Miguel Delibes
Tres Pájaros De Cuenta Y Tres Cuentos Olvidados
INTRODUCCIÓN
Presentar a estas alturas un libro de Miguel Delibes puede parecer superfluo. Sin embargo, éste es un libro un tanto especial, un libro que tiene su pequeña historia. Y quizá no esté de más que el lector la conozca.
En febrero de 2002 coincidí enValladolid con Esther Tusquets con motivo de unas jornadas dedicadas al novelista castellano y tuvimos ocasión de hablar largo y tendido sobre la obra delibeana. En aquel momento, Esther y su hija, Milena, "erre que erre", estaban echando a andar su nuevo proyecto editorial. Y pensamos en los cuentos olvidados de Delibes. De esas conversaciones surgió la idea de reunir este puñado de historias.
Tres pájaros de cuenta es, en realidad, una recuperación. Los tres relatos que lo forman -"La grajilla", "El cuco" y "El cárabo"- aparecieron juntos bajo el título Tres pájaros de cuenta en 1982, dentro de una colección pensada para niños, lo que probablemente limitó su difusión a un sector muy concreto de lectores. Pero la literatura no entiende de edades, y estos tres pájaros, y las anécdotas que protagonizan, brindaron al autor la ocasión de escribir tres deliciosos textos que son, más que lo que suele entenderse por literatura infantil, ejemplos de buena literatura. El estupendo contador de historias que es Delibes está en estas narraciones, centradas de lleno en uno de los temas que informan gran parte de su narrativa: la naturaleza. Su castellano rico y preciso, unido a una extraordinaria capacidad de observación, hacen de estas tres "historias auténticas", como las denomina el propio Delibes, una pequeña obra maestra.
Los tres cuentos que completan el volumen que el lector tiene en sus manos son muy anteriores a Tres pájaros de cuenta y ésta es la primera vez que ven la luz en forma de libro. Miguel Delibes es más conocido como novelista que como autor de relatos breves. Quizá porque sus novelas pasan de la veintena, mientras que sólo ha publicado tres libros de relatos: La partida, Siestas con viento sur y La mortaja. Quizá también porque la continuidad mostrada por Delibes en el género novela contrasta con el hecho de que su producción cuentística se detuviera en 1970 con la publicación de La mortaja, que, independientemente de la fecha en que apareció, recoge relatos escritos entre 1948 y 1963. Sea como sea, la fama del novelista ha eclipsado, sin duda, al autor de relatos breves, veintidós en total recogidos hasta hoy en libro. Pero Delibes escribió, en los comienzos de su carrera, más cuentos de los que él mismo decidió reunir bajo los títulos indicados.Y lo hizo sobre todo en la revista Destino. El rastreo de la revista a partir de 1948, en que su novela La sombra del ciprés es alargada recibió el Premio Nadal, arrojó el resultado esperado: entre 1950 y 1954 aparecieron en sus páginas cinco cuentos firmados por Miguel Delibes, así como una serie de historias publicadas en seis ocasiones distintas bajo el epígrafe de "Las cosas de la vida". De todas estas colaboraciones, sólo un cuento, el titulado "El campeonato" -que se publicó en Destino en 1950-, fue incluido por su autor en La partida (1954). Algunas, pocas, de las historias de "Las cosas de la vida" fueron por su parte retomadas en las páginas de Viejas historias de Castilla la Vieja (1964). El resto seguía ahí, escondido desde hace cincuenta años en las hemerotecas.
En la primavera de 2002, Miguel Delibes tuvo ocasión de releer sus propios cuentos, ya olvidados, y de dar su veredicto sobre ellos. Sólo tres -Delibes ha sido siempre muy exigente con su propia obra- pasaron el "examen". Y aquí están. Se trata de "El otro hombre", "La vocación" y "Bodas de Plata", tres magníficos ejemplos de la maestría narrativa del escritor castellano, centrados en tres personajes bien distintos: un niño de once años, una mujer que aún no ha cumplido los treinta y un médico rural con veinticinco años de servicio.
"El otro hombre", aparecido en abril de 1954, tiene como protagonistas a una joven pareja de recién casados. La rotura accidental de unas gafas hace que se quiebre con ellas una relación de diez años. Una mujer experimenta la extrañeza que inesperadamente le produce su marido, y algo tan trivial como unas gafas rotas se convierte en el detonante -y el símbolo- de una ruptura más honda.
