‘Juralo!’
‘Si, por suerte Babi se dio cuenta.’
‘Quien, la Gervasi?’
‘Si, ella misma.’
Una chica con ‘El Mensajero’ entre las manos se le acerca.
‘Ve Pallina, esta aquí no es Babi?’
Pallina le quita el periódico de las manos. Lee el artículo de la carrera. Mira a Babi. Ya casi llego al carro de la madre. Trata de llamarla. Grita fuerte, pero el ruido del tráfico cubre su voz. Muy tarde.
Babi abre la puerta para montarse detrás del carro.
‘Hola mama.’ Se inclina adelante para besarla. Una cachetada la golpea en plena cara. ‘Ay!’ Babi cae sentada sobre los asientos posteriores. Se masajea la mejilla adolorida, sin entender.
Daniela también entra en el carro.
‘Hey viste que genial! Babi, estas en el periódico…’
Mira alrededor. Ese silencio. La cara de Raffaella. La mano de Babi que se masajea la mejilla adolorida. Entiende todo rápido.
‘Como si nada paso.’ Mientras esperan a Giovanna, la usual retrasada, Raffaella grita como una loca. Babi trata de explicarle toda la historia. Daniela testimonia a su favor. Raffaella se molesta aun más. Pallina se convierte en la culpable principal.
Finalmente llega Giovanna, y con su usual ‘Disculpen’ se monta detrás. El carro arranca. Hacen todo el viaje en silencio. Giovanna piensa que es una situación muy pesada. No pueden estar siempre así nerviosas.
‘Disculpen, pero hoy no llegue muy tarde, no?’
Daniela se comienza a reír. Babi se controla un poco, después también se deja llevar. A la final, Raffaella también ríe.
Giovanna, naturalmente no entiende nada, por ello se ofende.
Porque no son solo exageradas, sino malas por burlarse de ella así. Se lo dirá a su madre. Desde mañana, decide Giovanna, o me viene a buscar ella o regreso en autobús.
Al menos toda esa historia sirvió de algo: no tendrían que esperar más a Giovanna.
El viejo maletín de piel negra fuerte debajo del brazo. Una chaqueta de color mostaza. Los cabellos cansados como su caminar, son cortos y recogidos, ligeramente alborotados. Las medias pantis marrones le regalan aun otro año, aunque le diera igual. Y esos viejos mocasines con el talón a media altura y el borde apretado le hacen daño. Pero no se comparan con lo que siente adentro.
Su corazón debe tener los zapatos de dos tallas más pequeños. La Giacci abre el portón de vidrio del viejo edificio. Chilla sin sorprenderla. Se para frente al ascensor. Presiona el botón. La Giacci mira las casetas del correo. Algunas están sin nombre. Una siquiera tiene la cubierta, esta abierta y desordenada igual que la casa de Nicolodi, el propietario. Son las cosas que se vuelven similares a los hombres que las poseen, o son ellos que terminar por semejarse a estas? La Giacci no sabe darse una respuesta. Entra en el ascensor. Algunas escrituras se ven en la madera. Se lee el nombre de un amor pasado. Mas en alto un símbolo perfectamente esculpido por un iluso escultor. Debajo, a la derecha, un órgano masculino resulta ligeramente imperfecto, al menos a sus viejos recuerdos. Segundo piso. Saca fuera del maletín un mazo de llaves. Mete la más larga en la cerradura del medio. Siente un sonido detrás de la puerta. Es el, su único amor. La razón de su vida.
‘Pepito!’ Un pequeño perro corre hacia ella ladrando. La Giacci se inclina. ‘Como estas tesoro?’ El perro le salta entre los brazos. Comienza a darle vueltas. ‘Pepito, no sabes que le hicieron hoy a tu mama.’ La Giacci cierra la puerta, pone el maletín sobre una fría mesa de mármol y se quita la chaqueta.
‘Una tonta muchacha se atrevió a reprenderme, y frente a todas… tendrías que haber escuchado como lo dijo.’ La Giacci entra en la cocina. El perro la sigue trotando. Parece sinceramente interesado.
‘Ella, por un mísero error, me arruino, entiendes? Me humillo frente a la clase.’ Abre un viejo grifo con el tubo arruinado por el tiempo. El agua sale sobre un lavamanos blanco, de contornos imprecisos. Fue tallada a mano para hacerla entrar.
