Tras ocuparse de Joel y de Ness, quedaba el asunto de Toby. Fuera al colegio que fuera, tenía que ser un lugar situado en el camino que Joel y Ness tomarían para coger el autobús número 52, que los llevaría a Holland Park. Aunque nadie habló del tema abiertamente, todos sabían que no podían permitir que Toby fuera andando solo al colegio; por otro lado, Kendra no podía esperar retomar sus planes de negocios sobre el salón de masajes -que había aparcado desde la noche en que había llegado a casa y se había encontrado a los chicos en su puerta- mientras trabajaba en la tienda benéfica y, casi simultáneamente, llevaba y recogía a Toby, ya fuera en el coche o a pie.
Así que, durante diez días más, estudió el problema. Tendría que haber sido sencillo: había escuelas de primaria en todas las direcciones desde Edenham Estate, y había varias en el camino que los hermanos de Toby tomaban para coger el autobús. Pero entre que no había plazas y que tales colegios no disponían de la situación adecuada para alguien con «las necesidades especiales evidentes» de Toby como se describía por lo general el problema tras conversar un minuto con el niño, Kendra no tuvo suerte. Ya empezaba a creer que tendría que llevarse con ella al chico a todas partes, en lugar de matricularlo en algún sitio -una idea horripilante-, cuando el director de la escuela Middle Row le dirigió al centro de aprendizaje Westminster, en Harrow Road, justo al principio de la calle donde estaba la tienda benéfica. Toby podría asistir a la escuela Middle Row, le dijo el director, siempre que también recibiera una formación especial diaria en el centro de aprendizaje. «Para tratar sus dificultades», aclaró, como si Kendra creyera que existía la esperanza de que las clases particulares curaran lo que aquejaba al pequeño.
Parecía todo perfecto. Aunque era demasiado optimista pensar que la escuela Middle Row se encontraba en el camino que Ness y Joel debían recorrer para coger el autobús, sí podían ir a una parada de Ladbroke Grove que estaba a cinco minutos a pie de la escuela de Toby. Y después del colegio, tener a Toby cerca en el centro de aprendizaje implicaba que Kendra también sería capaz de vigilar a Joel y a Ness, puesto que sus hermanos tendrían que llevarle andando al centro todos los días. El plan de Kendra era que se turnaran y pasaran a verla de camino.
Al pensar en todo esto, no se le ocurrió tener en cuenta a Ness. La chica permitió que su tía pensara y planeara lo que quisiera. Se había vuelto bastante experta en engañarla y, como muchas adolescentes que se creen omnipotentes tras hacer lo que les viene en gana durante un tiempo sin que nadie se entere, había comenzado a imaginar que podría hacerlo indefinidamente.
Naturalmente, se equivocaba.
El colegio Holland Park es una anomalía. Se encuentra en medio de uno de los barrios más modernos de Londres: una zona residencial de mansiones de ladrillo rojo y estuco blanco y de bloques de pisos caros y dúplex de precios exorbitantes. Sin embargo, la mayoría de sus alumnos van andando a la escuela desde los complejos de viviendas de protección oficial de peor fama al norte del Támesis, lo que hace que los habitantes del barrio sean blancos y el alumnado del colegio presente una gama de colores que va del marrón al negro.
Joel Campbell tendría que haber estado ciego o no estar en posesión de sus facultades mentales para pensar que pertenecía al entorno del barrio donde se encontraba el colegio Holland Park. En cuanto descubrió que había dos rutas distintas para ir del autobús 52 al instituto, eligió la que lo exponía menos a las miradas perplejas y poco acogedoras de las mujeres vestidas de cachemira que sacaban a pasear a sus yorkshire terriers y de los niños a quienes las canguros llevaban a colegios de fuera del barrio en el Range Rover de la familia. Esta ruta lo llevaba hasta la esquina de Notting Hill Gate. De ahí, iba andando hacia el oeste hasta Campden Hill Road, en lugar de seguir en el autobús, ya que eso supondría caminar por varias calles en las que se hubiera sentido igual de cómodo que un marciano en la Tierra.
