Era un hombre de ademanes reposados. Y tal vez por eso la policía se interesó por él cuando su esposa fue encontrada asesinada. A fuerza de paciencia y perseverancia averiguaron muchas cosas respecto a la difunta señora Spenlow... y pronto lo supo también todo Saint Mary Mead.
La finada señora Spenlow había comenzado su vida como camarera de una gran casa, que dejó para casarse con el segundo jardinero, y con él puso una tienda de flores en Londres. El negocio había prosperado, pero no así el jardinero, que al poco tiempo enfermó y murió. Su viuda llevó adelante la tienda y tuvo que ampliarla, pues no cesaba de prosperar. Luego la había traspasado a muy buen precio y volvió a embarcarse en un segundo matrimonio... con el señor Spenlow, un joyero de mediana edad, que había heredado un negocio reducido y decadente. Poco después lo vendieron, yendo a vivir a Saint Mary Mead.
La señora Spenlow era una mujer bien educada. Los beneficios del establecimiento de flores los había invertido... «con ayuda de los espíritus», según explicaba a todo el mundo. Y éstos le habían aconsejado con inesperado acierto.
Todas sus inversiones resultaron magníficas. Sin embargo, en vez de afianzarse en sus creencias «espiritistas», la señora Spenlow abandonó las sesiones y los médiums, y se entregó rápidamente, pero de corazón, a una oscura religión con afinidades indias que se basaba en varias formas de inspiraciones profundas. No obstante, cuando llegó a Saint Mary Mead, se adscribió temporalmente a la iglesia anglicana. Pasaba muchos ratos con el vicario, y asistía a los oficios religiosos con asiduidad. Era parroquiana de los comercios de la localidad y jugaba al bridge en las reuniones.
Una vida monótona.., sencilla. Y de repente... el crimen.
El coronel Melchett, jefe de policía, había mandado llamar al inspector Slack.
Slack era un tipo positivista. Cuando tomaba una resolución, no se volvía atrás, y ahora estaba seguro de sus hipótesis.
-Fue el esposo quien la mató, señor -declaró.
-¿Usted cree?
-Estoy completamente seguro. Sólo tiene que mirarlo. Es culpable como el mismo diablo. No demuestra la menor pena o emoción. Volvió a la casa sabiendo que su mujer estaba muerta.
-¿Y no hubiera intentado por lo menos representar el papel de marido desconsolado?
-Él no, señor. Está demasiado seguro de sí mismo. Algunos caballeros no saben fingir.
-¿Alguna otra mujer en su vida? -preguntó el coronel Melchett.
-No he podido dar con el rastro de ninguna. Claro que este hombre es muy listo. Sabe «despistar». Yo creo que estaba harto de su esposa. Ella tenía el dinero y me parece que era de carácter difícil de soportar. Así que a sangre fría decidió deshacerse de ella y vivir cómodamente solo y a sus anchas.
-Sí, supongo que puede haber sido ése el caso.
-Puede usted estar seguro de que fue así. Trazó sus planes con todo cuidado. Fingió una llamada telefónica...
Melchett le interrumpió:
-¿No han podido comprobar la llamada?
-No, señor. Eso significa que, o bien han mentido, o que fue hecha desde un teléfono público. Los únicos teléfonos públicos del pueblo son el de la estación y el de Correos. Desde Correos no llamó. La señorita Blade ve a todo el que entra. En el de la estación, tal vez. Hay un tren que llega a las dos y veintisiete y a esa hora se ve bastante concurrida. Pero lo principal es que él dice que fue la señorita Marple quien lo llamó, y eso, desde luego, no es cierto. La llamada no fue hecha desde su casa, y ella estaba en el Instituto Femenino.
-¿Y no habrá pasado por alto la posibilidad de que alguien quitara de en medio al marido... para poder asesinar a la señora Spenlow?
-Se refiere a Ted Gerard, ¿verdad? He estado investigando..., pero tropezamos con la falta de motivos. Él no iba a ganar nada. Sin embargo, es un indeseable. Y tiene un buen número de desfalcos en su haber.
-Es miembro del Grupo Oxford.
-No digo que no sea un equivocado. No obstante, él mismo fue a confesárselo a su patrón. Dijo que estaba arrepentido y comenzó a devolver el dinero. Y no digo que no fuera una artimaña... pudo pensar que sospechaban y decidir representar la comedia.
-Tiene usted una mentalidad muy escéptica, Slack -dijo el coronel Melchett-. A propósito, ¿ha hablado usted con la señorita Marple?
