– Tengo entendido que llevas relativamente poco tiempo en nuestro rinconcito del mundo -dijo-. Tu morada está…, ¿dónde? ¿Uno de los complejos de viviendas subvencionadas, creo? ¿En cuál?
Joel se lo dijo; lo logró sin levantar la vista de sus manos, que jugaban con la hebilla del cinturón.
– Ah, la ubicación del magnífico edificio del señor Goldfinger -intervino Ivan-. Entonces, ¿vives dentro de esa curiosa estructura?
Joel supuso correctamente que Ivan se refería a Trellick Tower, así que negó con la cabeza.
– Lástima -dijo Ivan Weatherall-. Yo también vivo por la zona y siempre he querido explorar ese edificio. Lo considero un poco lúgubre, bueno, qué se puede hacer con hormigón aparte de algo que parezca una prisión de mínima seguridad, ¿no estás de acuerdo?, y, sin embargo, esos puentes…, piso tras piso… Son toda una declaración. Osaría decir que la gente aún desea que los problemas de vivienda del Londres de posguerra hubieran podido resolverse de un modo más agradable visualmente.
Joel levantó la cabeza y se aventuró a mirar a Ivan, intentando dilucidar todavía si estaba tomándole el pelo. Ivan lo observaba, con la cabeza ladeada. Había alterado su posición durante sus comentarios introductorios, echándose hacia atrás, de manera que la silla descansaba sólo sobre las dos patas traseras. Cuando los ojos de Joel se encontraron con los suyos, Ivan le ofreció un pequeño saludo amistoso:
– Entre nous, Joel -dijo en tono de confianza-, soy aquello que, por lo general, se describe como un inglés excéntrico. Bastante inofensivo y atractivo para invitar a una cena con estadounidenses que se declaran desesperados por conocer a un inglés auténtico.
Era difícil encontrarlos en esta zona de la ciudad, siguió contándole a Joel, en particular en su propio barrio, donde las casas pequeñas estaban ocupadas por grandes familias de argelinos, pakistaníes, hindúes, portugueses, griegos y chinos. Él vivía solo -«ni siquiera tengo un periquito que me haga compañía»-, pero le gustaba, ya que le daba tiempo y espacio para dedicarse a sus aficiones. Todo hombre, le explicó, necesitaba una afición, una salida creativa a través de la cual el alma ganara expresión.
– ¿Tú tienes una? -le preguntó.
Joel se aventuró a responder. La pregunta parecía inofensiva.
– ¿Una qué?
– Una afición, una tarea extracurricular que te enriquezca el alma de algún modo u otro.
Joel negó con la cabeza.
– Entiendo. Bueno, tal vez podamos encontrarte una. Naturalmente, habrá que realizar un poquito de investigación, para la que te pediré que colabores con lo mejor de tu habilidad. Verás, Joel, somos criaturas hechas de partes. Partes físicas, mentales, espirituales, emocionales y psicológicas. Somos similares a las máquinas, en realidad, y hay que prestar atención a todos los mecanismos que configuran lo que somos si queremos funcionar con eficacia y al máximo de nuestras capacidades. Tú, por ejemplo. ¿Qué piensas hacer con tu vida?
A Joel nunca le habían hecho esta pregunta. Lo sabía, por supuesto, pero le daba vergüenza reconocérselo al excéntrico de Ivan Weatherall.
– Bueno, pues centraremos una parte de nuestra búsqueda en eso -dijo Ivan-. Tus intenciones. Tu camino hacia el futuro. Yo mismo, verás, deseaba ser productor de cine. No actor, no, porque al fin y al cabo nunca soportaría que la gente me diera órdenes y me dijera lo que tengo que hacer. Y tampoco director, porque no soportaría ser yo quien da las órdenes. Pero producir… Ah, eso es lo que me apasionaba. Hacerlo realidad para los demás, dar vida a sus sueños.
– ¿Lo consiguió?
– ¿Producir películas? Oh, sí. Veinte, en realidad. Y luego llegué aquí.
– ¿Estaba en Hollywood, entonces?
– ¿Con una aspirante a estrella colgada de cada brazo? -Ivan se estremeció dramáticamente, luego sonrió y mostró su dentadura torturada-. Bueno, ya he planteado lo que quería decir. Pero es una conversación para otro momento.
