En una de estas casas adosadas vivía Kendra Osborne, y Glory guió a sus nietos hasta allí; soltó las bolsas de Sainsbury's en el escalón superior con un suspiro de alivio. Joel dejó las maletas y se frotó las manos en los vaqueros. Toby miró a su alrededor y parpadeó mientras toqueteaba el flotador espasmódicamente. Ness empujó el carrito de la compra hasta la puerta del garaje, cruzó los brazos debajo de los pechos y lanzó una mirada hosca a su abuela, una mirada que decía claramente: «¿Y ahora qué, zorra?».
«No te pases de lista», pensó Glory, molesta mientras miraba a su nieta. Ness siempre iba varios pasos por delante de sus hermanos.
Glory dio la espalda a la chica y llamó al timbre con decisión. El día estaba apagándose y aunque el tiempo no era fundamental, teniendo en cuenta el plan de juego de Glory, estaba impaciente por que comenzara la siguiente parte de sus vidas. Como nadie fue a abrir, volvió a llamar.
– Parece que no vamos a poder despedirnos de nadie, abuelita -fue el comentario avinagrado de Ness-. Supongo que será mejor que sigamos para el aeropuerto, ¿no?
Glory no le hizo caso.
– Demos la vuelta -dijo, y volvió a la calle con los niños. Los llevó por un estrecho sendero que había entre las dos hileras de casas. Este camino daba acceso a la parte de atrás de los adosados y a sus minúsculos jardines, que yacían tras un muro alto-. Aúpa a tu hermano, cielo -le dijo a Joel-. Toby, mira si hay luz. -Y para cualquiera de ellos que estuviera interesado, añadió-: Podría estar dándole al tema con alguno de sus novios. Esa Kendra sólo piensa en una cosa.
Joel colaboró y se agachó para que Toby pudiera subirse a sus hombros. El niño obedeció, aunque el flotador dificultó el proceso. Una vez arriba, se agarró al muro.
– Tiene una barbacoa, Joel -murmuró, y se quedó mirando el objeto con excesiva fascinación.
– ¿Hay luz? -preguntó Glory al pequeño-. Toby, mira en la casa, tesoro.
Toby negó con la cabeza, y Glory interpretó que significaba que no había ninguna luz encendida en la planta baja de la casa. Tampoco había luz en los pisos superiores, así que tuvo que enfrentarse a un contratiempo inesperado en su plan. Pero Glory era una mujer que sabía improvisar a la perfección.
– Bueno… -dijo frotándose las manos, y cuando estaba a punto de continuar, Ness, de repente, dijo:
– Supongo que tendremos que seguir para Jamaica, ¿verdad, abuelita? -Ness no había avanzado más allá del sendero y apoyaba todo su peso en una cadera, la bota extendida hacia fuera y los brazos en jarras. Esta postura hacía que se le abriera la chaqueta y dejaba al descubierto la barriga desnuda, el piercing del ombligo y el escote generoso.
«Seductora» fue la palabra que revoloteó en la mente de Glory, pero desechó la idea como hacía a menudo, como se había dicho que tenía que hacer, durante los últimos años de convivencia con su nieta.
– Supongo que tendremos que dejarle una nota a la tía Ken.
– Venid conmigo -dijo Glory, y volvieron a la parte delantera del edificio, a la puerta de Kendra, donde se habían quedado las maletas, el carrito de la compra y las bolsas del Sainsbury's, todo mezclado en los escalones hasta la calle estrecha.
Les dijo a los niños que se sentaran en el rectángulo que formaba el porche, aunque cualquiera podía ver que no había espacio suficiente. Joel y Toby obedecieron y se colocaron entre las bolsas, pero Ness retrocedió y su expresión decía que estaba esperando a que las inevitables excusas manaran de la boca de su abuela.
– Os haré un sitio. Y hacer sitio lleva su tiempo. Así que yo me adelantaré y os mandaré a buscar cuando lo tenga todo preparado en Ja-mai-ca.
Ness soltó un suspiro de desdén. Miró a su alrededor para ver si había alguien cerca que pudiera ser testigo de las mentiras de su abuela.
– Entonces, ¿nos quedamos con la tía Kendra? ¿Lo sabe ella, abuelita? ¿Está aquí? ¿Está de vacaciones? ¿Se ha mudado? ¿Cómo sabes dónde está?
