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En la noche de bodas, el marido de Prudencia llamó por teléfono a su madre. Prudencia creyó que era una costumbre y llamó a la suya. La madre le echó tal bronca que se puso a llorar. Que ya no eres una niña, le decía. Qué va a pensar tu marido. Y ella no entendía nada, la pobre. Se metió en la cama toda compungida y no supo decirle al marido el motivo de su llanto. Él pensó que tenía miedo a la primera vez. Había oído decir que el pudor de la recién casada se parece mucho al miedo. Le acarició la cabeza y le apartó las lágrimas con los dedos, la acurrucó en su hombro y esperó a que dejara de llorar. Mientras Prudencia esperaba a que le hiciera el amor, y continuaba llorando sin entender nada, él siguió esperando a que dejara de llorar. Así pasaron la noche de sus bodas.