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Llevaba varias semanas haciendo esto cuando oyó que alguien le hablaba cerca de su lugar de almuerzo habituaclass="underline" apoyado lejos de todo el mundo en una esquina de la garita de seguridad al borde del patio del colegio, cerca de la verja. Era una voz de chica.

– ¿Por qué comes aquí, tío? -le dijo, y cuando Joel levantó la cabeza, al percatarse de que la pregunta iba dirigida a él, vio a una chica pakistaní, que llevaba un pañuelo azul marino en la cabeza, de pie en el camino hacia el patio, como si el guarda de seguridad acabara de dejarla entrar. Llevaba un uniforme que le quedaba varias tallas grande y que conseguía esconder las curvas femeninas que pudiera tener.

Como había logrado que no le hablara nadie aparte de los profesores, Joel no sabía exactamente qué hacer.

– Eh. ¿Sabes hablar o qué? -dijo la chica.

Joel apartó la mirada porque notó que estaba poniéndose rojo y sabía cómo afectaba eso a su tez rara.

– Sé hablar -dijo.

– Pues dime, ¿qué haces aquí?

– Estoy comiendo.

– Bueno, eso ya lo veo, tío. Pero nadie come aquí. Ni siquiera está permitido. ¿Cómo es que nadie te ha dicho que comas donde hay que comer?

Joel se encogió de hombros.

– No hago daño a nadie, ¿no?

La chica avanzó y se puso delante de él. Joel miró sus zapatos para no tener que mirarla a la cara. Eran negros y con cintas, la clase de zapatos que se puede encontrar en una tienda moderna de una calle principal. También estaban fuera de lugar. Joel se preguntó si llevaba otras cosas modernas debajo del enorme uniforme que vestía. Era algo que podría haber hecho su hermana, y pensar en esta chica como una figura parecida a Ness le permitió sentirse ligeramente más cómodo con ella. Al menos era un producto conocido.

La chica se inclinó y le miró fijamente a los ojos.

– Te conozco -dijo-. Vienes en el autobús. El número 52, como yo. ¿Dónde vives?

Joel se lo dijo, lanzando una mirada a su rostro, que pasó de la curiosidad a la sorpresa.

– ¿Edenham Estate? Yo también vivo allí. En la torre. Nunca te he visto por ahí. ¿Y dónde coges el autobús? Cerca de mi parada no, pero te he visto dentro.

Le contó lo de Toby: que lo llevaba andando al colegio. No mencionó a Ness.

La chica asintió, luego dijo:

– Ah, Hibah. Así me llamo. ¿A quién tienes en EPSS?

– Al señor Eastbourne.

– ¿En Religión?

– A la señora Armstrong.

– ¿En Mates?

– Al señor Pearce.

– Buff. Puede ser chungo, ¿verdad? ¿Se te dan bien las mates?

Se le daban bien, pero no le gustaba reconocerlo. Le gustaban las mates. Era una asignatura con respuestas correctas o incorrectas. Uno sabía lo que podía esperar de las mates.

– ¿Tienes nombre? -dijo Hibah.

– Joel -contestó. Y luego le ofreció algo que no había preguntado-. Soy nuevo.

– Eso ya lo sé -dijo ella, y Joel volvió a sonrojarse porque le pareció que Hibah hablaba con desdén. La chica se explicó-: Andas por aquí, ¿entiendes? -Señaló con la cabeza en dirección a la verja que encerraba la escuela al resto del mundo. Le ofreció algo a cambio de la información que le había dado él-. Mi novio viene a la hora de comer la mayoría de los días -dijo-. Así que te veo cuando voy a la verja a hablar con él.

– ¿No estudia aquí?

– No estudia en ningún sitio. Tendría que estudiar, pero no. Quedo con él aquí porque si mi padre nos viera, me daría una paliza de muerte, ¿entiendes? Es musulmán -añadió, y parecía avergonzada de reconocerlo.

Joel no supo qué contestar a eso, así que no dijo nada.

