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‘No, quien estaba?’

‘Giovanni Ambrosini.’

Step tiene una especie de sobresalto. Un golpe en el corazón. Rápido la rabia se apodera de el, pero la esconde perfectamente.

‘Ah si?’

Paolo continua con su cuento.

‘Estaba con una bella mujer, una mas grande que el. Cuando me vio se preocupo. Parecía aterrorizado. Según yo, tenia miedo que estuvieras tu. Después, cuando vio que no estabas, se tranquilizo. Me ha sonreído y todo. Si así puedes definir a cierta mueca. La mandíbula nunca regreso a su lugar. Y eso lo sabes mejor que yo. Pero se puede saber porque lo has masacrado de ese modo, nunca me lo has dicho…’

Es cierto, piensa Step. El no lo sabe. Nunca lo ha sabido. Step agarra a Pollo bajo el brazo y va a la salida. En la puerta se da la vuelta. Mira al hermano. Esta sentado en su escritorio. Con esos lentes redondos, los cabellos con un corte costoso perfectamente peinados, vestido de manera impecable con la camisa planchada justo como el mismo le enseño a Maria. No, nunca lo ha sabido. Step le sonríe.

‘Quieres saber porque le hice eso a Ambrosini?’

Paolo asiente.

‘Si, quisiera.’

‘Porque siempre me decía que me vistiera mejor.’

Salen justo como entraron. Arrogantes y divertidos. Con ese caminar seguro, un poco de duros. Pasan al lado de la secretaria. Step le dice algo. Ella se queda mirándolo. Después se meten en el ascensor. Llegan a planta baja. Step saluda el portero.

‘Hola Martinelli. Ofrécenos dos cigarrillos, anda.’

Martinelli tira fuera del bolsillo de la chaqueta un paquete suave de cigarrillos baratos. Hace un control con la mano alzando algunos cigarros. Pollo y Step saquean el paquete. Agarran mas de lo debido. Después, sin esperar que el portero las encienta, se alejan. Martinelli mira a Step. Es muy diferente que el hermano. El doctor siempre dice gracias por cualquier cosa.

En ese momento el intercomunicador vecino suena. Martinelli mira el la pantalla. Es de la oficina del hermano de Step. Martinelli descuelga el auricular.

‘Alo doctor Manzini, que desea?’

‘Puede subir un momento donde estoy, por favor?’

‘Claro, llego pronto.’

‘Gracias.’

Martinelli agarra el ascensor y sube al cuarto piso. Paolo esta allí esperándolo en la puerta de la oficina.

‘Entre Martinelli.’ Paolo lo hace acomodarse, después cierra la puerta. El portero se mantiene allí enfrente a el, de pie, ligeramente en desacato. Paolo se sienta. ‘Martinelli, pongase cómodo.’ Martinelli ocupa puesto en el sofá enfrente de Paolo, sentándose con respeto, casi en la punta, preocupado de ocupar mucho espacio. Paolo cruza las manos. Le sonríe. Martinelli se lo devuelve, pero sigue extrañado. Quiere saber el porque del encuentro. Ha hecho algo mal? Se ha equivocado? Paolo suspira. Parece decidido a revelarle el misterio. ‘Escuche Martinelli, usted me debe hacer un favor.’ Martinelli sonríe mas relajado, se tranquiliza y ocupa mas puesto en la silla.

‘Me dice doctor, hago todo lo que desee si se puede.’

Paolo se apoya en el espaldar.

‘No deje entrar mas a mi hermano.’

Martinelli abre los ojos grande.

‘Que doctor? De verdad no lo dejo pasar? Y que le digo? Si ese se molesta se necesitaría a Tyson en la puerta.’ Paolo mira mejor aquel señor tranquilo, con sus grises vestidos combinados con el color de los cabellos y de toda su existencia. Imagina Martinelli paralizando a Step en el portón: ‘Me disculpa, he tenido las ordenes. Usted no puede entrar’. La discusión. Step que se altera. Martinelli que alza la voz. Step que se rebela. Martinelli que lo empuja. Step que lo agarra por la chaqueta, lo bate contra el muro y después seguramente el resto, como un guión…

‘Tienes razón, Martinelli. Fue una mala idea. Déjalo así, me ocupare yo. Hablare en casa’ Martinelli se alza.

