Y ahora, el hijo pródigo había vuelto..., no en la desgracia, sino en pleno éxito. Harry Laxton se «hizo bueno». Desarraigó sus vicios, trabajó de firme, y por fin contrajo matrimonio con una jovencita anglo—francesa poseedora de una considerable fortuna.
Harry pudo haber decidido vivir en Londres o comprar una finca en algún condado de caza que estuviera de moda, mas prefirió regresar a aquella parte del país que era un hogar para él. Y del modo más romántico, adquirió las propiedades abandonadas de Dower House donde transcurriera su niñez.
Kingsdean House había permanecido sin alquilar durante cerca de sesenta años, cayendo gradualmente en la decadencia y abandono. Un viejo guardián y su esposa habitaban en un ala de la casa. Era una mansión grandiosa e impresionante, cuyos jardines estaban invadidos por espesa vegetación entre la que emergían los árboles como seres encantados.
Dower House era una casa agradable y sin pretensiones que durante años tuvo alquilada el mayor Laxton, padre de Harry. Cuando niño, el muchacho había vagado por las propiedades de Kingsdean y conocía palmo a palmo los intrincados bosques, y la propia casa, que siempre le fascinó.
Hacia varios años que muriera el mayor Laxton, y por eso se pensó que Harry ya no tenía lazos que lo atrajeran.. y, sin embargo, volvió al hogar de su niñez y llevó a él a su esposa. La vieja y arruinada Kingsdean House fue demolida, y un ejército de contratistas y obreros la reconstruyeron en brevísimo tiempo. La riqueza consigue verdaderas maravillas. Y la nueva casa, blanca y rosa, surgió resplandeciente entre los árboles.
Luego acudió un pelotón de jardineros, a los que siguió una procesión de camiones cargados de muebles.
La casa estaba lista. Llegaron los criados, y por último un lujosísimo automóvil depositó a Harry y a su esposa ante la puerta principal.
Todo el pueblo apresuróse a visitarle, y la señorita Price, dueña de la mayor casa de la localidad, y que se consideraba la número uno en sociedad, envió tarjetas de invitación para una fiesta «en honor de la novia».
Fue un gran acontecimiento. Varias señoras estrenaron vestidos, y todo el mundo se sentía excitado y curioso, ansiando conocer a aquella criatura ¡Decían que semejaba salida de un cuento de hadas!
La señorita Harmon, la solterona franca y bonachona, lanzó inmediatamente su pregunta, mientras se abría paso a través del concurrido salón, y miss Brent, otra solterona delgada y agriada, le fue informando.
—¡Oh, querida, es encantadora! Y tan educada y joven. La verdad, una siente envidia al ver a alguien como ella que lo tiene todo: buena presencia, dinero y educación..., es distinguidísima, nada de vulgar.. ¡y tiene a Harry tan enamorado...!
—¡Ah! —exclamó la señorita Harmon—. Llevan muy poco tiempo de casados.
—¡Oh, querida! ¿De veras crees...?
—Los hombres son siempre los mismos. El que ha sido un alegre vividor, lo sigue siendo siempre. Los conozco bien.
—¡Dios mío!, pobrecilla. —La señorita Brent parecía mucho más satisfecha.
—Sí, supongo que va a tener trabajo con él. Alguien debiera avisaría. ¿Sabrá algo de su vida pasada?
—Me parece muy poco digno —dijo la señorita Brent— que no le haya contado nada. Sobre todo habiendo sólo una farmacia en todo el pueblo.
Puesto que la en otro tiempo hija del estanquero estaba ahora casada con el señor Edge, el farmacéutico.
—Seria mucho más agradable —dijo la señorita Brent— que la señora Laxton tratase con Boots en Much Benham.
—Me atrevo a asegurar que el mismo Harry se lo propondrá —repuso miss Harmon, convencida.
Y de nuevo cruzaron una mirada significativa.
—Pero, desde luego, yo creo que ella debiera saberlo —concluyó la señorita Harmon.
