No se acuerda Prudencia de cuándo empezó a pensar en el menú del día siguiente mientras hacía el amor con su marido. Sabe, eso sí, que al principio no pensaba en nada. Sentía, sólo sentía. El roce de los cuerpos, las caricias, los besos, la humedad. La invasión de los sentidos. El olor, el sabor, susurros y miradas, sin prisa. Y eso era ternura. Ella se dejaba llevar, sin cálculo, sin saber adónde. Se entregaba y recibía. Y eso era sosiego. Era también pasión cuando los dos se enredaban, cuando se comían mutuamente, con ansia, cuando coincidían en el éxtasis. Entonces se decían: Esto es como volar.
Pero llegó un día en que Prudencia empezó a pensar, y no recuerda cuándo. Un día cualquiera el placer se convirtió en búsqueda de placer. Un día en que no sintió esa invasión de los sentidos, sino la del cuerpo de su marido, su peso sobre ella, y la prisa por volver a ser dos. Ella pensaba en la cesta de la compra mientras esperaba el final con paciencia. Cuando él se retiraba, ya casi dormido, Prudencia sabía qué iban a comer mañana; y qué precio tenía que pagar. Día a día.
Hasta que llegó el asco.