Prudencia sospechó que a su marido le molestaba que se quedara en la cama cuando empezó a hacerle reproches con bastante frecuencia. Si ella decía que no había tenido tiempo de hacer algo, o aunque dijera que estaba cansada, él siempre le contestaba lo mismo, que se pasaba el día durmiendo. Pero cuando se dio cuenta definitivamente fue cuando él, al levantarse, tiraba de las mantas dejándole las espaldas al aire. Prudencia volvía a taparse y el marido ponía la radio a todo volumen mientras se afeitaba. Como ella no podía volver a dormir, se levantaba y preparaba el desayuno y él le decía: ¡Ay qué bien, cariño, un café calentito! Aunque no lo hiciera con cariño.
Así fue como ella se acostumbró a hacer el café todos los días y él dejó de llamarla cariño.