– Túmbala ahí-dijo alguien.
Desde detrás la echaron sobre el colchón. Aliento caliente, fue en lo que pensó entonces: la sensación y el olor. Dos pares de manos le bajaban las medias mientras otro par le abría las piernas. Un cuarto par le sujetaba los brazos. Ness gritó, una señal que se interpretó como signo de placer.
Empezó a forcejear. La huida que quería se consideró una expectativa ardiente. Volvió a gritar cuando se bajaron las cremalleras y cerró con fuerza los ojos para no ver lo que, de lo contrario, vería. Un cuerpo cayó sobre ella y sintió el calor del mismo, y luego el miembro grueso y palpitante; entonces, gritó.
Acabó deprisa. No como temía que acabaría, sino como soñaba. Primero oyó un taco y, luego, de inmediato, el cuerpo se apartó de ella como si una fuerza de la naturaleza tirara de él. Y ahí estaba él aupándola del colchón: no para sacarla de aquel lugar horrible, cogiéndola en brazos como el héroe de una canción de trovador, sino para levantarla con brusquedad e insultarla por ser una zorra estúpida; si debía recibir una lección, sería él y no aquella escoria quien se la daría.
Era como sentirse cortejada. Ness sabía que el Cuchilla no habría ido a rescatarla si no se preocupara por ella. Era un hombre contra muchos. Esos muchos eran mayores, más duros y mucho más amenazantes. Se había puesto en peligro para salvarla. Así que cuando la empujó delante de él en dirección a la puerta, Ness sintió la presión en el omóplato como una forma de caricia y salió sin protestar a la noche, donde esperaba Cal Hancock, a quien el Cuchilla le dijo:
– Melia lo tiene todo controlado. Vamos a Lancefield, tío.
– ¿Qué pasa con ella? -dijo Cal señalando con la cabeza a Ness.
– Viene con nosotros -le dijo el Cuchilla-. No puedo dejar a esta putilla aquí.
De esta manera, unos treinta minutos después, Ness se encontró no en el piso decentemente amueblado que imaginaba, sino en una vivienda ocupada junto a Kilburn Lane, en un bloque de pisos destinado al martillo de demolición; allí se habían instalado mientras tanto indigentes que tuvieran el valor de vivir cerca del Cuchilla. Allí, sobre una manta áspera que cubría un futón en el suelo, el Cuchilla le hizo a Ness lo que los hombres del fumadero de crac habían previsto hacer. Sin embargo, a diferencia de lo sucedido allí, Ness aceptó sus atenciones con entusiasmo.
Tenía sus propios planes, y mientras se abría de piernas para él decidió que el Cuchilla era el único hombre de la Tierra que deseaba que los llevara a cabo.
Cuando Kendra escuchó a Dix contar que había sacado a Ness del Falcon y que la había llevado a casa, decidió creerle. Con su voz suave y aparente buen corazón, parecía sincero. Así que a pesar de haberse lavado las manos con Ness la misma noche en que la chica conoció al Cuchilla y durante las semanas siguientes, Kendra se dio cuenta de que necesitaba recuperar el rumbo de la relación con su sobrina. Sin embargo, la cuestión era cómo conseguirlo, puesto que Ness prácticamente no estaba en casa.
La ventaja que tenía su ausencia era que Kendra era capaz de continuar con su carrera sin trastornos familiares, algo que le alegraba hacer, ya que la ayudaba a alejar la mente de lo que había estado a punto de pasar entre Dix D'Court y ella tras el masaje en el estudio encima del Falcon. Y no había duda que Kendra necesitaba alejar la mente de eso. Quería pensar que era una profesional.
Sin embargo, el inconveniente que suponía la ausencia de Ness era que la misma conciencia que requería que Kendra fuera una profesional en el terreno de los masajes también requería que socorriera a la chica. No tanto porque Kendra esperara que pudiera nacer una amistad decente entre tía y sobrina, sino porque se había equivocado con lo que suponía que había ocurrido entre Dix y Ness, y necesitaba reparar ese daño. Kendra creía que se lo debía a un hermano que había dado un rumbo nuevo a su vida: Gavin Campbell había sido drogadicto durante años hasta que nació y casi murió Toby.
