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—Pues vos no vais a la zaga —le contestó Holger—. Aunque me hubiera gustado que hubierais podido terminar con su jefe. Conseguirá que nos ataquen en un momento.

—Las flechas terminarán con nosotros —intervino Hugi—. De haber sido más listo, esos bobos ya nos habrían agujereado.

Holger miró hacia atrás, a Alianora. La sangre corría en el brazo izquierdo de ésta. El miedo que le asaltó al caballero fue horrible.

—¿Estás herida? —preguntó con una voz tan aguda como la de una mujer.

—No, no es nada —contestó ella, sonriendo con unos labios temblorosos—. Un dardo me rozó.

Holger miró la herida. Bastante fea en una situación ordinaria, habría dicho; pero no mucho considerando las circunstancias presentes. Sus huesos parecieron fundirse.

—Construiré una capilla… a San Sebastián… por esto —susurró.

Las manos de Alianora se cerraron en la cintura de Holger.

—Hay una manera mejor de mostrar tu alegría —le dijo ella en voz baja, cerca de su oído.

Carahue les interrumpió bruscamente.

—No podremos construir nada si no escapamos pronto. Si nos lanzamos colina abajo, Rupert, podremos eludir la persecución.

La suavidad de Holger se congeló. —No —dijo—. No podemos hacerlo. Este es el camino a San Grimmin. Los otros pasos están obstruidos, yeso si tenemos tiempo para buscarlos. Tenemos que cruzar por aquí.

—¿Directamente por enmedio de ellos? —preguntó el sarraceno—. ¿Hemos de subir esa montaña cubierta de guijarros en la oscuridad, mientras nos atacan cien guerreros? Me parece que habéis perdido el seso.

—Podéis subir si lo deseáis —dijo Holger con fría determinación—. He de llegar a la iglesia esta noche.

Hugi se le quedó mirando fijamente y Holger se sintió inquieto bajo esos pequeños ojos, hasta que dijo:

—Bien, ¿qué importa? Probablemente muramos en el paso. Lo sé. Escapa con Carahue. Iré solo.

—Ni hablar —contestó Hugi.

Permanecieron tan inmóviles que Holger podía oír cómo le corría la sangre por las venas. El enano habló en voz baja, pero con dureza:

—Queréis hacer una locura de caballero, pero yo puedo ayudaros. Bien sabéis que no podemos cruzar ese paso. Pero hay otro camino por el que no nos seguirán. Puedo oler el camino hasta la madriguera del troll. La nariz me dice que no está muy lejos. Seguramente tiene más de un conducto que cruza los montes; y quizá esté fuera, o dormido, o lejos dentro de sus túneles y no se dé cuenta de nosotros. Es una posibilidad horrible, pero creo que la única. ¿Qué decís? ¿Os parece demasiado para llegar a la iglesia encantada?

Holger escuchó un jadeo a su espalda.

—Carahue —dijo—. Tomad a Alianora y ved si podéis ponerla a salvo. Hugi y yo iremos por ese agujero del troll…

La joven se abrazó a su cintura.

—No —dijo enfadada—. No te librarás de mí tan fácilmente. Yo también voy.

—Y yo —añadió Carahue después de tragar saliva—. Nunca he dicho que no a una aventura.

—¡Por las barbas! —bufó Hugi—. Vuestros huesos acabarán esparcidos en la guarida del troll. No seréis los primeros dos caballeros que mueran porque tenían tanto orgullo que no les quedaba sitio para la sesera. Lo único que me apena es que arrastréis con vosotros a la doncella—cisne. ¡Y ahora, dispuestos a galopar!

22

Carahue iba el primero, llevando a Hugi como guía. La yegua hacía un gran ruido. Por un momento, Holger pudo ver las cintas rojas y azules entrelazadas en su cola. Luego los músculos de Papillon se pusieron tensos entre sus rodillas.

Dirigiéndose hacia el este por la escarpadura, tenían que pasar junto al enemigo. Oyeron un aullido. Holger vio que una lanza venía desde la izquierda. La vio girar en el aire y formar un arco hacia abajo. Levantó su escudo y la lanza rebotó. Un instante después, tres flechas se clavaban sólidamente en el marco de madera.

