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—Bueno, cierto es que no registramos de antemano la casa. No lo consideré necesario. Supongo que pudo haberse escondido en cualquier parte, pero, ¿quién pudo dejarle entrar en la casa?

—Ya llegaremos a eso más tarde. Cada cosa a su tiempo... y seamos metódicos. ¿Existe algún escondite especial en la casa? Waverly Court es una mansión antigua, y algunas veces estos lugares tienen «Agujeros Secretos», como se les llama.

—¡Cielos, existe un Agujero Secreto! Se entra por uno de los paneles del vestíbulo.

—¿Cerca de la Cámara del Consejo?

—Precisamente al lado de la puerta.

Voilá!

—Pero nadie lo conoce, excepto mi esposa y yo.

—¿Y Tredwell?

—Bueno..., es posible que haya oído hablar de él.

—¿La señorita Collins?

—Nunca lo he mencionado en su presencia.

—Bien, monsieur, ahora lo que debo hacer es ir a Waverly Court. ¿Le parece bien que vaya esta tarde?

—¡Oh! Tan pronto como le sea posible, por favor, monsieur Poirot —exclamó la señora Waverly—. Lea esto una vez más.

Y puso en sus manos la última misiva del enemigo, que había llegado a Waverly aquella mañana y que se apresuraron a remitir a Poirot. En ella se daba indicaciones explícitas para efectuar la entrega del dinero y finalizaba con la amenaza de que el niño pagaría con su vida cualquier traición. Era evidente: la señora Waverly luchaba entre el amor al dinero y sus instintos maternales y, naturalmente, estaban ganando estos últimos.

Poirot detuvo unos momentos a la señora Waverly a espaldas de su esposo.

—Madame, dígame la verdad, por favor. ¿Comparte la confianza que su esposo tiene en el mayordomo Tredwell?

—No tengo nada contra él, señor Poirot. No comprendo de qué modo puede estar mezclado en este asunto, pero..., bueno, nunca me ha gustado..., nunca.

—Otra cosa, madame, ¿puede darme la dirección de la niñera del pequeño?

—Netherall Road 14, Hammersmith. No supondrá usted...

—Yo nunca supongo. Sólo... empleo mis células grises. Y algunas veces..., sólo muy de vez en cuando..., se me ocurre alguna idea.

Poirot acercóse a mí una vez hubo cerrado la puerta.

—De modo que a madame nunca le ha gustado el mayordomo. Eso es interesante, ¿verdad, Hastings?

Decidí no preguntarle nada. Poirot me ha engañado tantas veces que ahora me ando con cuidado. Siempre me tiende alguna trampa.

Después de una toilette bastante complicada salimos en dirección a Netherall Road. Tuvimos la suerte de encontrar en casa a la señorita Jessie Whiters; una agradable joven de unos treinta y cinco años, muy eficiente. No pude imaginármela mezclada en aquel asunto. Estaba resentida por el modo en que había sido despedida, aunque admitiendo que había obrado mal. Estaba prometida a un pintor decorador que casualmente se hallaba en la vecindad de Waverly y corrió a verle en cuanto se le ofreció la ocasión, lo cual resultaba bastante natural. Yo no acababa de comprender a Poirot. Todas sus preguntas me parecieron poco acertadas. Se referían principalmente a la vida cotidiana en Waverly Court. Yo me sentía molesto y me alegré cuando al fin se decidió a marchar.

Mon ami, secuestrar es un trabajo fácil —observó mientras paraba un taxi en Hammersmith Road para que nos llevara a Waterloo—. Ese niño pudo ser raptado con la mayor tranquilidad cualquier día transcurrido en los últimos tres años.

—No veo que eso nos ayude mucho —observé con frialdad.

Au contraire, con eso adelantamos muchísimo... Hastings, ya que se empeña en usar alfiler de corbata, por lo menos póngaselo en el centro exacto. En estos momentos lo lleva una dieciseisava parte de una pulgada torcido hacia la derecha.

Waverly Court era una bonita mansión antigua recientemente restaurada con gusto y cuidado. El señor Waverly nos mostró la Cámara del Consejo, la terraza y todos los lugares relacionados con el caso. Al fin, a requerimiento de Poirot, presionó un resorte en la pared, cosa que hizo correr un panel, y por un estrecho pasillo entramos en el Agujero Secreto.