A lo largo de las siguientes semanas, mantuvieron muchas conversaciones como ésta, aunque Joel se guardó sus secretos más oscuros para él. Así que si bien es cierto que Ivan sabía que la responsabilidad de Joel era pasar por la escuela Middle Row a recoger a Toby para que su hermano pequeño no tuviera que ir solo a ninguna parte, asuntos como dónde llevaba Joel a Toby y por qué nunca surgieron en las conversaciones que mantenían mentor y alumno. En cuanto a Ness, Ivan sabía que faltaba a clase regularmente y que sus problemas de asistencia no se habían resuelto con la llamada telefónica de la responsable de Admisiones a Kendra Osborne.
Aparte de eso, Ivan era quien hablaba principalmente. Joel, que le escuchaba, se acostumbró a las excentricidades del lenguaje del hombre mayor. En realidad, descubrió que Ivan Weatherall le caía bien, además de esperar con ilusión sus reuniones. Pero este factor en su relación -la parte de que le cayera bien- hacía que Joel fuera aún más reticente a hablarle con sinceridad. Si lo hacía, lo que imaginó que era el propósito de las visitas, creía que considerarían que estaba «curado» de lo que fuera que la escuela había decidido que le afligía. Si estaba curado, ya no necesitaría ver más a Ivan, y no quería que eso sucediera.
Fue Hibah quien reveló a Joel una forma para que Ivan siguiera hablando en su vida, aunque la escuela decidiera que ya no era necesario. Cuando hacía unas cuatro semanas que se reunían, la chica vio a Joel saliendo de la biblioteca con el inglés, y aquella tarde se dejó caer al lado de Joel en el autobús número 52 para ponerle al día.
– Estás viendo a ese loco inglés, ¿verdad? -empezó diciendo-. Ten cuidado con él.
Joel, que estaba trabajando en un problema de matemáticas que le habían puesto de deberes, no advirtió al principio la amenaza que había detrás de esas palabras.
– ¿Qué? -dijo.
– Ese tal Ivan. Va con chicos.
– Es su trabajo, ¿no?
– No hablo del colegio -dijo ella-. En otros lugares. ¿Has estado en el Paddington Arts?
Joel negó con la cabeza. Ni siquiera sabía qué era el Paddington Arts, menos aún dónde estaba.
Hibah se lo contó. El Paddington Arts era un centro para trabajos creativos, situado no muy lejos del canal Grand Union y al lado de Great Western Road. Allí se ofrecían clases -otro intento más de dar a los jóvenes de la zona algo que hacer aparte de meterse en líos- e Ivan Weatherall era uno de los profesores.
– Eso dice él -le dijo Hibah-. A mí me han contado otra cosa.
– ¿Quién? -preguntó Joel.
– Mi novio. Dice que a Ivan le van los chicos. Los chicos como tú, Joel. Chicos mestizos, le gustan ésos, y mi novio debería saberlo.
– ¿Por qué?
Hibah puso en blanco sus grandes ojos de manera expresiva.
– Puedes imaginártelo. No eres burro ni nada, ¿no? De todas formas, lo dice más gente además de mi novio. Hay chicos mayores que han crecido aquí. Ese tipo, Ivan, lleva aquí toda la vida y siempre ha sido igual. Ten cuidado, yo sólo te digo eso.
– Conmigo no ha hecho nada más que hablar -le dijo Joel.
Otra vez, Hibah puso los ojos en blanco.
– ¿Es que no te enteras de nada? Así es como empieza -dijo.
La mentira que Kendra le contó a la responsable de Admisiones del colegio Holland Park fue la razón por la que tardó varias semanas en activarse el siguiente nivel de preocupación educacional en cuanto a la falta de asistencia a la escuela de Ness. Durante este tiempo, la chica siguió como antes, saliendo de casa con sus hermanos y separándose de ellos en las inmediaciones de Portobello Bridge, con sólo una ligera variación. Esta vez, su tía sí creyó que estaba yendo al colegio porque ya no llevaba ropa para cambiarse en la mochila, sino dos libretas y un libro de Geografía, todo robado al hermano de Six, el Profesor. La ropa para cambiarse la dejaba en casa de su amiga.