Aceleró hacia la oscuridad, lejos de la hoguera. La yegua blanca y las prendas blancas sueltas de Alianora formaban una mancha que podía distinguirse de las sombras. Papillon tropezó. Las chispas indicaban el lugar en el que los cascos de los caballos golpeaban el pedernal. Los animales tuvieron que reducir obligatoriamente su carrera. Por ambos lados y por arriba Holger estaba cegado. No sabía si su imaginación o sus sentidos le indicaban los riscos que quedaban a la izquierda. Sentía el peso de éstos por encima, abrumadoramente, como si estuviera ya enterrado debajo.

Al echar una mirada hacia atrás, pudo ver al jefe de los montañeses. El hombre de la capa de tejón había cogido una ama de la hoguera. La sacudió por encima de su cabeza, hasta que prendieron las llamas, y se quedó allí bajo los colores rojizo y amarillento. Lanzando un grito a sus guerreros, levantó el hacha y se lanzó en su persecución.

Se acercó rápidamente a los caballos. Holger vislumbró que otros le seguían, aunque no con tanta ansia. Pero su atención estaba centrada en ese hombre. El jefe se acercó por el lado izquierdo, donde la espada del caballero no le podía alanzar. Se abalanzó y golpeó la cubierta de fieltro de Papión. El semental resbaló, derribando casi a sus jinetes. Holger le dio la vuelta para hacer frente al siguiente ataque.

Si me quedo aquí un minuto más, todos ellos me rodearán, pensó el danés.

—¡Aguanta, Alianora! —se inclinó hacia adelante y atacó a u oponente. Este detuvo el golpe con el hacha. Con agilidad, el caníbal retrocedió. El rostro pintado de barba trénzala se burló de Holger.

Pero la antorcha que llevaba en la mano izquierda estaba d alcance de la espada. Holger se lanzó contra el pecho del montañés. El salvaje lanzó un ladrido de dolor. Antes de que pudiera recuperarse, Holger estaba lo bastante cerca como para golpear de nuevo. Y esta vez el acero encontró la carne. El jefe cayó.

Valiente bastardo, pensó Holger. Espoleó a Papillon para que siguiera a Carahue. El encuentro sólo había durado unos segundos.

Siguieron moviéndose interminablemente. El enemigo los seguía, no atreviéndose a encontrarse con ellos. Las flechas silbaban en la oscuridad. Se escuchaban gritos.

—Pronto se unirán y se acercarán a nosotros —dijo Carahue por encima del hombro.

—No lo creo así —contestó Alianora—. ¿No lo oléis?

Holger abrió las ventanas de su nariz. El viento le daba en el rostro. Podía oírlo, y sentir cómo movía sus ropas. Sintió lo helado que era. Nada más. —¡Uffl —exclamó Carahue un momento más tarde— ¿Es eso lo que huelo?

Alguien gimió en la noche, por atrás. La nariz de Holger, menos eficaz por causa del tabaco, fue la última en captar el olor. Pero para entonces los caníbales habían abandonado la persecución. Sin duda se quedarían por allí para asegurarse a la mañana siguiente de que los enemigos no daban la vuelta y bajaban por la colina; pero no pensaban seguir adelante en esa dirección.

Si es posible describir un olor como espeso y frío, así es como habría que hacerlo con el del troll. Cuando Holger llegó a la entrada de la cueva, se tuvo que tapar la nariz.

Tiró de las riendas. De un salto, Alianora bajó al suelo.

—Tenemos que coger ramas para antorchas, para alumbrar el camino —explicó—. Hay ramas secas por aquí, posiblemente traídas en montones en la bestia para hacerse el nido.

En un momento había recogido varias, que Hugi encendió utilizando el acero y el pedernal. Cuando crecieron las llamas, Holger vio un agujero de tres metros en la pared de la roca. Más allá se abría la oscuridad.

Carahue y él desmontaron. Dieron los caballos a Alianora para que los condujera desde atrás. Ellos se pusieron al frente, con Hugi como portador de la antorcha.