—Ya ve usted —dijo Waverly—. Aquí no hay nada.

La reducida habitación estaba completamente vacía, y el suelo aparecía escrupulosamente barrido. Me reuní con Poirot, que contemplaba atentamente unas huellas en un rincón.

—¿Qué le parece esto, amigo mío?

Veíanse cuatro marcas muy juntas.

—Las pisadas de un perro —exclamé.

—De un perro muy pequeño, Hastings.

—Un pomeranian.

—Más pequeño.

—¿Un grifón? —insinué.

—Más pequeño todavía que un grifón. Una especie desconocida en el Kennel Club.

Le miré. Su rostro resplandecía de entusiasmo y satisfacción.

—Tenía razón —murmuró—. Sabía que estaba en lo cierto. Vamos, Hastings.

Al regresar al vestíbulo el panel cerróse a nuestra espalda y una joven salió de una puerta del pasillo. El señor Waverly nos presentó.

—La señorita Collins.

La señorita Collins tendría unos treinta años de edad, y sus ademanes eran rápidos y despiertos. Tenía los cabellos rubios y usaba gafas sin montura.

A una indicación de Poirot entramos en una alegre habitación en donde la interrogó acerca de los criados y especialmente de Tredwell. Admitió que no le agradaba el mayordomo.

—¡Se da tanta importancia...! —explicó.

Luego pasaron a tratar de la comida que tomara la señora Waverly la noche del día veinticinco. La señorita Collins declaró que ella había comido lo mismo en su salita de arriba y que no se sintió mal.

Cuando ya marchaba le dije a Poirot:

—El perro.

—¡Ah!, sí el perro. —Sonrió abiertamente—. ¿Tiene algún perro, por casualidad, señorita?

—Hay dos perdigueros en las perreras.

—No; me refiero a un perro pequeño, de juguete.

—No, no hay ninguno.

Poirot la dejó marchar. Luego, presionando el timbre, me hizo observar:

—Esa mademoiselle Collins miente. Es probable que en su caso yo hiciera lo mismo. Ahora veamos al mayordomo.

Tredwell era un individuo muy digno. Contó su historia con perfecto aplomo, que era exactamente la misma que la del señor Waverly. Confesó conocer el Agujero Secreto.

Cuando se hubo retirado tropecé con la mirada inquisitiva de Poirot.

—¿Qué le parece todo esto, Hastings?

—¿Y a usted? —pregunté a mi vez.

—¡Qué precavido se ha vuelto! Nunca le funcionarán las células grises, a menos que las estimule. ¡Ah!, pero no le voy a meter prisa. Saquemos juntos nuestras deducciones. ¿Qué punto nos parece más difícil?

—Hay una cosa que me choca —dije—, ¿Por qué el hombre que raptó al niño tuvo que huir por South Lodge en vez de ir por East Lodge, donde nadie le hubiera visto? No lo veo muy claro.

—Es un buen punto, Hastings, excelente. Y hace juego con otro. ¿Por qué avisar a los Waverly de antemano? ¿Por qué no raptar al niño sencillamente y luego exigir el rescate?

—Porque esperaba obtener el dinero sin verse obligado a entrar en acción.

—¿Y no resultaba bastante difícil que entregasen el dinero por una simple amenaza?

—Y también quiso concentrar la atención en las doce del mediodía, de modo que cuando el hombre gancho fuese cogido, él pudiera salir de su escondite y largarse con el niño sin que nadie se diera cuenta.

—Lo cual no altera el hecho de que tratara de complicar algo que era bien sencillo. De no haber especificado el día ni la hora, nada hubiera sido más fácil que aguardar su oportunidad y llevarse el niño en un automóvil cualquier día de los que éste salía con su niñera.

—Sí..., sí —admití poco convencido.

—En resumen. ¡Se ha representado esta farsa deliberadamente! Ahora enfoquemos la cuestión desde otro ángulo. Todo tiende a señalar la existencia de un cómplice en la misma casa. Punto número uno: el misterioso envenenamiento en la señora Waverly. Punto número dos: la nota prendida en la almohada. Punto número tres: el adelantar el reloj diez minutos..., todo dentro de la casa. Hay un detalle adicional en el que tal vez no haya usted reparado. No había polvo en el Agujero Secreto. Había sido barrido con una escoba.