– Me despertó, verás -le había dicho Gavin-. Me ha hecho ver que no puedo dejar que Carole cuide de los niños, ésa es la pura verdad.
Lo que también era verdad era que ningún adulto había pegado nunca a ninguno de los niños Campbell. Por lo tanto, Kendra tenía que suavizar, explicar la situación de algún modo o pedir perdón por el encuentro con Ness delante de su casa aquella noche -que culminó con un bofetón-; tenía que hacer lo que fuera para que Ness volviera a casa, donde debía estar y donde su padre habría querido que estuviera.
La necesidad de Kendra de hacerlo se vio intensificada por una llamada que recibió de los Servicios Sociales poco después del masaje deportivo en el Falcon. Una mujer de nombre Fabia Bender, del Departamento de Menores, intentaba concertar una cita con Vanessa Campbell y con el adulto que ocupara el lugar de padre en la vida de Ness. Que los Servicios Sociales hubieran intervenido activamente en la situación proporcionó a Kendra una baza para jugar en su trato con Ness…, si podía encontrar a su sobrina.
Preguntar a Joel no sirvió de nada. Si bien veía a su hermana de vez en cuando, le dijo a Kendra que no había una rutina en sus idas y venidas. No añadió que ahora Ness era una extraña para él. Sólo dijo que a veces estaba en casa cuando él y Toby regresaban del centro de aprendizaje. Estaba bañándose, buscando ropa, cogiendo paquetes de tabaco del cartón de Benson & Hedges de Kendra, comiendo curry que había sobrado o mojando patatas en un tarro de salsa mexicana mientras veía un programa de entrevistas en la tele. Cuando le decía algo, ella casi nunca le hacía caso. Siempre era evidente que no tenía pensado quedarse mucho rato. No podía añadir nada más.
Kendra sabía que Ness tenía amigos entre los adolescentes del barrio. Sabía que dos se llamaban Six y Natasha. Pero era lo único que sabía, pese a que daba por sentado mucho más. El alcohol, las drogas y el sexo encabezaban la lista.
Imaginaba que el robo, la prostitución, las enfermedades de transmisión sexual y las actividades relacionadas con bandas no andaban muy lejos.
Durante semanas y a pesar de todos sus esfuerzos, no tuvo ninguna oportunidad de mantener con Ness la conversación que quería. Buscó a la chica, pero no pudo encontrarla. Finalmente, cuando ya se había resignado a no localizar a Ness hasta que la chica estuviera dispuesta a ser localizada, la vio, por casualidad, en Queensway, entrando en Whiteley's. Iba en compañía de dos chicas. Una era gordita y la otra flaca, pero las dos vestían según el estilo de la calle. Vaqueros ajustados que lo marcaban todo, desde el trasero a los huesos púbicos, tacones de aguja, tops muy finos atados a la cintura sobre camisetas de colores minúsculas. Ness iba vestida de un modo parecido. Kendra vio que la chica llevaba uno de sus pañuelos enrollado en el abundante pelo.
Las siguió al interior de Whiteley's y las encontró toqueteando bisutería en Accessorize. Llamó a Ness. La chica se giró, la mano en el pañuelo del pelo como si creyera que Kendra quería quitárselo.
– Tengo que hablar contigo -dijo Kendra-. Llevo semanas intentando encontrarte.
– No me estoy escondiendo de ti -contestó Ness.
La chica gordita se rió por lo bajo, como si Ness hubiera puesto a Kendra en su lugar, no tanto con sus palabras como por el tono de voz, que era grosero.
Kendra miró a la chica que se había reído.
– ¿Y tú quién eres? -le preguntó.
La chica no contestó, sino que puso una cara hosca diseñada para sacar de quicio a Kendra, pero fracasó.
– Yo soy Tash -dijo la chica flaca; con una mirada, su amiga silenció esta muestra de afabilidad marginal.
– Bueno, Tash -dijo Kendra-. Necesito hablar con Vanessa a solas. Me gustaría que tú y esta otra persona, ¿eres Six, por cierto?, nos brindarais esa oportunidad.