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A pesar del estado en el que se encontraba, conocía el peligro de caerse al canal, así que tuvo cuidado. Se agachó en el sendero y se tumbó boca abajo. Se mojó la cara en el agua grasienta, notó el aceite aferrándose a sus mejillas, percibió el olor -no muy distinto al de una piscina de agua estancada- y vomitó de inmediato. Después, se quedó ahí echada sintiéndose débil y oyó a su tía buscándola en Meanwhile Gardens. La voz de Kendra le dijo a Ness que su tía estaba pasando por el centro infantil y se adentraba en los jardines, una dirección que la llevaría por el sendero que serpenteaba entre los montículos y, al final, al pie de la escalera de caracol. Entonces se levantó tambaleándose y supo qué camino debía tomar: se dirigió al estanque de los patos en el límite este de los jardines y luego lo cruzó y atravesó el jardín silvestre con su sendero entarimado que describía una curva y se adentraba en una oscuridad siniestra v acogedora a la vez. No le importaba en absoluto el peligro, así que no se estremeció al percibir el movimiento repentino de un gato que pasó delante de ella, ni tampoco le molestó el estallido y crujido de las ramas que sugerían que alguien la seguía. Continuó caminando, sumergiéndose en la oscuridad hasta que llegó al final de Meanwhile Gardens, al jardín aromático, y vio la forma imponente del cobertizo que marcaba el final del sendero que había tomado.

Allí reaccionó y vio que había ido a parar detrás de Trellick Tower, que se elevaba a su izquierda como el centinela del barrio y le decía que estaba cerca de Golborne Road. No es que tomara una decisión sobre adonde ir, sino que aceptó la lógica sencilla de adonde iría. Sus piernas la llevaron a Mozart Estate.

Sabía que Six estaba en casa, ya que la había llamado después de que Kendra se marchara. Sabía que su amiga había invitado a Natasha y a dos chicos del barrio, lo que significaba ser la quinta rueda de un vehículo que no iba a ningún lado, así que Ness había salido sola. Pero ahora Six era necesaria para ella.

Ness encontró al grupo -Six, Natasha y a los chicos- reunidos en el salón del piso familiar. Los chicos eran Greve y Dashell -uno negro y el otro oriental-; los dos estaban tan borrachos como los hooligans del equipo ganador. Las chicas estaban más o menos en las mismas condiciones. Y todos estaban semidesnudos. Six y Natasha llevaban lo que pasaba por unas bragas y un sujetador, pero que en realidad parecían tres pastillas para la tos, mientras que los chicos estaban envueltos en toallas atadas inexpertamente alrededor de la cintura. No había ni rastro de los hermanos de Six.

La música salía a un volumen tremendo de dos altavoces del tamaño de una nevera a cada lado de un sofá destartalado. Dashell estaba despatarrado encima y, al parecer, acababa de recibir las atenciones afectuosas de Natasha, a quien, cuando Ness entró en la sala, estaban dándole arcadas en un paño de cocina. Una caja abierta de pizza casera Ali Baba estaba tirada en una punta del sofá, una botella vacía de Jack Danield's holgazaneaba cerca.

El aspecto sexual de la situación no molestó a Ness. El aspecto del Jack Danield's sí. No había ido a Mozart Estate a buscar bebida, y el hecho de que los adolescentes hubieran recurrido al whisky cuando hubieran podido escoger otra cosa sugería que esta noche no iba a encontrar lo que quería en este lugar.

Sin embargo, se dirigió a Six y le dijo:

– ¿Tenéis material?

Six tenía los ojos inyectados en sangre y su lengua no coordinaba, pero al menos el cerebro le regía razonablemente.

– ¿A ti te parece que llevo material, lumbrera? -dijo-. ¿Qué necesitas? Joder, Ness, ¿por qué vienes ahora? A mí me va a pasar éste, ¿entiendes?

Ness lo entendió. Sólo un chiflado de un planeta extraterrestre no lo habría comprendido.

– Mira -dijo-, tengo que tomarme algo, Six. Dámelo y me largo de aquí. Un canuto me vale.

– Este de aquí te dará un buen puro, te lo digo yo.

