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La Frau me ha leído el poema del domingo, un antiguo poeta persa, dice. Para mí, que no es domingo, hay demasiados domingos en este agosto, la Frau está añadiendo algunos domingos de más, quizá lo haga porque es su forma de alargarme la vida, aumentar los domingos… Señorito, dice, el poema empieza así, no pienses en la rotación de la tierra, Saki, piensa antes en mi cabeza… Saki es el servidor del viejo poeta persa, el que le trae las copas de vino, mitad siervo, mitad filósofo, exactamente como la Frau… Oh, Saki, ¿adonde han ido a parar los viejos días?… Tristano podría tener su propia forma de continuar el poema, por ejemplo… aquí estoy, tumbado en un lecho de muerte, Saki, me han puesto un catéter que me quito por despecho, de mí, aparte de la voz, no queda ya nada, o casi, un perfil sobre la almohada que parece una cuchilla, y la respiración, que sin embargo de vez en cuando se convierte en un estertor, tu señor está ahí tumbado, querido Saki, fuera de la ventana se adivina el agosto inmóvil, mellado sólo por las cigarras enloquecidas, cuánto falta para mañana, Saki, ¿falta todavía mucho?… ¿por qué sigue siendo hoy?… hace un mes entero que es hoy, haz que llegue el mañana que me lleve consigo, hay un moscón que choca contra el espejo buscando una salida, es un moscón bobo que no encuentra la salida como yo, le hace falta morfina como a mí, yo estoy aquí y hablo, hablo, pero por qué insistir en desenterrar los viejos días, Saki… por favor, no dejes entrar a la joven enfermera a la que ha contratado la Frau, viene a ponerme la botella de orinar para que no me mee en las sábanas, no soporto que me la coloque delicadamente dentro del cristal como si depositara una flor marchita… Saki, era un hermoso día de mayo, el céfiro había regresado y Tristano estaba apoyado en su motocicleta junto a un quiosco de periódicos, y le parecía que Italia estaba ya curada, y con ella el mundo, y canturreaba nuestra patria es el mundo entero nuestra ley es la libertad, y en él también volvía a empezar la vida… de linfas, después de toda aquella adrenalina bélica, matanzas y sangre, ahora estaba allí, apoyado en el sillín de su moto y decía qué hermoso. Era el mes de mayo del año cuarenta y cinco, me acuerdo como si fuera hoy.