* * *
—¡Salvajes! —dijo Clarice Vane indignada, a su tío, el doctor Haydock—. Algunas personas son completamente salvajes.
Él la miraba con curiosidad.
Era una muchacha alta, morena, bonita, ardiente e impulsiva. Sus grandes ojos castaños brillaban de indignación al decir:
—Todas esas arpías... diciendo... insinuando cosas...
—¿Sobre Harry Laxton?
—Sí, acerca de su aventura con la hija del estanquero.
—¡Oh, eso...! —El doctor encogióse de hombros—. La mayoría de los hombres han tenido aventuras de esta índole.
—Naturalmente. Y todo ha terminado. Así, ¿por qué volver a ello y sacarlo a relucir al cabo de tantos años? Es como los cuervos, que se ceban en los cadáveres.
—Querida, yo creo que ésa es una simple opinión tuya. Tienen todos tan poco de qué hablar, que tienden a sacar a la luz pasados escándalos. Pero siento curiosidad por saber por qué te preocupa tanto.
Clarice Vane mordióse el labio y enrojeció, antes de responder con voz velada.
—¡Parecen... tan felices! Me refiero a los Laxton. Son jóvenes y están enamorados, y la vida les sonríe. Aborrezco pensar que puedan destrozar su felicidad con cuchicheos, indirectas y todas esas bestialidades de que son capaces.
—¡Hum! Comprendo.
—Acabo de hablar con él —continuó Clarice—. ¡Es tan feliz y está tan excitado, ansioso y... emocionado... por haber podido realizar su deseo de reconstruir Kingsdean! Parece un niño. Y ella... bien, supongo que no ha hecho nada malo en toda su vida. Siempre ha tenido de todo. Tú la has visto. ¿Qué opinas de ella?
El doctor nada respondió de momento. Para otras personas, Luisa Laxton podía ser un motivo de envidia. Una niña mimada por la fortuna. A él sólo le trajo la memoria una canción popular que oyera muchos años atrás «Pobre niña rica...»
* * *
—¡Uf! —Era un suspiro de alivio.
Harry volvióse divertido para mirar a su esposa, mientras se alejaban de la fiesta en su automóvil.
—Querido, ¡qué reunión tan espantosa!
Harry echóse a reír.
Sí, bastante. No te importe cariño. Ya sabes, tenía que suceder. Todas esas viejas solteronas me conocen desde que era niño, y se hubieran sentido terriblemente decepcionadas de no haber podido contemplarte bien de cerca.
Luisa hizo una mueca.
—¿Tendremos que tratar a muchas?
¿Qué? ¡Oh, no!, vendrán a verte, tú les devuelves la visita y ya no necesitas preocuparte más. Puedes tener las amistades que gustes, aquí o donde sea.
Luisa preguntó al cabo de un par de minutos:
—¿No hay ningún lugar de diversión por aquí cerca?
—¡Oh, sí! El condado. Aunque es posible que también te parezca algo aburrido. Sólo se interesan por bulbos, perros y caballos. Claro que puedes montar. Eso te distraerá. En Ellington hay un caballo que quiero que veas. Es un animal muy hermoso, perfectamente adiestrado, no tiene el menor vicio y es muy fogoso.
El coche aminoró la marcha para tomar la curva y cruzar la verja de Kingsdean. Harry apretó con fuerza el volante y lanzó un juramento al ver una figura grotesca plantada en medio de la avenida, y que por suerte consiguió esquivar a tiempo. La aparición siguió en el mismo sitio, mostrándole un puño crispado y lanzando maldiciones.
Luisa se asió del brazo de Harry.
—¿Quién es esa... esa horrible vieja?
—Es la vieja Murgatroyd. Ella y su marido eran los guardianes de la antigua casa. Vivieron en ella durante cerca de treinta años.
—¿Por qué te ha amenazado con el puño?
Harry enrojeció.
—Ella..., bueno, está dolida porque he echado abajo la casa. Claro que recibió una indemnización. Su marido murió hace dos años y desde entonces la pobre mujer está algo trastornada.