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– ¿Y cómo voy a saber cuándo lo van a soltar, Six?

Su amiga se rió por la ingenuidad de la pregunta.

– Lumbrera, es el Cuchilla -dijo-. La Poli no va a meterse con él. -Se despidió de Ness con un movimiento de la mano y regresó con Greve. Se sentó a horcajadas encima de él, le levantó la cabeza y se bajó lo que pretendía ser su sujetador-. Vamos -dijo-. Es la hora, tío.

Ness se estremeció al ver aquello. Se giró deprisa y se marchó del piso.

En ese punto, podría haberse ido a casa, pero había emprendido una misión que debía finalizar. Así que salió de la urbanización para iniciar la breve caminata por Bravington Road. Acababa en Harrow Road, que a esta hora de la noche estaba poblada por los indeseables de la zona: borrachos en los portales de los edificios, grupos de chicos con capucha y vaqueros anchos y hombres mayores con intenciones ambiguas. Anduvo deprisa y con expresión hosca. Pronto vio la comisaría de Policía dominando el lado sur de la calle, su lámpara azul brillaba sobre los peldaños que subían a una puerta imponente.

Ness no esperaba reconocer al hombre que Six le había mandado a buscar. A aquella hora de la noche, abundaban las entradas y salidas de la comisaría; por lo que pudo ver, el Cuchilla podría haber sido cualquiera de ellos. Intentó pensar qué aspecto podría tener un ladrón, pero sólo se le ocurrió pensar en alguien vestido de negro. Por este motivo, estuvo a punto de perderse al Cuchilla cuando por fin el tipo salió por la puerta, sacó una boina del bolsillo y se cubrió la cabeza calva. Era delgado y bajito -no mucho más alto que la propia Ness- y si no se hubiera parado debajo de la luz para encenderse un cigarrillo, Ness lo habría descartado: otro mestizo más del barrio.

Debajo de la luz, sin embargo, y a pesar del resplandor azul, vio el tatuaje que aparecía por debajo de la boina y desfiguraba permanentemente su mejilla: una cobra enseñando los dientes. También vio la hilera de aros de oro que colgaban de sus lóbulos y el modo despreocupado en que estrujó el paquete de cigarrillos vacío y lo tiró al suelo en el umbral de la puerta. Oyó que se aclaraba la garganta y, luego, el tipo escupió. Sacó un móvil y abrió la tapa.

Aquél era su momento. Como la noche se había desarrollado de aquella manera, Ness se aferró a ese momento y todo lo que pudiera llevar consigo. Cruzó la calle y avanzó hacia el hombre, que le pareció que tendría unos veinte años.

– ¿Dónde coño estás, tío? -estaba diciendo al teléfono cuando Ness le tocó el brazo. Luego sacudió la cabeza cuando se giró hacia ella, cauteloso.

– Eres el Cuchilla, ¿no? Tengo que pillar algo esta noche, tío, y necesito el material que te cagas, así que dime si sí o si no.

El tipo no respondió y, por un momento, Ness pensó que se había equivocado: o bien de persona, o bien de enfoque. Entonces, el hombre dijo con impaciencia al teléfono:

– Tú ven, Cal. -Cerró la tapa y miró a Ness-. ¿Quién coño eres tú? -le preguntó.

– Alguien que quiere pillar, es lo único que necesitas saber, colega.

– Conque sí, ¿eh? ¿Y qué es lo que quieres pillar?

– Hierba o farlopa me vale.

– Pero ¿tú cuántos años tienes? ¿Doce? ¿Trece?

– Eh, soy legal y puedo pagarte.

– Apuesto a que sí, mujercita. ¿Qué te doy, entonces? ¿Llevas veinte libras en ese bolso tuyo?

No las llevaba, por supuesto. Tenía menos de cinco libras. Pero el hecho de que hubiera pensado que tenía doce o trece años y que estuviera tan dispuesto a quitársela de encima la estimuló e hizo que deseara más que nunca lo que aquel tipo tenía para vender. Cambió de posición para sacar una cadera. Ladeó la cabeza y lo miró.

– Tío, puedo pagarte con lo que quieras -dijo-. Más aún, puedo pagarte con lo que necesitas.

El tipo aspiró aire entre los dientes de un modo que hizo que a Ness se le helara la sangre, pero la chica obvió el gesto y lo que sugería. Pensó que tenía exactamente lo que quería cuando el hombre le dijo:

– Vaya, esto sí que es un giro interesante de los acontecimientos.

