6
El descenso de la mañana siguiente fue rápido, aunque peligroso. Hugi gritó a menudo cuando los cascos de Papillon resbalaban en la pendiente y se inclinaban sobre un borde de infinito. Alianora iba muy por delante. Tenía la costumbre, que a Holger le erizaba el pelo, de convertirse en humana en mitad del aire y volver a tomar la forma de cisne justo a tiempo para evitar estrellarse en la caída. Tras ver eso, Holger necesitaba desesperadamente una pipa tranquilizante. No pudo encender la pipa hasta que Hugi le enseñó a utilizar el pedernal y el acero que llevaba ahora en la bolsa del cinturón. ¿Por qué no tendrían cerillas en ese mundo?
Cuando cruzaban los pinares, el crepúsculo se cerró allí con nubes de tormenta. Se hacía más oscuro con cada paso silencioso. Holger se preguntaba si serían capaces de ver el final del viaje. El cuero cabelludo se le erizaba al pensar en cruzar a ciegas un país de trolls, hombres lobos y Dios sabría qué otra cosa.
Conforme descendía, el aire se iba haciendo más cálido. Cuando por fin salieron del bosque, la atmósfera era fragante y estaba cargada con olores que Holger desconocía y que parecían como de incienso. Entraron en un valle abierto y ondulado y Hugi tragó saliva.
—Estamos ya en Faerie —murmuró—. Que podamos salir d’aquí es otra historia.
Con una sola mirada Holger cubrió todo el paisaje. Aunque el sol se había ocultado, la noche a la que tanto temía no había caído. No podía identificar fuente alguna de luz, pero veía con la misma claridad que durante el día. El cielo era de un azul muy oscuro, y la misma atmósfera azul invadía el aire, como si fueran cabalgando bajo el agua. La hierba era alta y suave, con un tono plateado superpuesto a su verde claro; unas flores blancas puntuaban el suelo. Asfódelos, pensó Holger. ¿Pero cómo lo sabía? De vez en cuando veía matorrales de rosas blancas. Los árboles se elevaban solitarios y en pequeños grupos, altos, delgados, de corteza lechosa, con hojas del color de la hierba. Un viento lento soplaba a través de ellos, produciendo un pequeño sonido tintineante. Bajo esta luz sin sombra, engañosa, Holger no podía medir bien las distancias. Cerca corría una corriente que no tintineaba, sino que tocaba una interminable melodía basada en una escala desconocida. La fosforescencia creaba remolinos blancos, verdes y azules sobre el agua.
Papillon relinchó y se puso de manos. No le gustaba ese lugar.
¿Pero dónde lo he visto antes, este azul tranquilo y frío sobre los árboles y colinas que se funden con el cielo, en donde el viento sopla de modo cantarín y el río resuena como campanas de cristal?¿Fue en un sueño que tuve hace tiempo, medio dormido y medio despierto bajo la luz de la noche veraniega de Dinamarca, o fue en un año más antiguo y olvidado? No lo sé. Y no creo que desee saberlo ahora.
Siguieron cabalgando, en esa luminiscencia sin cambios el tiempo parecía fluido e inestable, por lo que podían haber viajado un minuto o un siglo, pues el paisaje vago se deslizaba quedando tras ellos, mientras seguían hacia delante. Hasta que el cisne bajó de nuevo, tomó tierra con un estruendo de alas y se convirtió en Alianora. Podía verse el miedo en su rostro.
—Vi a un caballero por allí —dijo sin aliento—. Un caballero de Faerie. No sé lo que haría por aquí.
Holger sintió que el corazón comenzaba a latirle con fuerza, pero mantuvo tranquila su apariencia exterior.
—Lo descubriremos.
El desconocido apareció encima de una cresta. Iba sobre un caballo alto, blanco como la nieve, de crines fluidas y cuello orgullosamente arqueado; sin embargo, el animal, al verlo atentamente, tenía algo sutilmente erróneo, unas patas demasiado largas, una cabeza demasiado pequeña. El jinete llevaba una armadura de plata completa, la visera bajada, por lo que no se le veía el rostro; plumas blancas sobre el casco, el escudo de color blanco y negro y todo lo demás brillaba con el color azul de la medianoche. Se detuvo y dejó que Holger se acercara a él.
