…Hazme un favor, llama a la Frau, necesito la inyección, si te dice que ya me ha puesto una, pónmela tú… Algo tendrás que hacer, además de limitarte a escribir al dictado mis palabras, haz algo concreto para ganarte esta historia, total después la contarás tú, te convertirás en su autor… pero ahora hazme un favor, llama a la Frau, necesito una inyección, tengo miedo de quejarme y los héroes no pueden quejarse, si acaso, imploran a los dioses, o bien revientan y calladitos, basta con darles en el talón, yo dioses no tengo, y mi talón me llega hasta los cojones, me está royendo, lo has visto… Date prisa, llama a la Frau, que después te cuento una cosa a la manera del viejo Ernesto, ese cabroncete de Ernesto, que en la vida vio tantas cosas antes de apuntarse con una escopeta al corazón, estoy seguro de que te gustará, a ti te gusta la literatura, escritor, como es lógico, llama a la Frau…
Te pareces a Pinocho cuando le duele la tripa, la imitó Tristano, ji, ji. Marilyn soltó dos pequeños sollozos, qué malo eres, dijo, es verdad, he tenido una historia paradójica, porque mi corazón siempre estuvo ocupado por mi amor frustrado por ti, me quedaba sólo un espacio limitadísimo para una compañía masculina, y esa situación paradójica era la única que, paradójicamente, me iba bien, Clark. No me llames Clark, replicó Tristano, ya te lo he dicho, yo ya no soy Clark, ahora soy Tristano, y no comprendo la comparación, Guagliona, pero el hecho es que con Cary follabas a más no poder, y tal vez para ti el amor sea eso, Guagliona, tú has confundido el badajo con la campana, y ahora ¿qué es lo que quieres de mí, un hijo?, es tarde, tienes ganas de desear, mira que el tiempo de la vida no va al mismo ritmo que el tiempo del deseo, en un día pueden pasar cien años, en cualquier caso» búscate a otro, para Tristano el tiempo es cosa ida.
…Me parece que te había prometido un episodio al estilo del viejo Ernesto, no sé si te gusta como escritor, pero antes tendría que hablarte de Pancuervo. Te preguntarás qué es. Es un lugar perdido en España, donde las ranas croan en el campo. Y a donde no va nadie. Pero se cruzó con la vida de Tristano.
…Quién sabe cuándo pasará, dijo la muchacha, aquí en España cierran el paso a nivel como si el tren fuera a pasar a los cinco minutos y después a lo mejor pasa mañana, es un país así. Debe de ser un tren para Pancuervo, contestó el hombre, aunque quizá ya no haya trenes para Pancuervo, kaputt, y tal vez Pancuervo no exista, sea un lugar inventado por ti… El sol caía sin piedad, pero dentro del pequeño café la atmósfera era respirable. La cortina hecha de tapones de cerveza ondeaba en la brisa cálida, produciendo una música de estilo oriental. Pidieron algo de beber, el dueño era un hombrecillo barrigudo, con unos bigotitos que parecían unas cejas tristes. Curioso, dijo él, tiene bigotes de barbero y es posadero, es un bigote fuera de lugar. ¿Por qué?, preguntó la muchacha, ¿es que hay bigotes especiales? Él saboreó su cerveza, claro que los hay, dijo, intenta observar la fisonomía de esta gente, es una lección de antropología, he dibujado en mi agenda los bigotes de las distintas categorías, en este país los bigotes son un universo, por ejemplo, mira a la Guardia Civil, lleva los bigotes de esta manera. Hizo un rápido bosquejo sobre la servilleta. Los abogados, en cambio, los llevan así. Hizo otro. Los jueces así, casi como los abogados, pero distintos. Los catedráticos universitarios así, si están a favor del régimen, y así, si están en contra. Los terratenientes los llevan así, éste es el bigote del gran terrateniente español que apoya al Generalísimo. Este último los tiene así, que en la práctica son iguales a los demás, pero pertenecen sólo al Generalísimo y se reconocen enseguida. Pensándolo bien, la historia de nuestro siglo es una historia de bigotes, el bigotito trunco del alemán, el bigotazo aldeano del ruso… el Duce era glabro, en todo, como los italianos, nosotros sólo somos peludos en el alma, como yo, añadió, pero tú no lo sabes, chiquitaja mía, crees ser más peluda que yo, y eres una colina sin una brizna de hierba. Me gustaría que tú también te dejaras crecer los bigotes, dijo la muchacha, te quedarían bien a tu edad. El hombre sonrió. Así me parecería más a Clark Gable, dijo él, pues lo siento, pero no soy un actor de cine, ya no soy el camarada partisano y ya no me llamo Clark, ¿quieres entenderlo de una vez? Hizo un gesto al dueño, que cabeceaba detrás del mostrador. Dos más, [9] dijo señalando el botellín de cerveza. De todas formas yo ya había intuido que volvería a encontrarte, dijo la muchacha, volvería a encontrarte en esa noche veraniega que preveía en mi carta. ¿Qué carta?, preguntó él, no la recibí nunca. La muchacha tenía un aire vago y la mirada perdida como si siguiera el vuelo de las moscas. Mi carta no hablaba de la noche de junio, cuando me llevaste a la pensión, dijo, allí no hubo un verdadero reencuentro. Y, sin embargo, te follé toda la noche, dijo el hombre, no sé qué más reencuentro quieres. Qué vulgar eres, dijo