Glory lanzó una mirada a Ness, pero centró su atención en los chicos, cuya conducta era más probable que se amoldara a su plan. A sus quince años, Ness era demasiado astuta. Con once y siete años, Joel y Toby aún tenían mucho que aprender.
– Hablé con tu tía ayer -dijo Glory-. Está de compras. Va a prepararos algo especial para cenar.
Ness volvió a suspirar con desdén. Joel asintió solemnemente con la cabeza. Toby movió inquieto el trasero y dio un tirón a los vaqueros de Joel. Éste pasó un brazo alrededor de los hombros de su hermano pequeño. La visión enterneció a Glory. Estarían todos bien, se dijo.
– Tengo que irme, chicos -dijo-. Y lo que quiero es que os quedéis aquí. Esperad a vuestra tiita. Volverá. Ha ido a compraros la cena. Esperadla aquí. No os mováis porque no conocéis el barrio y no quiero que os perdáis. ¿Entendido? Ness, vigila a Joel. Joel, tú vigila a Toby.
– No voy a… -comenzó a decir Ness, pero Joel habló.
– De acuerdo. -Fue lo único que pudo decir el chico, tal era el nudo que tenía en la garganta. La vida ya le había enseñado que había cosas contra las que era inútil luchar, pero aún no dominaba los sentimientos que eso le despertaba.
Glory le dio un beso en la cabeza.
– Eres un buen chico, cielo -dijo, y le dio una palmadita tímida a Toby.
Cogió su maleta y dos de las bolsas de supermercado y retrocedió unos pasos, respirando hondo. No le gustaba demasiado dejarlos solos de esta manera, pero sabía que Kendra llegaría pronto a casa. Glory no la había llamado de antemano, pero aparte de su pequeño problema con los hombres, Kendra vivía según las normas, era la responsabilidad personificada. Tenía un trabajo y se formaba para otro, para reponerse de su último fracaso matrimonial. Estaba labrándose una carrera de verdad. Era imposible que Kendra se hubiera marchado a algún lugar inesperado. Volvería pronto. Al fin y al cabo, sólo pasaban unos minutos de la hora de la cena.
– No os mováis ni un milímetro -les dijo Glory a sus nietos-. Dadle a vuestra tía un beso grande de mi parte.
Dicho esto, se dio la vuelta para marcharse. Ness se interpuso en su camino. Glory intentó ofrecerle una sonrisa tierna.
– Os mandaré a buscar, cariño -le dijo a la niña-. No me crees, lo sé. Pero te juro que es verdad, Ness. Os mandaremos a buscar. George y yo construiremos una casa para que vengáis; cuando esté todo listo…
Ness se dio la vuelta y empezó a caminar, no en dirección a Elkstone Road, que habría sido la misma ruta que tomaría Glory, sino hacia el sendero entre los edificios, el sendero que llevaba a Meanwhile Gardens y lo que había detrás.
Glory se quedó mirándola. La chica estaba indignada y sus botas de tacón sonaban como un latigazo en el aire frío. E igual que un latigazo, el sonido alcanzó las mejillas de Glory. No quería hacer daño a los niños. Ahora mismo, las cosas simplemente eran como tenían que ser.
Llamó a Ness.
– ¿Tienes algún mensaje para nuestro George? Te está preparando una casa, Nessa.
Ness aceleró el paso. Se tropezó con un trozo de acera levantada, pero no se cayó. Al cabo de un momento, había desaparecido detrás del edificio, y Glory esperó en vano a que algunas palabras le llegaran flotando en las últimas horas de la tarde. Quería algo que la tranquilizara, que le dijera que no había fracasado.
– ¿Nessa? -gritó-. ¿Vanessa Campbell?
Como respuesta, sólo llegó un grito angustiado. Era algo muy parecido a un sollozo y para Glory fue como recibir un puñetazo en el pecho. Miró a sus nietos en busca de lo que su hermana no había querido darle.
– Os mandaremos a buscar -dijo-. George y yo, cuando tengamos la casa lista, le diremos a la tía Ken que lo prepare todo. Ja-mai-ca. -Entonó la palabra-. Ja-mai-ca.