– Estoy en noveno -dijo Hibah al cabo de un momento-. Pero podemos ser amigos, tú y yo. Nada más, ¿entiendes?, porque como te he dicho, tengo novio. Pero podemos ser amigos.

Era un ofrecimiento tan sorprendente que Joel se quedó atónito. En realidad, nunca nadie le había dicho algo así, y ni siquiera podía empezar a imaginar por qué Hibah lo hacía. Si le hubieran preguntado, ni la propia Hibah habría podido explicarlo. Pero como tenía un novio no aceptado y una actitud hacia la vida que la situaba de lleno entre dos mundos enfrentados, sabía lo que era sentirse un extraño en todas partes, lo que la hacía más compasiva que los jóvenes de su edad. Como el agua que busca nivelarse, los inadaptados sociales reconocen a sus hermanos incluso de manera inconsciente. Éste era el caso de Hibah.

– Joder. Que no tengo la peste ni nada -dijo al fin cuando Joel no respondió-. Bueno, podríamos saludarnos en el autobús. No te morirás, ¿no? -Y entonces se marchó.

El timbre para volver a clase sonó antes de que Joel pudiera alcanzarla y ofrecerle su amistad a cambio.

Capítulo 3

En cuanto a amistad se refería, las cosas se desarrollaban de manera muy distinta para Ness, al menos a un nivel superficial. Cuando se separaba de sus hermanos todas las mañanas, hacía lo que había estado haciendo desde su primera noche en North Kensington: quedaba con sus nuevas colegas Natasha y Six. Llevaba a cabo este encuentro regular separándose de Joel y de Toby en los alrededores de Portobello Bridge, donde se quedaba hasta asegurarse de que los chicos no sabrían qué dirección iba a tomar. Cuando los perdía de vista, caminaba deprisa en dirección opuesta, un camino que la llevaba más allá de Trellick Tower, y luego al norte hacia West Kilburn.

Era crucial que tuviera cuidado con todo esto, puesto que para llegar a su destino tenía que utilizar el puente peatonal del canal Grand Union, lo que la colocaría directamente en Harrow Road, en las inmediaciones de la tienda benéfica donde trabajaba su tía. No importaba que, por lo general, Ness llegara a la zona mucho antes de que la tienda abriera, siempre existía la posibilidad de que algún día Kendra decidiera ir más temprano. Ness no quería bajo ningún concepto que Kendra la viera cruzando hacia Second Avenue.

No temía un roce con su tía, porque Ness aún tenía la opinión equivocada de que podía dar guerra a cualquiera, Kendra Osborne incluida. Simplemente no quería pasar por el fastidio de tener que perder el tiempo con ella. Si la veía, tendría que inventar una excusa por estar en una zona equivocada a una hora equivocada y, si bien creía que podía hacerlo con aplomo -después de todo, hacía semanas que se había trasladado de East Acton a esta parte de la ciudad y su tía aún no sabía qué tramaba-, no quería gastar energías en eso. Ya empleaba suficiente esfuerzo en transformarse en la Ness Campbell que había decidido ser.

En cuanto llegaba al otro lado de Harrow Road, Ness caminaba directamente hasta el Jubilee Sports Centre, un edificio bajo en la cercana Caird Street que ofrecía a los habitantes del barrio algo más que hacer aparte de meterse en líos o evitarlos. Ness entraba y, cerca de la sala de máquinas -de la que salía el repiqueteo de la barra de pesas y los gruñidos de los culturistas la mayoría de las horas del día-, utilizaba el servicio de señoras para ponerse la ropa y los zapatos que había metido en la mochila. Cambiaba los horribles pantalones grises por unos vaqueros ajustados. El jersey gris, igual de horrendo, lo sustituía por un top de encaje o una camiseta fina. Después de calzarse unas botas de tacón de aguja y peinarse como a ella le gustaba, se maquillaba -pintalabios más oscuro, más lápiz de ojos, sombra con brillo- y se quedaba mirando en el espejo a la chica que había creado. Si le gustaba lo que veía -y normalmente era así- se marchaba del polideportivo y doblaba la esquina de Lancefield Street.