¿Son ya la una, como decís vosotros, los del norte? Te había dicho que vinieras a las trece horas, no que me despertaras, estaba durmiendo tan bien y vas y me despiertas, eres muy amable, pero actúas demasiado al pie de la letra, si ves que estoy durmiendo, no me despiertes, por favor, he dormido dos horas, ciento veinte minutos, hubiera podido dormir doscientos, imagínatelo, doscientos minutos menos…
Fue en agosto, ya te he dicho que en la vida de Tristano ocurrieron muchas cosas en agosto, un día de calor neblinoso, niebla sobre las colinas y niebla en la montaña, y también en el llano, y también dentro de ellos, una densa niebla como algodón que envuelve y difumina. Tristano aguarda a que sea ella quien hable, si ha ido hasta ahí, será por algo, mira a esa mujer a la que amó con pasión furente y que tiene ahora el rostro marcado por profundas ojeras, casi violáceas, como una máscara, el fular no oculta completamente una pelusilla de cabello que está creciendo otra vez en las sienes, tiene diez años menos que él y aparenta veinte más, y, sin embargo, en el monte parece ayer, piensa Tristano, también cuando le enseñó un perro amarillo enterrado en la arena era ayer, y el viaje a España, se pregunta de nuevo, ¿por qué?, ¿por qué España? Mi trabajo en España, decía ella, mis amigos en España… en sus ojos hay un fondo oscuro, como miedo, Tristano se da cuenta, conoce bien esos ojos, a pesar de que ella haya adoptado una pose desenvuelta, apoyada en el respaldo del sofá, con las piernas cruzadas. Permanecen en silencio. Se oye la voz de un chiquillo al fondo de la casa, está hablando con la Frau, quién sabe cuánto habrá deseado un hijo la Frau. Tú no hiciste otra cosa más que esparcirme tu semen sobre el vientre, yo quería un hijo tuyo, pero tú me esparcías tu semen sobre el vientre, siempre hacías eso… Marilyn habla de esa manera, son expresiones suyas, siempre ha hablado así, Tristano se acuerda, ella no valora bien el peso de las palabras italianas, a veces habla como un carretero, a veces como un pastor protestante. Tiene casi doce años, sigue diciendo Marilyn, se parece a ti, ¿has visto cómo se te parece? Yo diría que no mucho, dice Tristano, pero si tú lo crees así… Lo escogí precisamente porque se parecía a ti, continuaba Marilyn de un tirón, os parecéis como dos gotas de agua, eran muchos, pero yo lo vi enseguida… El silencio se hace ahora más largo, difícil de romper. Marilyn enciende un cigarrillo, tose, perdona si lloro, dice. Pero no está llorando en absoluto, quizá solamente lo piense. Desde el fondo del pasillo llega una cancioncita en alemán. Es raro que la Frau cante, sólo en momentos especiales. Rosamunda, dice Tristano, habla de manera decente, te lo ruego, ¿qué quieres decir?… lo escogí, eran muchos… Marilyn no deja quieto el cigarrillo entre los labios, después apaga la punta encendida en la taza del té. En definitiva, dice, un montón de desgraciados en aquella España desgraciada, los orfanatos estaban repletos… en parte lo siguen estando… lo adopté, me daba pena… es verdad, no se te parece en nada, pero eso no tiene la menor importancia, es como si fuera hijo tuyo, yo siempre he pensado que era el hijo que nunca quisiste darme, y ahora te lo confío a ti, quédatelo tú, por favor, yo no podré criarlo. Tal vez espere que Tristano le pregunte por qué, pero Tristano calla. A mí no me queda mucho, añade entonces. Desplaza ligeramente el fular, enseñando por un instante la cabeza. He probado todo lo que podía probarse, dice, pero el resultado es negativo, el médico ha sido claro, ya no queda nada que hacer. Con las uñas se martiriza la palma de la mano, pero no se da cuenta. En el registro está inscrito como Ignacio, añade, pero se llama Clark, yo siempre le he llamado Clark. Saca del bolso una cartera elegante, de ante claro. Aquí está su documentación, dice dejándola sobre la mesa. Marilyn, dice Tristano, yo a esta casa vengo sólo de vez en cuando, creía que lo sabías, por lo general en verano, para no dejar que se vayan al garete el viñedo