‘Cualquier otra cosa doctor, la hago seguro. Pero esta…’

‘No, no, tiene razón. Me que equivocado yo a pedírselo. Gracias, de todas formas.’ Martinelli sale de la oficina, agarra el ascensor y regresa a planta baja. Se las vio feas. Y quien para a ese energúmeno? Saca el paquete afuera. Decide de festejar con un cigarrillo el peligro del que se salvo. Menos mal que el doctor es un tipo comprensivo. No como su hermano. Step le ha robado medio paquete y siquiera ha dicho gracias. Ni una vez.

Y después dicen que ser portero es un trabajo tranquilo. Martinelli suspira, después se enciende una MS.

En el cuarto piso Paolo mira afuera de la ventana. Siente un extraña sensación de satisfacción. Le salvo la vida a Martinelli. Regresa a sentarse. Bueno, sin exagerar. Le ha ahorrado un saco de problemas. Entra la secretaria con algunos fascículos.

‘Tenga, estos son los que me pidió…’

‘Gracias Señorita.’

La secretaria lo mira un momento.

‘Es un tipo extraño su hermano. No se asemejan mucho ustedes dos.’

Paolo se quita los lentes, en el tentativo en vano de ser mas fascinante.

‘Es un cumplido?’

La secretaria miente.

‘En cierto sentido si. Espero que usted no vaya preguntándole a las muchachas cuanto cuestan sus cosas intimas…’

Paolo sonríe avergonzado.

‘Oh no, claro que no.’

Sin los lentes ve poco, pero aun así, sus ojos terminan inevitablemente en la camiseta transparente. La secretaria se da cuenta pero no hace nada.

‘Ah, su hermano me dijo que le dijera que usted es muy bueno conmigo, que no debió haber pagado y dejarlo hacer lo que dijo.’ La secretaria se vuelve extrañamente insistente. ‘Si puedo preguntar… que cosa doctor?’

Paolo mira la secretaria. Su bello cuerpo. Esa falda perfecta e impecable que cubre sus piernas fuertes. Quizás si hermano tenía la razón. Imagina a la secretaria medio desnuda con Step que le quita las panties. Se excita.

‘Nada señorita, era solo un chiste.’

La secretaria se va ligeramente decepcionada. Paolo hace tiempo de colocarse los lentes y poner los ojos en el posterior que se aleja mas o menos profesionalmente.

Diablos! Debí dejar que lo hiciera. Si Step no le hubiera restituido ese dinero, seria estado el peor negocio de los ultimos años. No, no el peor. Aquel lo ha hecho el señor Forte. Ha confiado sus graves problemas fiscales a un agente de finanzas que tiene aun por resolver los problemas familiares. No se puede pasar una mañana discutiendo con el hermano y al final pagarle para que no le quite la ropa interior a la secretaria.

Con un sentimiento de culpa, Paolo regresa a la cuenta del señor Forte.

En una pequeña calle estrecha, dentro de un simple garaje, esta Sergio, el mecánico. Viste una braga azul marino con un rectángulo blanco, verde y rojo de la Castrol en la espalda. No se entiende si fue patrocinado por las carreras que hizo años antes o por todo el aceite que le cambia a las motos. El hecho es que cada vez que le lleven una moto, por cualquier problema que tenga, el, después de haberla probado, siempre termina de la misma manera: ‘Hay que hacerle cualquier trabajito y después un buen cambio completo del aceite.’ Mariolino, su asistente, es un chico de aires despistados. Para el, Sergio es un genio, un ídolo. Un dios de las motos. Cuando trabajan, Mariolino siempre pone el CD de Battisti. ‘Yo, tu, nosotros, todos’. Cuando en esa canción llega el pedazo que dice ‘aquel gran genio de mi amigo, el siempre sabe que hacer, el sabría como ajustar todo’ a Mariolino le sale una grande sonrisa. ‘Caramba, si esa canción habla justo de ti.’ Sergio continua a trabajar, después se lleva una mano a los cabellos, volviéndolos mas grasosos.

‘Cierto, nunca podría hablar de ti. Tu con una herramienta en mano haces solo daños mas que milagros.’

Un viejo Free azul oscuro empujado por un joven tímido con lentes se para en el garaje. Se acercan los dos. El Free tiene la rueda posterior espichada. El joven se quita los lentes y se lava la cara sudada. Sergio agarra la moto. Decidido y seguro quita el cobertor. Parece un cirujano si no fuera porque no usa guantes y tiene las manos sucias de aceite. Igual, un buen cirujano nunca elegiría a un ayudante como Mariolino. El muchacho esta enfrente. Mira preocupado ese lento mecánico tocando su Free. Como el familiar de un paciente, preocupado no de cuanto sea grave la enfermedad, sino mas materialmente, de cuanto podría costarle toda la operación.