ella. Por suerte, tú eres la mar de fina, dijo el hombre, ¿y qué? El verdadero reencuentro ha sido esta noche, dijo la muchacha, pero los hombres no entienden nunca cuándo se produce un verdadero reencuentro, vosotros los hombres estas cosas no las comprendéis. Nos falta metafísica, dijo el hombre. Y se echó a reír despacio, procurando contenerse. Clark, dijo ella, por favor. No me llames Clark, dijo él, yo ya no soy Clark, ya te lo he dicho, soy Tristano, así es como me gusta, ahora me llamo Tristano. Tristano es un nombre falso, replicó la muchacha, un nombre artificial, no me gusta, es el nombre de otro, tal vez sea tu hermano, siempre me dices que tienes un hermano y nunca me dices cómo se llama, tal vez sea tu hermano. El hombre sonrió y con el dedo índice hizo unos garabatos sobre el vaho que había formado el frío en el cristal del vaso. Lo has comprendido todo, dijo, yo soy mi hermano. Ella intentó cogerle una mano, pero no era fácil, él quería dibujar en el vaso. Tristano, dijo, ayer me dijiste que puede haber muchas formas y grados de enamorarse, y que la culpa es más leve si nos cogíamos la mitad cada uno. Él dijo una palabrota. Déjate de una vez de vulgaridades, dijo la muchacha, no es propio de ti, sabes, Cary nunca intentó retenerme, me quería mucho, o más bien quería lo mejor para mí, o aquello que yo pensaba que hubiera podido ser lo mejor para mí, había sido víctima de una melancolía infinita, pero tú lo ves todo como una conspiración en tu contra y te vengas a tu manera, y relanzas la apuesta. El hombre rebuscó en el bolsillo y sacó una hoja. Leyó en voz alta, porque Cary nunca intentó retenerme o volver a verme, me quería mucho, o más bien quería lo mejor para mí, o aquello que yo pensaba que hubiera podido ser lo mejor para mí… había sido víctima de una melancolía infinita, un dolor causado por mí, ¿comprendes? Levantó la mirada de la hoja. Perdona, chiquitaja mía, dijo, te estás repitiendo, son las mismas palabras que me escribiste en esta carta, estamos en España, el paso a nivel está cerrado, el tren tal vez no pase nunca y los horarios han caducado ya, y tú, con el horario caducado, me repites por el altavoz un aviso para los viajeros de un tren suprimido, ¿por qué? Porque Cary era infeliz, dijo ella, y entonces yo me enamoré de verdad, he ahí el porqué, para mí era como hallar las raíces que nunca tuve, y él me llamó por teléfono una noche, me dijo ven, por favor, te necesito, para mí era como hallar las raíces que nunca tuve, yo no soy más que una pobre americana dispersa que viene de la East Coast, de una familia pequeñoburguesa, con un padre notario y una madre cretina, tú no puedes entenderlo, Clark. No me llames Clark, dijo el hombre, y deja de contar trolas, tu padre era un siciliano emigrado a Brooklyn a quien los americanos se llevaron consigo cuando desembarcaron en Sicilia porque les aseguraba contactos con los padrinos adecuados, ya sabes lo que quiero decir, os mandaron a ambos con una misión, cada uno con su cometido, y en cuanto a Cary, bueno, no lo sé, es un personaje siniestro, pero es asunto tuyo, tu vida es tuya. Era mi única libertad, dijo la muchacha, y la vida es una sola. El dueño se acercó para limpiar la mesa y espantó a las moscas con un trapo. El tren ha pasado, dijo, se ha detenido y ha vuelto a marcharse, tal vez los señores no se hayan dado cuenta, era el tren de Pancuervo. La libertad es una palabra elástica, dijo el hombre, sabes, Guagliona, me estoy preguntando si con esa palabra entiendes lo mismo que yo, tal vez sí, pero una misma palabra en boca de uno o de otro se convierte en otra. La muchacha miró el reloj que llevaba en la muñeca. Clark, preguntó, ¿tú qué libertad defiendes? El hombre miró por la ventana. El paisaje era árido, le parecieron colinas como elefantes blancos. Hagamos un ya-visto, dijo, no eres tú quien debe abortar, por lo demás mi semen no ha arraigado nunca, y en cualquier caso es tarde, soy yo quien debo abortar, sabes, empiezo a temerme no haber entendido del todo la libertad que defendí, pero me he venido contigo para entenderla mejor, porque tú estás intentando arrastrarme a un asunto turbio, vosotros sois muy elementales, pero no menos peligrosos, sois tan elementales que pensáis que a quien no quiso el comunismo le puede ir bien Francisco Franco, y tengo unas ganas enormes de comprender en qué consiste vuestro plan Marshall, si es de eso de lo que se trata. Personalmente, a mí me ha beneficiado, dijo Marilyn, he encontrado un filántropo, el semen ha arraigado y no tengo la menor intención de abortar, siento cambiar el final de tu cuentecito al estilo de Hemingway. Estoy seguro de que es otra trola, a ti te falta un tornillo, dijo Tristano. Puso unas monedas sobre la mesa. Tal vez lo mejor sea que vuelva a mi casa, dijo, toda esta comedia no me gusta. Ella le cogió de una mano. Tú no comprendes nunca nada, dijo, en los momentos importantes es como si cerraras los ojos, es cierto, es una trola, pero yo te necesito, necesito que me protejas, por favor, Tristano, necesito que tú me protejas.