‘Ella tiene todo. Tiene una bella casa, alguno que le prepara de comer. Ella no se debe preocupar de nada. Ahora ni esta pensando en lo que hizo. Que le importa a ella?’ De una vitrina llena de vasos diversos entre ellos, la Giacci agarra uno y lo llena de agua. Bebe y regresa a la sala. El perro la sigue obediente.
‘Tenias que ver las otras muchachas. Estaban felices. Reían a mis espaldas contentas de verme equivocar…’ La Giacci saca fuera del maletín algunas tareas y se sienta en una mesa. Comienza a corregirlas. ‘Ella no tenia que hacerlo.’ Y subraya en rojo muchas veces el error de una pobre inocente. ‘No tenia porque ridiculizarme frente a todas.’ El perro salta sobre un viejo sofá vinotinto y se acurruca al suave cojin ahora acostumbrado a su pequeño cuerpo.
‘Entenderas, como hago para regresar a esa clase? Cada vez que ponga una nota alguna dirá: ‘Esta segura de que me lo puso a mi, profesora?’ y reirán, estoy segura que se reirán…’ El perro cierra los ojos. La Giacci pone cuatro a la tarea que esta revisando. La pobre inocente quizás merecía algo más. La Giacci continúa a hablar sola. Pepito se duerme. Otra tarea viene sacrificada. En días más serenos podría haber tranquilamente alcanzado la suficiencia.
Mañana no será un bello día para la clase. Mientras tanto, en esa habitación, una mujer sobre una mesa cubierta de un viejo mantel se dio prácticamente sola una respuesta. Son las personas que se parecen a las cosas que poseen. Y por un momento en esa casa todo parece más gris y viejo. Y por un momento, una bella virgen pegada al muro parece malvada.
Parnaso. Bellas muchachas de ojos perfectamente maquillados, de cejas largas y rubores delicados, están sentadas en las mesas redondas y hablan bajo el intrépido sol de esa tarde primaveral.
‘Que mala suerte, me manche!’ Alguna chica en la mesa se ríe, otra mas pesimista se revisa también su camisa para ver que no haya tenido la misma suerte. La chica de la camisa manchada mete la punta de una servilleta de papel en el vaso llena de agua. Frota con fuerza la mancha de chocolate alargándola. La camisa de color blanco comienza a parecer beige en ese momento. La chica se desespera.
‘Estos vasos de agua no ayudan. Parece que los camareros te los dan a propósito, apenas saben que te manchas. Disculpe!’
Para a un camarero.
‘Me puede traer algo para quitar esto, por favor?’ La chica agarra con las dos manos la camiseta mostrándole la mancha mojada. El camarero no se detiene en la superficie. Hace un análisis bien profundo. La camisa, transparente en ese punto mojado, se apoya sobre el sostén mostrándole el diseño.
El camarero sonríe. ‘Ya se lo traigo rápido, señorita.’ Profesional y mentiroso, quisiera darle otra cosa, también sabiendo frustrado que ese botón desabotonado no esta dedicado a el. Ninguna chica del Parnaso se volvería novia de un camarero.
Pallina, Silvia Festa y alguna otra chica de la Falconieri están apoyadas afuera en un banco que extiende su peso repartiéndolo a un pilar pequeño de mármol y a su gemelo.
‘Ahí esta.’ Babi tiene las mejillas enrojecidas. Las saluda con una sonrisa divertida, ligeramente cansada de la caminata. Pallina corre hacia ella. ‘Hola.’ Se besan, afectuosas y sinceras. A diferencia de la mayor parte de los besos en las mesas del Parnaso. ‘Que cansancio. No creía que fuera así de lejos!’
‘Viniste a pie?’ Silvia Festa la mira sorprendida.
‘Si, no teniendo mi Vespa.’ Babi mira refiriéndose a Pallina. ‘Y tenia ganas de dar dos pasos. Pero exagere un poco, estoy destruida. No es que me toca regresar de la misma manera, no?’
‘No, toma.’ Pallina le da un llavero. ‘Mi Vespa esta a tu disposición.’ Babi mira la gruesa p de goma azul entre las manos.
‘Y tienes noticias de la mía?’
‘Pollo ha dicho que nadie sabe nada. Debe tenerla la policía. Ha dicho que dentro de poco te avisan.’