Capítulo 6

Unas semanas antes de cumplir ocho años, Toby enseñó a Joel la lámpara de lava. Estaba en el escaparate de una tienda situada hacia el final de Portobello Road, al norte de la parte conocida de la calle: esa extensión de mercados que brotan como las semillas de comercio que son, en las inmediaciones de Notting Hill Gate.

La tienda en la que la lámpara de lava ofrecía su actuación operaba entre una carnicería halal y un restaurante llamado Cockney's Traditional Pie Mash and Eels. Toby la había visto mientras caminaba en fila con los alumnos más pequeños de la escuela Middle Row por Portobello Road, en una instructiva excursión escolar a la oficina de correos, donde los niños iban a comprar sellos de un modo respetuoso. El profesor quería que recordaran el ejercicio para el resto de las compras que harían en sus vidas, y en él intervenían las matemáticas y la interacción social. Toby no destacaba en ninguna de las dos facetas.

Pero sí se fijó en la lámpara de lava. De hecho, la subida y bajada hipnotizante del material que constituía la «lava» hizo que abandonara la fila y se dirigiera al escaparate, donde emprendió de inmediato un viaje a Sose. Lo despertó su compañero de fila gritando y llamando la atención del profesor que iba al principio de la fila. La madre voluntaria que acompañaba al grupo al final de la fila vio el problema. Arrancó a Toby del escaparate y lo devolvió a su sitio. Pero el recuerdo de la lámpara de lava persistió en la mente del niño. Empezó a hablar de ella esa misma noche mientras cenaban langostinos fritos, patatas y guisantes. Empapándolo todo con salsa, dijo que la lámpara era «chulísima» y siguió sacando el tema hasta que Joel accedió a que lo introdujera en sus placeres visuales.

El líquido era violeta. La «lava» era naranja. Toby presionó la cara contra el escaparate, suspiró y empañó el cristal de inmediato.

– ¿No es chulísima, Joel? -dijo, y puso la palma de la mano en el escaparate como si fuera a atravesarlo y fundirse con el objeto de su fascinación-. ¿Crees que la puedo tener?

Joel buscó el precio, que localizó en una pequeña tarjeta en la base de plástico negra de la lámpara, «£15,99» garabateado en rojo. Eran ocho libras más de las que tenía actualmente.

– Imposible, Tobe -dijo-. ¿De dónde vamos a sacar el dinero?

Toby dirigió la mirada de la lámpara de lava a su hermano. Le habían convencido de que hoy no llevara inflado el flotador: lo llevaba desinflado debajo de la ropa, pero sus dedos lo pellizcaban de todos modos, tocando el aire alrededor de su cintura espasmódicamente. Estaba cabizbajo.

– ¿Y qué hay de mi cumpleaños?

– Puedo hablar con la tía Ken. Quizá también con Ness.

Toby dejó caer los hombros. No era tan ajeno a la situación que se vivía en el número 84 de Edenham Way como para pensar que Joel le prometía algo que no fuera decepción.

Joel no soportaba ver a Toby desanimado. Le dijo a su hermano que no se preocupara. Si la lámpara de lava era lo que quería para su día especial, de algún modo, la lámpara de lava sería suya.

Joel sabía que no podía pedirle el dinero a su hermana. Hoy en día, no podía convencerse a Ness ni por las buenas ni, sin duda, por las malas. Desde que se habían marchado de Henchman Street, cada vez era más inaccesible. La chica que fue en su día era ahora como un daguerrotipo: inclinándolo hacia un lado u otro casi podía ver a la niña de East Acton, el arcángel Gabriel en las fiestas de Navidad, con las alas blancas como nubes y un halo dorado en la cabeza, zapatos de ballet y un tutu rosa, asomada a la ventana de Weedon House y escupiendo al suelo, a metros de distancia. Ya no fingía que asistía al colegio. Nadie sabía a qué dedicaba sus días.

Joel creía que a Ness le había sucedido algo profundo en algún momento. Simplemente no sabía qué era, así que en su inocencia e ignorancia llegó a la conclusión de que estaba relacionado con la noche que los había dejado solos mientras Kendra salía de fiesta. Sabía que Ness no había regresado aquella noche y sabía que su tía y su hermana habían discutido violentamente. Pero no sabía qué había ocurrido antes de esa discusión.