y los olivos, Agostino por sí solo no puede, y además está la Frau, ésta es ya su casa también, no puede ir a ningún otro sitio, el resto del año vivo en Kritsá. ¿Está cerca de Atenas?, pregunta Marilyn. Es una aldea de Creta, dice Tristano. ¿Has visto cómo te ha abrazado?, dice Marilyn, te quiere mucho, siempre le he hablado de ti, lo sabe todo de nosotros, le he dicho que eres tú su verdadero padre. Tú estás loca, dice Tristano, Rosamunda, tú estás loca, hay algo en la cabeza que no te funciona bien, aunque la verdad es que nunca te ha funcionado. Tristano habla en voz baja, como si se hablara a sí mismo. Marilyn no replica, rebusca en el bolso, busca un buen rato, después lo vuelca sobre el sofá, al final encuentra una fotografía cuadrada apenas mayor que un sello, se ve a un hombre joven con un mechón sobre la frente, chaquetón militar y metralleta al hombro, al fondo hay un caserío de montaña y además la mancha oscura de un bosque. Se la tiende a Tristano. Lo concebimos el día que te hice esta fotografía, murmura. Es una fotografía de hace casi veinte años, dice Tristano, Rosamunda, tú no estás bien, te lo ruego, no digas nada más, no es necesario que digas nada más. Donde yo nací existe la creencia, que proviene de la tribu de los navajos, continúa Marilyn, como si no lo hubiera escuchado, de que antes o después el espíritu del hombre en el que piensas te traerá un hijo. La Frau se asoma a la puerta, Ignacio quiere ver el bayo, nos vamos al establo, volvemos dentro de un rato, si la señora desea más té, traeré agua hirviendo. Marilyn está metiendo otra vez sus cachivaches en el bolso. Podrías pasar con él el verano, se apresura a decir, tres meses en un año no son pocos, serías un buen padre para él, y además tú no tienes hijos, tal vez seas estéril, te ofrezco la posibilidad de tener un hijo casi tuyo, prácticamente tuyo, mejor dicho, tuyo, críalo tú, Tristano, te lo ruego, en América ya no me queda nadie, mis padres han muerto. ¿Y el resto del año?, dice Tristano, perdona, Rosamunda, ¿quién se ocupará de él, aquí, en esta casa? Ella se levanta y al levantarse vacila, choca contra la mesita, un poco de té se vierte de la taza todavía llena. Esa Frau, dice… Agostino… no los conozco, pero serán buenas personas, y además, en invierno está el colegio, siempre podrás encontrar un buen internado. ¿Adonde vas?, pregunta Tristano. Vuelvo a España, dice ella, pero el único tren que me vale para Irún no sale ya hasta mañana, la estación está lejos, no quiero conducir de noche, buscaré un hotelito cualquiera en la costa. Se ciñe el pañuelo bajo la barbilla, vacila un instante, después hace un gesto de despedida con un dedo en los labios, no se sabe si para mandar un beso o una invitación al silencio. ¿Te está esperando tu tío?, pregunta Tristano. Demasiados lazos e intereses nos unen, dice ella, son cosas que suceden en la vida, aunque no quieras, nunca comprendí por qué lo llamabas mi tío, si tiene tu edad. Porque él es el tío de América, responde Tristano, es el clásico tío Sam, tiene una chistera con barras y estrellas en la cabeza y un dedo que te señala conminándote I want you, ¿con Ignacio tiene algo que ver? La madre soy yo, dice Marilyn, él con la adopción no tiene nada que ver, Ignacio, sin embargo, le quiere, lo considera realmente su tío… si quiere ir a verlo no debes impedírselo, pero vigílalo, su tío tiene un oficio peligroso, yo también tuve un oficio peligroso. Se dirige hacia la puerta y Tristano la sigue. Rosamunda, te llevo, son muchos kilómetros, no quiero que recorras todas esas colinas tú sola… Lo que son las cosas… Tristano no sabía que aquel día, en su breve viaje con Marilyn, encontrarían una perra agonizante a la que bautizarían como Vanda igual que aquel perro amarillo que muchos años antes habían visto en un museo. Tú, en cambio, lo sabes ya, escritor, porque ese episodio ya te lo he contado el día que se me vino a la cabeza, ya no sé cuándo… Qué extraño, vas adelantado respecto a la vida de Tristano, podríamos dejarlo aquí por hoy.