Cuando el danés estuvo cercano, el caballero bajó la lanza.
—¡Deteneos y declarad quién sois! —exclamó con una voz que tenía una cualidad metálica resonante, pues no era totalmente humana.
Holger tiró de las riendas. Papillon relinchó con una nota de desafío.
—He sido enviado por la bruja Madre Gerd con un mensaje para el duque Alfric.
—Primero dejadme ver vuestras armas —gritó con voz metálica—. No viene por aquí nadie que sea desconocido.
Holger se encogió de hombros para disfrazar su inquietud. Agachándose, sacó el escudo de donde colgaba y lo deslizó sobre el brazo izquierdo. Hugi tiró de la cubierta de lienzo.
—Aquí lo tenéis.
El caballero de Faerie echó hacia atrás el caballo, lo espoleó y cargó.
—¡Defendeos! —gritó Hugi. Saltó inmediatamente de la silla—. ¡Busca vuestra vida!
Papillon saltó hacia un lado mientras Holger seguía todavía con la boca abierta. El otro jinete pasó junto a él con un sordo resonar de cascos. Dio la vuelta y regresó, apuntando con la lanza a la garganta de Holger.
Entonces éste actuó guiado por reflejos ciegos. Bajó la lanza, estimuló a Papillon y levantó el escudo para defenderse. El caballo negro saltó hacia adelante. La forma del enemigo se acercaba cada vez más. Apuntaba con la lanza al centro de Holger. El danés bajó el escudo y movió los pies en los estribos.
Entrechocaron con un estruendo cuyo eco se repitió de colina en colina. El escudo de Holger se le había aplastado contra el estómago. Casi había perdido la lanza mientras la lanzaba hacia la visera del enemigo. Pero la otra lanza se astilló y el caballero de Faerie se bajó de la silla. Papillon se adelantó. El desconocido se puso a la cola de su caballo.
Estaba de nuevo en pie, era increíble que lo hubiera podido hacer con la armadura completa, y su espada estábanlera. Todavía no tenía tiempo para pensar. Holger había dejado que su cuerpo actuara por él, pues sabía lo que habría de hacer. Golpeó al enemigo desmontado. La espada chocaba con la espada. El caballero de Faerie lanzó un tajo hacia la pierna de Holger. El danés paró el golpe a tiempo. El mismo dejó caer su hoja sobre el casco de plumas. El metal sonó y el enemigo se tambaleó.
El golpe desde arriba había sido demasiado fuerte. Holger dio un salto, se le quedó atrapado un pie en un estribo y cayó de espaldas. El extranjero saltó sobre él. Holger le dio una patada. De nuevo, el sonido metálico y el guerrero cayó. Gateando, ambos se pusieron en pie. La espada del recién llegado resonó contra el escudo de Holger. Este apuntó al cuello, tratando de encontrar una juntura abierta en las placas. El guerrero de Faerie apuntaba hacia abajo, buscando las piernas sin protección. Holger resbaló hacia atrás. El otro se precipitó contra él, su espada se desdibujó por la velocidad. Holger detuvo el golpe en mitad del aire. El encontronazo sacudió sus músculos. Al caballero de Faerie se le cayó la espada. Inmediatamente, sacó una daga y se lanzó hacia él.
La espada ancha no estaba hecha para dar estocadas, pero Holger vio una abertura delante de él, por encima de la górgola, y se lanzó hacia el frente. Saltaron chispas. La forma metálica retrocedió, cayó de rodillas, se dejó caer hasta la hierba con un último crujido y se quedó quieta.
Sintiendo vértigo y un estruendo en sus oídos, Holger miró a su alrededor. Vio que el caballo blanco huía hacia el este. Va a contárselo al duque, pensó. Entonces Hugi se puso a bailar y a celebrarlo a su alrededor, mientras Alianora se cogía a su brazo, sollozaba y exclamaba que había librado la batalla de una manera espléndida.
¿Yo?, pensó. No, ese no fui yo. No sé ni una palabra de espadas y lanzas.