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Mi suegro, el de verdad, el primero, se tomó muy a mal la boda de su mujer. Mi prima me contó que su marido lo vio un día llorando en el bar, como un niño. Dice que nunca dejó de pensar en ella. Parece ser que intentó volver más de una vez, pero mi suegra es muy propia y no se lo consintió, eso de que la dejara plantada le dolió en el orgullo, y le dijo que las cosas estaban así, que si él había decidido separarse era ella quien decidía casarse otra vez. Y digo yo que cuando uno se separa, se separa, y eso de comer con ella todos los días no le debía de parecer a él mucha separación. Pero dicen que el pobre aceptó el divorcio y la boda. No le quedaba más remedio, y se conformó con seguir yendo a comer a su casa todos los días, aunque ya no iba tan contento como antes, porque hasta entonces no perdió la esperanza de que mi suegra le dejara volver con ella. Le falló la estrategia, la que usan algunos al marcharse para ver si el otro reacciona. Dice mi prima que muchas veces se iba al bar a tomar el café y se quedaba muy serio mirando al aire. Hay veces que uno cree que ha abierto una puerta y al abrirla la ha cerrado para siempre, decía.