-¿Qué tiene ella que ver con esto, señor?
-Oh, nada. Pero ya sabe... oye cosas... ¿Por qué no va a charlar un rato con ella? Es una anciana muy inteligente.
Slack cambió de tema.
-Quería preguntarle una cosa, señor: en casa de Robert Abercrombie, donde la difunta trabajaba, hubo un robo de esmeraldas... que valían una fortuna. No aparecieron. He estado calculando... y debió ser cuando estaba allí la señora Spenlow, aunque entonces sería casi una niña. No creerá que estuviera complicada en el robo, ¿verdad, señor? Spenlow, como ya sabe, era uno de esos joyeros de vía estrecha...
-No creo que tuviera nada que ver -repuso Melchett meneando la cabeza-. Entonces ni siquiera conocía a Spenlow. Recuerdo el caso. La opinión policíaca fue que el hijo de la casa, Jim Abercrombie, estaba mezclado en el asunto... Era un joven muy gastador. Tenía un montón de deudas, que pagó precisamente después de ocurrido el robo... El viejo Abercrombie dificultó un poco las cosas... y quiso distraer la atención de la policía.
-Era sólo una idea, señor -dijo Slack.
La señorita Marple recibió al inspector Slack con satisfacción, sobre todo al saber que lo enviaba el coronel Melchett.
-Vaya, la verdad, el coronel Melchett es muy amable. No sabía que me recordaba.
-Me indicó el coronel que viniera a verla, pues, sin duda, sabía todo lo que ocurre en Saint Mary Mead, que valga la pena.
-Es muy amable, pero la verdad es que no sé nada en absoluto. Quiero decir, con respecto a este crimen.
-Pero sabe lo que se murmura.
-Oh, claro..., pero no va una a repetir simples habladurías.
-Ésta no es una conversación oficial -dijo Slack queriendo animarla-, sino una charla en confianza, por así decir.
-¿Y quiere usted saber lo que dice la gente... sea o no verdad?
-Eso es.
-Bien, pues, desde luego, se habla y se imagina mucho. Las opiniones se dividen en dos campos opuestos, no sé si me comprende. Para empezar, hay personas que creen que ha sido el marido. En cierto modo, un marido o una esposa, es el sospechoso más natural, ¿no cree?
-Es posible -repuso el inspector con precaución.
-La vida en común... ya sabe... y muy a menudo la parte monetaria. He oído decir que quien tenía el dinero era la señora Spenlow y que su esposo se beneficia con su muerte. En este perverso mundo, suposiciones menos caritativas a menudo están justificadas.
-Sí, entra en posesión de una bonita suma.
-Por eso... parece muy verosímil que la estrangulara, saliera por la puerta posterior y viniera a mi casa a través de los campos, para preguntar por mí con la excusa de haber recibido una llamada telefónica: luego regresar y descubrir que su mujer había sido asesinada durante su ausencia... Naturalmente, con la esperanza de que achacaran el crimen a cualquier ladrón o vagabundo.
-Y añadiendo a eso la parte monetaria... y si últimamente no se llevaban muy bien... -continuó el inspector.
-¡Oh, pero si se llevaban muy bien! -interrumpió la señorita Marple.
-¿Lo sabe a ciencia cierta?
-¡Si se hubieran peleado lo sabría todo el mundo! La doncella, Gladys Brent, hubiera hecho circular la noticia por todo el pueblo.
-Tal vez no lo supiera -dijo el inspector sin gran convencimiento... y recibiendo a cambio una sonrisa compasiva.
-Y luego tenemos la opinión del otro campo -prosiguió la señorita Marple-: Ted Gerad. Un joven muy simpático. Creo que el aspecto personal tiene mucha importancia sobre los demás. ¡Nuestro último vicario produjo un efecto mágico! Todas las muchachas iban a la iglesia... por la tarde y por la mañana. Y muchas mujeres ya mayores desplegaron una desacostumbrada actividad...; ¡la de zapatillas que le hicieron! Al pobre hombre le resultaba muy violento. Pero... ¿dónde estaba? Oh, sí, hablaba de ese joven, Ted Gerad. Claro que se ha hablado de él. Venía a verla muy a menudo. A pesar de que la propia señora Spenlow me dijo que era miembro de un movimiento religioso que llaman el Grupo Oxford. Creo que son muy sinceros y esforzados, y la señora Spenlow se sintió muy impresionada,