Dashell se rió perezosamente mientras Greve se dejaba caer en una silla de tres patas.

– ¿Crees que estaríamos con el señor Jack si tuviéramos canutos? Odio esta mierda, Nessa. Ya lo sabes, joder.

– Bien. Genial. Vamos a buscar algo mejor, ¿vale?

– Ya tiene algo mejor aquí mismo -dijo Greve, y señaló el regalo que tenía para Six debajo de la toalla que llevaba.

Los cuatro se rieron. Ness tuvo ganas de abofetearlos uno por uno. Volvió hacia la puerta y sacudió la cabeza para que Six la siguiera. La chica caminó hacia ella tambaleándose. Detrás de las chicas, Natasha cayó al suelo y Dashell le pasó el pie izquierdo por el pelo. A Greve la cabeza le colgó hacia delante, como si se hubiera quedado sin fuerzas para sostenerla.

– Tú sólo llama -le dijo Ness a Six-. Yo me encargaré del resto.

Estaba nerviosa. Desde su primera noche en North Kensington, había dependido de Six para encontrar material, pero ahora veía que iba a necesitar un camino más directo al proveedor.

Six dudó. Miró detrás de ella.

– Eh, tío, no te desmayes -le dijo con brusquedad a Greve-. Ni de coña.

Greve no contestó.

– Mierda -dijo Six, y a Ness-: Anda, vamos.

El teléfono estaba en el cuarto que compartían las hermanas de la familia. Allí, junto a una de las tres camas deshechas, una lámpara sin pantalla proyectaba un haz de luz precario sobre un plato mugriento, con un sándwich mordisqueado curvándose sobre sí mismo. El teléfono estaba al lado, y Six descolgó el auricular y marcó un número. Quienquiera que estuviera al otro lado respondió inmediatamente.

– ¿Dónde andas? -dijo Six-. ¿Quién te crees que es, tío?… Sí. Vale. Entonces… ¿Dónde?… Mierda, tío, ¿cuánto te queda?… Joder, olvídalo. Estaremos muertas si esperamos tanto… No. Llamaré a Cal… Ah. Y a mí qué me importa. -Colgó el teléfono y dijo-: No va a ser fácil, lumbrera.

– ¿Quién es Cal? -preguntó Ness-. ¿Y a quién has llamado?

– No te importa. -Marcó otro número. Esta vez, pasó un rato antes de decir-: Cal, ¿eres tú? ¿Dónde está? Tengo a alguien que busca… -Una mirada interrogadora a Ness. ¿Qué quería? ¿Crac, anfetas, tranquilizantes, caballo? ¿Qué?

Ness no pudo ofrecer una respuesta tan rápida como querían Six o el receptor de la llamada. La hierba le habría servido. Presionada por la desesperación, incluso el Jack Danield's habría sido aceptable si hubiera quedado en la botella. En estos momentos, sólo quería salir de donde estaba, de su cuerpo.

– ¿Farlopa? -dijo Six al teléfono-. Sí, pero ¿por dónde trabaja?… No jodas. No me jodas… No van a… Oh, sí, apuesto a que tiene un as o dos en la manga, ese tío. -Tras eso, puso fin a la conversación diciendo-: Alguien más aparte de tu madre te quiere, tío. -Colgó el auricular y se volvió hacia Ness-. Directo arriba, lumbrera -dijo-. Al proveedor.

– ¿Dónde?

Sonrió.

– La comisaría de Policía de Harrow Road.

* * *

Aquello era lo máximo que Six estaba dispuesta a hacer por Ness. Ir con ella a la comisaría era imposible, puesto que Greve la estaba esperando en el salón. Le dijo a Ness que tendría que presentarse a alguien llamado el Cuchilla si necesitaba pillar y no podía esperar otro medio para sumirse en el olvido. Y en estos momentos el Cuchilla -según su mano derecha, Cal- estaba siendo interrogado en la comisaría de Policía de Harrow Road, en relación con algún asunto relacionado con un robo en un videoclub de Kilburn Lane.

– ¿Cómo voy a saber quién ese tío? -preguntó Ness cuando recibió la información.

– Oh, créeme, lumbrera, cuando lo veas lo sabrás.