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Se le había pinchado el flotador con algo. Aún lo llevaba alrededor de la cintura, aunque ahora sólo estaba parcialmente inflado. Pero no había perdido la bolsa que Joel le había puesto en las manos. Yacía a su lado y cuando Joel llegó donde estaba a través de los juncos, vio que la lámpara de lava no había sufrido ningún desperfecto. Dio gracias por ello. Al menos el cumpleaños de Toby no se había estropeado.

– Eh, Tobe -dijo-. Ya ha pasado. Vámonos a casa. Él es Ivan. Quiere conocerte.

Toby miró hacia arriba. Había estado llorando y le moqueaba la nariz.

– No me he hecho pis -le dijo a Joel-. Tengo ganas de ir, pero no me lo he hecho encima, Joel.

– Eso está muy bien. -Joel levantó a Toby y le dijo a Ivan, que estaba en el sendero que llevaba al estanque-: Éste es Toby.

– Mucho gusto -dijo Ivan-. Y estoy impresionado con el atavío tan acertado que llevas, Toby. Por cierto, ¿es un diminutivo de Tobias?

Joel miró a su hermano, que pensaba en la palabra «atavío». Entonces se dio cuenta de que Ivan se refería al flotador. El hombre pensó que habían sido precavidos respecto a la seguridad de Toby, dada la cercanía del agua.

– Es Toby y punto -informó Joel a Ivan-. Imagino que mi madre y mi padre no sabían que era el diminutivo de algún nombre.

Subieron el terraplén para reunirse con Ivan, quien, tras echar una larga mirada a Toby, sacó un pañuelo blanco del bolsillo. Sin embargo, en lugar de ocuparse él mismo de secarle la cara a Toby, le entregó el trapo a Joel sin decir una palabra. Joel le dio las gracias con la cabeza y limpió a su hermano. Toby mantuvo la mirada clavada en Ivan, como si estuviera viendo una criatura de otro sistema solar.

Cuando Toby estuvo limpio, Ivan sonrió.

– ¿Vamos, pues? -dijo, y señaló en dirección a las casas adosadas-. He sabido por la escuela que viven ustedes con su tía. ¿Sería hoy un día apropiado para conocerla, jovencitos?

– Está en la tienda benéfica -dijo Joel-. En Harrow Road. Trabaja allí.

– ¿La tienda del sida? -preguntó Ivan-. Vaya, estoy bastante familiarizado con ese lugar. Un trabajo muy noble, el suyo. Una enfermedad espantosa.

– Mi tío murió de sida -dijo Joel-. El hermano de mi tía. Mi padre es su hermano mayor. Gavin. Su hermano pequeño, Cary, se llamaba.

– Una pérdida tremenda.

– Su marido también murió. El primero, me refiero. Su segundo marido… -Joel se dio cuenta de que estaba hablando demasiado. Pero se había sentido obligado a compartir algo con el hombre, para agradecerle su presencia cuando la había necesitado y por no mencionar el aspecto extraño de Toby cuando lo encontraron.

El hecho de que hubieran llegado a casa de su tía le permitía callar el resto de lo que casi había dicho, e Ivan no dijo nada mientras Joel y Toby subían los peldaños. En lugar de eso, afirmó:

– Bueno, me gustaría conocer a tu tía en un futuro. Tal vez me pase por la tienda benéfica y me presente, con tu permiso, por supuesto.

Joel pensó fugazmente en las palabras de advertencia de Hibah sobre este hombre. Pero no había pasado nada inapropiado entre ellos ninguna de las veces que se habían visto en las sesiones de orientación. Ivan le aportaba una sensación de seguridad y Joel quería confiar en ese sentimiento.

– Puedes si quieres -dijo.

– Excelente -dijo Ivan, y extendió la mano. Joel se la estrechó y luego le dio un pequeño codazo a Toby para que hiciera lo mismo.

Ivan se metió la mano en el bolsillo y sacó una tarjeta, que le entregó a Joel.

– Aquí podrás encontrarme fuera del horario de clase -dijo-. Ésta es mi dirección. También viene mi número de teléfono. No tengo móvil, no soporto esos espantosos aparatejos, pero si me llamas a casa y no estoy, un contestador automático recogerá tu mensaje.

