Durante tres días y tres noches Prudencia esperó con lágrimas la pérdida de su virginidad. Y el marido de Prudencia esperó a que dejara de llorar, soportando sus lágrimas con paciencia. Sin atreverse ninguno a decir al otro qué era lo que estaba esperando. Hasta que se echaron la siesta por primera vez. El marido se recostó sobre Prudencia y al sentir el roce de su pecho empezó a besarlo lentamente. Prudencia se dejó hacer mientras le acariciaba el pelo. Se excitaron los dos y comenzaron a besarse los labios. Después cerraron los ojos. Te va a doler un poco, le dijo. Y ella contestó: No importa. Y gritó con el dolor que tanto había esperado. Lloraba, esta vez los dos sabían la razón.