Desde el primer día, recorrió este trayecto solo después de dejar a Toby en las puertas de la escuela Middle Row. Ness -vestida obedientemente con su uniforme gris apagado y con una mochila a la espalda- iba con ellos hasta Golborne Road. Pero, una vez ahí, dejaba que sus hermanos siguieran su camino mientras ella se guardaba en el bolsillo el dinero del autobús y seguía el suyo.
– No te chives, ¿entendido? -le decía a Joel-. Si no, te vas a enterar, colega.
Joel asentía y la observaba mientras se alejaba. Quería decirle que no era necesario amenazarlo. No se chivaría. ¿Cuándo lo había hecho? En primer lugar, era su hermana y, aunque no lo fuera, conocía la regla más importante de la infancia y la adolescencia: no chivarse. Así que él y Ness funcionaban según la política estricta de «no preguntes/no cuentes». No tenía ni idea de qué hacía su hermana aparte de saltarse las clases, y ella no le reveló ningún detalle.
Sin embargo, habría preferido tener su compañía, no sólo para llevar a cabo el deber asignado con Toby todas las mañanas y tardes, sino también para afrontar la experiencia de ser el chico nuevo del colegio Holland Park. Porque a Joel le pareció que la escuela estaba plagada de peligros. Estaban los peligros académicos de ser considerado estúpido en lugar de tímido. Estaban los peligros sociales de no tener amigos. Estaban los peligros físicos de su aspecto, que, junto con el hecho de no tener amigos, podía marcarle fácilmente como blanco de los acosadores. La presencia de Ness le habría facilitado las cosas. Ella habría encajado mejor que él, y él podría haberse aprovechado de esa situación.
Daba igual que Ness -tal como era ahora y no como había sido de pequeña- no lo hubiera permitido. La forma en la que Joel aún veía a su hermana, aunque fuera de vez en cuando, hacía que notara muchísimo su ausencia en el colegio. Así que buscó pasar desapercibido, no atraer la atención ni de alumnos ni de maestros. A la calurosa pregunta: «¿Cómo lo llevas, chaval?», de su profesor de Educación Personal, Social y Sanitaria, él siempre contestaba lo mismo: «Bien».
– ¿Algún conflicto? ¿Problemas? ¿Los deberes bien?
– Todo bien, sí.
– ¿Ya has hecho amigos?
– Me va bien.
– No te acosa nadie, ¿verdad?
Negaba con la cabeza, los ojos mirando a los pies.
– Porque si alguien te acosa, debes informarme enseguida. Aquí, en Holland Park, no toleramos ese tipo de tonterías. -Una larga pausa en la que Joel al fin levantaba la vista y veía que el profesor, se llamaba señor Eastbourne, lo evaluaba fijamente-. No me mentirías, ¿verdad, Joel? -decía el señor Eastbourne-. Mi trabajo es hacerte más fácil el tuyo, ya lo sabes. ¿Sabes cuál es tu trabajo en Holland Park?
Joel negaba con la cabeza.
– Seguir adelante -decía Eastbourne-. Seguir con tu «e-du-ca-ción». Es lo que quieres, ¿no? Porque para conseguirlo tienes que quererlo.
– De acuerdo. -Joel sólo deseaba que le dejara marchar, liberarse del interrogatorio una vez más. Si estudiar dieciocho horas al día le hubiera hecho invisible al señor Eastbourne y al resto del mundo, lo habría hecho. Habría hecho lo que fuera.
El almuerzo era lo peor. Como en todas las escuelas que han existido nunca, los chicos y las chicas se congregaban en grupos, y los grupos tenían denominaciones especiales que sólo los miembros conocían. Los adolescentes considerados populares -una etiqueta que se otorgaban ellos mismos y que al parecer el resto aceptaba sin rechistar- se sentaban lejos de los considerados listos. Los que eran listos -y ahí estaban siempre sus notas para demostrarlo- no se acercaban a aquellos a los que su futuro condenaría a trabajar tras una caja registradora. Los que tenían una agenda social activa no se relacionaban con los «empanados». Los que seguían las modas guardaban las distancias con los que menospreciaban esas cosas. Naturalmente, había jóvenes que no encajaban en ninguna de estas denominaciones, pero eran los marginados sociales que tampoco sabían cómo recibir a alguien en su grupo. Así que Joel almorzaba solo.