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La facilidad que tienen los hombres para dormirse es algo que molesta muchas veces a las mujeres. Y digo a las mujeres porque no me molesta sólo a mí, lo he hablado con otras y también les pasa. Sin ir más lejos, hace poco Prudencia me contó que discutió en la cama con su marido. Ella estaba muy afligida y lloró un ratito, para ver si él se acercaba y le hacía un arrumaco, pero el muy simple se puso a roncar como los de San Martín. Me la imagino a la pobre levantándose para llorar a gusto y no despertarlo, porque encima somos así de generosas, y acercándose a la ventana para mirar a la calle y comparar la soledad con la tristeza. Hay que ver qué sola puedes llegar a estar de madrugada, llorando sin poderte contener, mirando por la ventana como si por la calle fuera a pasar la solución. La pobre Prudencia estuvo así hasta las seis, se tomó una tila y volvió al lado del simple con los ojos como sandías.

Y luego aguanta que por la mañana te digan: Qué mala cara tienes, ¿qué te ha pasado en los ojos? Y no quieres decir que no has dormido en toda la noche, porque te sientes hasta ridícula. Lo miras de abajo arriba y te dan ganas de contestar que has estado ensayando el himno nacional de Australia. Tan ricamente.