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La señorita Marple tomó un poco de aliento antes de proseguir.

-Y estoy convencida de que no hay razón para creer que hubiera algo más que eso, pero ya sabe usted cómo es la gente. Muchas personas opinan que la señora Spenlow se dejó embaucar por ese joven, y que le prestó mucho dinero. Y es positivamente cierto que lo vieron en la estación aquel día... En el tren de las dos veintisiete. Pero hubiera sido muy sencillo para él apearse por el lado contrario y saltar la cerca y no pasar por la entrada de la estación. De ese modo no lo hubieran visto ir a la casa. Y claro, la gente considera que el atuendo de la señora Spenlow era, digamos, bastante particular.

-¿Particular?

-Sí. Iba en quimono -la señorita Marple se sonrojó-. Eso resulta bastante sugestivo para ciertas personas.

-¿Y para usted resulta positivo?

-¡Oh, no, yo no lo creo! A mí me parece perfectamente natural.

-¿Lo considera natural?

-En aquellas circunstancias, sí -la mirada de la señorita Marple era fría y reflexiva.

-Eso pudiera darnos otro motivo para el esposo. Celos -dijo el inspector Slack.

-¡Oh, no! El señor Spenlow no hubiera sentido nunca celos. Es de esos hombres que se dan cuenta de las cosas. Si su esposa le hubiera abandonado dejándole una nota en la almohada, él sería el primero en explicarlo.

El inspector Slack se sintió interesado por el modo significativo con que le miraba. Tenía la impresión de que toda su charla pretendía ocultarle algo que él no alcanzaba a comprender.

-¿Ha encontrado alguna pista, inspector? -le preguntó la señorita Marple con cierto énfasis.

-Hoy en día los criminales no dejan sus huellas dactilares ni puntas de cigarros, señorita.

-Pues yo creo... que este crimen es anticuado...

-¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Slack con extrañeza.

-Creo que el alguacil Palk puede ayudarle -repuso la señora Marple despacio-. Fue la primera persona en acudir al «escenario del crimen», como dicen.

El señor Spenlow se hallaba sentado en una silla y parecía asustado. Dijo con su voz fina y precisa:

-Claro que puedo imaginarme lo ocurrido. Mi oído no es tan fino como antes, pero oí claramente cómo un chiquillo gritaba tras de mí: «¡Eh, miren a ese asesino...!» Y.., eso me dio la impresión de que pensaba que yo... había matado a mi querida esposa.

La señorita Marple, cortando una rosa marchita, repuso:

-Ésa es, sin duda, la impresión que quiso dar.

-Pero ¿cómo es posible que metieran esa idea en la cabeza de un niño?

-Pues lo más probable es que la asimiló escuchando las opiniones de sus mayores -repuso miss Marple.

-Usted... ¿usted cree de verdad que lo piensan también otras personas?

-La mitad de los habitantes de Saint Mary Mead.

-Pero... mi querida señora... ¿cómo es posible que se les haya ocurrido una idea semejante? Yo quería sinceramente a mi esposa. A ella no le agradaba vivir en el campo tanto como yo esperaba, pero el estar de completo acuerdo en todo es un ideal inasequible. Le aseguro que he sentido intensamente su pérdida.

-Es probable. Pero si me perdona le diré que no lo parece.

El señor Spenlow irguió cuanto pudo su menguada figura.

-Mi querida señora, hace muchos años leí que un filósofo chino, cuando tuvo que separarse de su adorada esposa, continuó tranquilamente tocando su batintín en la calle, como tenía por costumbre...; me figuro que debe ser un pasatiempo chino. Los habitantes de aquella ciudad se sintieron muy impresionados por su entereza.

-Mas la gente de Saint Mead ha reaccionado de un modo bastante distinto -dijo la señorita Marple-. La filosofía china no va con ellos.

-¿Pero usted lo comprende?

Miss Marple asintió.

