolingio Holger Danske que lucha contra las huestes de Caos para defenderá la humanidad. Moorcock es deudor de esta obra en sus posteriores ciclos sobre el multiuniverso. Otra de las narraciones a destacar de Anderson es The Broken Sword (1954), donde entra en el País de la Hadas con Scafloc, un niño criado por los Elfos. El héroe se humaniza, encontrando la derrota, el miedo y el amor. Se trata de un viaje trágico de aventura y muerte. Esta obra aparece publicada casi simultáneamente al primer volumen de El señor de los anillos de J. R. R. Tolkien. En Hrolf Kraki’s Saga (1973) recupera el escritor su ascendencia danesa para reinventar un pasado mítico. Por último, en La tempestad de una noche de verano (1974) –de próxima aparición en Ícaro— nos relata la interferencia entre una Inglaterra en plena revolución industrial y un universo paralelo, donde los personajes de Shakespeare existen de verdad y quieren subvertir el mundo con su magia e irracionalismo.

Poul Anderson puede equipararse a grandes autores de Literatura Fantástica como E. R. Edison, Fletcher Pratt, C. S. Lewis y Tolkien.

ALBERTO SANTOS CASTILLO

Julio 1990

Nota

Aunque ha pasado mucho tiempo, me siento obligado aescribir esto. Holger y yo nos conocimos hace algo más de 20 años. Fue en otra generación… otra edad. Los brillantes muchachos a quienes entreno ahora son amigables y todo eso, pero no pensamos en la misma lengua y de nada sirve pretender lo contrario. No tengo la menor idea de si serán capaces de aceptar una historia como ésta. Son mucho más sensatos de lo que lo éramos mis amigos y yo; y no parecen divertirse tanto en la vida. Por otra parte, han crecido rodeados de lo increíble. Mire cualquier publicación científica, o cualquier periódico, mire por la ventana y pregúntese si no es cierto que la extravagancia se ha convertido en el modo ordinario del mundo.

El relato de Holger no me parece totalmente imposible. Tampoco es que afirme que sea cierto. No tengo pruebas de una cosa ni de la otra. Mi esperanza es sólo que no se pierda completamente. Supongamos, en beneficio de la argumentación, que lo que oí fuera cierto. Entonces hay ahí implicaciones para nuestro propio futuro, y tendremos que utilizar ese conocimiento. O supongamos, lo que desde luego es mucho más sensato, que lo que aquí registro sólo es un sueño, o una historia muy exagerada. Sigo pensando entonces que merece la pena conservarla por ella misma.

Lo cierto es esto: Holger Carlsen vino a trabajar en el otoño del remoto año de 1938 para el equipo de ingeniería en el que yo estaba empleado. En los meses siguientes aprendí a conocerlo muy bien.

Era danés, y como la mayoría de los escandinavos jóvenes tenía un poderoso deseo de ver mundo. De adolescente, había recorrido a pie o en bicicleta la mayor parte de Europa. Más tarde, impulsado por la tradicional admiración de sus compatriotas hacia Estados Unidos, ganó una beca para una de nuestras universidades del Este, donde fue a estudiar ingeniería mecánica. Pasaba los veranos haciendo autoestop y trabajando en chapuzas por toda Norteamérica. Le gustaba tanto el país que, después de graduarse, obtuvo aquí una posición y pensó seriamente en naturalizarse.

Nosotros éramos sus únicos amigos. Era un tipo amable, hablaba lentamente, tenía los pies sobre el suelo, de gustos simples en su modo de vida y de buen humor; aunque de vez en cuando se soltaba e iba a un cierto restaurante danés a atiborrarse desmorrebrvd y akvavit[1]. Como ingeniero, era satisfactorio, aunque no espectacular, pues su talento se dirigía más hacia lo práctico que hacia el enfoque analítico. En resumen, mentalmente no era en absoluto notable.

Su constitución física ya era otro asunto. Era un gigante de metro noventa y tan ancho de hombros que no aparentaba esa altura. Jugaba al fútbol, desde luego, y podría haber figurado en el equipo de su universidad si los estudios no le hubieran quitado tanto tiempo. Tenía una cara cuadrada y dura, de pómulos altos, barbilla partida, una nariz ligeramente aplastada, cabello amarillo y grandes ojos azules. Podría haber hecho estragos entre las féminas del lugar de haber utilizado una técnica mejor, y me estoy refiriendo a que se preocupaba demasiado de no herir sus sentimientos. Pero esa ligera timidez probablemente le quitó una buena parte de las aventuras que podría haber tenido. En suma, Holger era un tipo medio agradable, lo que llamaríamos un buen muchacho.

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1

Pan y aguardiente nórdicos (N. del T.).