Joel dio la vuelta a la tarjeta. No podía imaginar qué podría llevarle a utilizarla. No comentó nada, pero Ivan pareció leer su pensamiento.

– Puede que quieras contarme tus planes y sueños. Cuando estés preparado, quiero decir. -Se alejó del edificio y señaló con el dedo a Joel y luego a Toby-. Hasta luego, entonces, caballeros -dijo, y se puso en marcha.

Joel se quedó mirándolo un momento antes de girarse hacia la puerta y abrirla para que Toby entrara. Ivan Weatherall, decidió, era el hombre más extraño que había conocido. Sabía cosas sobre todo el mundo -personales y no- y, sin embargo, parecía aceptar a la gente tal como era. Joel nunca se sentía un inadaptado en su presencia, porque Ivan nunca actuaba como si hubiera algo insólito en sus rasgos de mestizo. En realidad, Ivan se comportaba como si el mundo estuviera hecho de gente sacada de una bolsa con razas, etnias, fes y religiones mezcladas. Qué peculiar era alguien así en el mundo en que vivía Joel.

Aun así, pasó los dedos por las letras en relieve del anverso de la tarjeta. «Sixth Avenue, 32», leyó, y debajo del nombre de Ivan Weatherall había dibujado un reloj. Dijo en voz alta lo que se había guardado para sí hasta ese momento.

– Psiquiatra -susurró-. Eso es Ivan.

Capítulo 8

– Así que cuando he llegado a casa del trabajo -dijo Kendra-, he visto que los chicos habían tenido una pelea. Pero no dice nada, y Toby tampoco. No es que esperara que Toby se chivara. No de Joel, de entre todas las personas. -Apartó la mirada de las plantas de los pies de Cordie y estudió el gráfico de reflexología que tenía encima de la mesa de la cocina, junto a la que ella y su amiga estaban sentadas. Movió los pulgares ligeramente a la izquierda del pie derecho de Cordie-. ¿Qué tal? -dijo-. ¿Qué notas?

Cordie se había prestado gustosa a hacer de cobaya. Se había quitado los zapatos con tacón de cuña, había permitido que le lavara los pies, se los secara y se los frotara con loción, y había proporcionado a Kendra un comentario sobre la cantidad de efectos que la reflexología tenía sobre su cuerpo.

– Mmm -dijo-. Me hace pensar en una tarta de chocolate, Ken. -Levantó un dedo, frunció el ceño y dijo-: No. No, no es… Sigue… Un poco más… Oh, sí. Ya lo tengo. Más bien es… un hombre guapo besándome la nuca.

Kendra le dio una palmadita en la pantorrilla.

– Habla en serio -dijo-. Es importante, Cordie.

– Joder, y un hombre guapo besándome la nuca también lo es. ¿Cuándo haremos otra noche de chicas? Esta vez quiero a un veinteañero de la universidad, Ken. Alguien con grandes músculos en los muslos, ¿entiendes lo que quiero decir?

– Lees demasiadas revistas de sexo para mujeres. ¿Qué tienen que ver unos muslos musculosos con nada?

– Le dan fuerza para que me sujete como quiero que me sujeten: contra la pared con las piernas agarradas a él. Mmm. Es lo que quiero ahora.

– Como si fuera a creerte, Cordie -la informó Kendra-. Si es lo que quieres, sabes dónde conseguirlo y sabes quién estará más que encantado de dártelo. ¿Qué tal ahora? -Aplicó una nueva presión.

Cordie suspiró.

– Joder, Ken, eres buenísima. -Se recostó en la silla tan bien como pudo, teniendo en cuenta que era una silla de cocina. Dejó caer la cabeza en el respaldo y dijo mirando al cielo-: Entonces, ¿cómo lo has sabido? Lo de la pelea.

– Tenía moratones en la cara; alguien le había golpeado -dijo Kendra-. He vuelto a casa del trabajo y le he encontrado en el baño intentando borrar todas las señales. Le he preguntado qué había pasado y me ha dicho que se había caído por las escaleras de la pista de patinaje. En el parque.

– Podría ser -señaló Cordie.

– No con el miedo que tiene Toby a separarse de él. Algo ha pasado, Cordie. No entiendo por qué no me lo cuenta.