"La vocación" es la historia de un niño, Lucas, que, fascinado por el poder que el viejo guardagujas de su pueblo tiene sobre los trenes, sueña con poder sustituirle algún día y se niega a abandonar el valle en el que ha transcurrido su corta vida. El interés de este relato está fuera de toda duda, pues representa un nuevo ejemplo de un hecho no infrecuente en la narrativa delibeana: el carácter germinal de futuras novelas que tienen un buen número de sus cuentos. "La vocación" se publicó en Destino en junio de 1951, si bien su redacción es anterior. La correspondencia mantenida entre Delibes y su editor, Josep Vergés, recientemente publicada, resulta reveladora a este respecto. Con fecha 1 de julio de 1951 escribe Delibes: "Vi con sorpresa en Destino un cuento que le envié hace dos años y que, en realidad, fue el germen de El camino. No me acordaba ya de él y me ha hecho gracia verlo publicado ahora". El camino, en efecto, se había publicado un año antes que el cuento en el que tuvo su origen y en el que ya están prefigurados Daniel, el Mochuelo, el valle que, contra su voluntad, se ve obligado a abandonar para ir a estudiar a la ciudad, y, lo que es más importante, el estilo y el contar la historia desde el punto de vista del personaje, rasgos éstos que a partir de entonces caracterizarían las novelas del escritor castellano.
"Bodas de Plata", un cuento publicado en diciembre de 1953 -al que seguramente se refiere Delibes cuando en carta a Vergés del 29 de septiembre de ese mismo año dice adjuntar "un cuento que celebraré que le parezca bien, para Destino"-, recrea una reunión de viejos compañeros de carrera tras veinticinco años sin verse. También en este caso se impone la perspectiva del doctor Ballesteros, el protagonista, un médico de pueblo que comprueba los estragos que el paso del tiempo ha ido haciendo en todos ellos, las heridas que la vida ha ido dejando en sus almas, pero sobre todo la imposible comunicación con quienes habían sido sus amigos. Un relato impresionante, atravesado por una punzada de melancolía, en que el vencido médico rural no encuentra un asomo de piedad por parte de sus triunfadores colegas.
El arraigo y la fidelidad a la tierra por parte de un niño, la sensación de fracaso de un médico que se culpabiliza de la muerte de su propia mujer, y la perplejidad y el extrañamiento del otro, vividos por una mujer joven, tales son los temas a los que Delibes, en los años cincuenta, supo dar forma con su habitual maestría y sobre los que construyó tres relatos excelentes.
El lector tiene ahora la oportunidad de disfrutar de estas historias -tres "fingidas" y otras tantas "verdaderas", por usar la distinción cervantina- y comprobar por sí mismo que el mejor Delibes está en las páginas que siguen.
Amparo Medina-Bocos
TRES CUENTOS OLVIDADOS
EL OTRO HOMBRE
Si nevaba en la ciudad, se originaba, en cada esquina, un próximo riesgo de romperse la crisma. La nieve caída y pisoteada se endurecía con la helada nocturna y las calles se transformaban en unas pistas relucientes y vitreas, más apropiadas para patinar que para transitar por ellas. Para los chicos, el acontecimiento era tan tentador que bastaba, incluso, para justificar sus ausencias de la escuela.
Y en estas cosas menores, en que caiga la nieve y la helada la endurezca, en un resbalón y una caída aparatosa, están escondidos muchas veces el destino de los hombres y los grandes cambios de los hombres; a veces su felicidad, a veces su infortunio. Tal le aconteció a Juan Gómez, de veintisiete años, recién casado, usuario de una vivienda protegida de fuera del puente. Hasta aquel día ella no se había dado cuenta de nada. De que le amaba, no le cabía la menor duda. Y, sin embargo, si era así, nada justificaba aquel extraño retorcimiento, algo blando como un asco, que aquella mañana constataba en el fondo de sus entrañas. Que a Juan le faltasen las gafas no justificaba en apariencia nada trascendental, ni había tampoco nada de trascendental en la forma de producirse la rotura, al caer en la nieve la tarde anterior de regreso de la oficina. Y no obstante, al verle desayunar ahora ante ella, indefenso, con el largo pescuezo emergiendo de un cuello desproporcionado y con el borde sucio, mirándola fijamente con aquellas pupilas mates y como cocidas, sintió una sacudida horrible.
– ¿Te ocurre algo? ¿Tienes frío? -dijo él.
La interrogaba solícito, suavemente afectuoso, como tantas otras veces, mas hoy a ella le lastimaba el tonillo melifluo que empleaba, su conato de blanda protección.
– ¡Qué tontería! ¿Por qué habría de ocurrirme