-Mi buen tío Enrique -explicó- era un hombre con un extraordinario dominio de sí mismo. Su lema fue: «Nunca exteriorices tu emoción.» Él también era muy aficionado a las flores.

-Estaba pensando que tal vez pudiera colocar una pérgola en el lado oeste de la casa -dijo Spenlow con cierta vehemencia-. Con rosas de té, y tal vez glicinias... Y hay una florecita blanca, en forma de estrella, que ahora no recuerdo cómo se llama...

-Tengo un catálogo muy bonito, con fotografías -le dijo la señorita Marple en un tono semejante al que empleaba para dirigirse a su sobrinito de tres años-. Tal vez le agradara hojearlo. Yo tengo que ir ahora mismo al pueblo.

Y dejando al señor Spenlow sentado en el jardín con el catálogo, la señorita Marple subió a su habitación, envolvió apresuradamente un vestido en un trozo de papel castaño, y saliendo de la casa, se encaminó a toda prisa a la oficina de Correos. La señorita Politt, la modista, vivía en una de las habitaciones de la parte alta del edificio.

Mas la señorita Marple no subió directamente la escalera. Eran las dos y media, y un minuto después, el autobús de Much Benham se detendría ante la puerta de la oficina de Correos... constituyendo uno de los mayores acontecimientos de la vida cotidiana de Saint Mary Mead. La encargada saldría a toda prisa a recoger los paquetes relacionados con la parte de venta de su negocio, pues también vendía dulces, libros baratos y juguetes.

Durante algunos minutos la señorita Marple estuvo sola en la oficina de Correos.

Y hasta que la encargada hubo regresado a su puesto, no subió a ver a la señorita Politt para explicarle que quería que retocara su viejo vestido de crepé gris y lo pusiera a la moda, a ser posible. La modista le prometió hacer cuanto pudiera.

El jefe de policía quedó bastante asombrado al saber que la señorita Marple deseaba verlo. La solterona entró disculpándose:

-No sabe cuánto siento molestarlo. Sé que está muy ocupado, pero usted ha sido siempre tan amable conmigo, coronel Melchett, que creí que debía verlo a usted en vez de acudir al inspector Slack. En primer lugar no me gustaría complicar al alguacil Palk... Hablando con toda claridad, supongo que él no habría tocado nada en absoluto.

El coronel Melchett estaba ligeramente extrañado.

-¿Palk? Es el alguacil de Saint Mary Mead, ¿verdad? ¿Qué es lo que ha hecho?

-Cogió un alfiler. Lo llevaba prendido en su traje y a mí se me ocurrió que tal vez lo hubiese cogido en casa de la señora Spenlow.

-Desde luego. Pero, después de todo, ¿qué es un alfiler? A decir verdad, lo cogió junto al cadáver de la señora Spenlow. Ayer vino Slack y me lo dijo...; me figuro que usted lo obligó a ello. Claro que no debía haber tocado nada, pero como le dije ya, ¿qué es un alfiler? Era sólo un simple alfiler. De esos que emplean todas las mujeres.

-Oh, no, coronel Melchett, ahí es donde se equivoca. Tal vez a los ojos de un hombre parezca un alfiler vulgar, pero no lo es. Se trata de uno especial... muy fino... de los que se compran por cajas y que usan especialmente las modistas.

Melchett la miraba mientras se iba haciendo una pequeña luz en su mente. La señorita Marple inclinó varias veces la cabeza en señal de asentimiento.

-Sí, naturalmente. A mí me parece todo claro. Llevaba el quimono porque iba a probarse su nuevo vestido, y nada más abrir la puerta, la señorita Politt debió decir algo de las medidas y le puso la cinta métrica alrededor del cuello... y luego su tarea se limitó a cruzarla y apretar...; muy sencillo, según he oído decir. Luego saldría cerrando la puerta, y, haciendo ver que acababa de llegar, comenzó a golpearla con el llamador. Mas el alfiler demuestra que ya había estado en la casa.